sábado, 17 de julio de 2010

LAS HERIDAS DEL HOLOCAUSTO


"Sigue la tormenta". De Enzo Corman. Ur teatro. Dirección: Helena Pimenta. Reparto: Walter Vidarte. José Tomé. Escenografía y vestuario: José Tomé/Susana de Uña. Iluminación: M.A. Camacho. Madrid. Sala Cuarta Pared. 23-XI-2001.

El dramaturgo francés Enzo Corman entiende el teatro como una especie de clínica donde se abren las heridas sociales más putrefactas, y se las intenta sanar desde el conocimiento más profundo de ellas. Esto no quiere decir que el autor se interese sólo por el teatro político, sino que mira desde el interior de una máscara de tragedia, lo que está sucediendo a nuestro alrededor, y habla, fabula y muestra.
"Sigue la tormenta" es una interesante pieza de compleja escritura dramática, donde Corman enfrenta a dos personajes estrambóticos en un ambiente aislado. En la casa de montaña de un viejo actor shakesperiano, se presenta un compulsivo y ambicioso director de escena, que está empeñado en que regrese a la escena para protagonizar su nuevo montaje de "El Rey Lear".
La tragedia del holocausto nazi, sus terribles consecuencias y la conservación de la memoria, guían la travesía moral por la que Corman hace deambular a sus personajes. Hace mucho frío en el retiro de la alta montaña, pero los recuerdos avivados en el viejo por el visitante, van calentando la atmósfera hasta una situación tensa y desbordante, de gran impacto verbal y moral en el público; igual que en la tragedia. Es como si el autor pensara que cuanto más desgarrado sea el retrato, más revulsión emocional provocara en el público; la violencia conducirá a la catarsis que impide el olvido de la experiencia.
La directora Helena Pimenta crea una excelente atmósfera dramática entre los dos tipos, y su puesta en escena es original y elocuente. El espacio escénico es amplio, sencillo y armonioso; la luz de Camacho crea espacios. Aunque el plato fuerte del montaje está servido por la soberbia interpretación de Walter Vidarte dando vida al viejo actor retirado, y el personal temple pasional de José Tomé que lleva cada vez más lejos sus ambiciosas interpretaciones.
No obstante, el montaje tiene algunos excesos que nacen de la artificialidad de ciertos recursos de la puesta en escena: el intenso y precipitado ritmo con que se ataca inicialmente la obra; las redundantes imágenes proyectadas; las delirantes secuencias de locura con excesos visuales que no requiere el texto. El público aplaudió con convicción y repetidamente a los intérpretes, y especialmente a Walter Vidarte, que realiza una de las interpretaciones más brillantes y arriesgadas que se han visto en los escenarios madrileños en los últimos tiempos.

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