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domingo, 18 de julio de 2010

EL RENACIMIENTO DE ARRABAL


"El cementerio de automóviles". De Fernando Arrabal. Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Reparto: Carmen Belloch. Paco Maldonado. Juan Gea. Natalia Millán. Alberto Delgado. Juan Calot. Roberto Correcher. Escenografía: Xavier Mascaró. Música: Mariano Marín. Vestuario: Javier Artiñano. Madrid. Centro Dramático Nacional. Teatro de la Abadía. 6-4-2001

La ceremonia es una búsqueda de comunicación con una entidad superior. Está en los orígenes del hombre. Los primeros textos literarios de todas las civilizaciones suelen ser libros de salmos o himnos destinados al culto y la plegaria de los dioses. La escritura no era un fin en sí mismo, sino parte de una ceremonia. La música (siempre en vivo), los cánticos y los bailes, venían a dotar de sentido a esos rezos salmodiados que podían conmover la atención de los dioses. El teatro de vanguardia europeo del S. XX se remontó hasta estas primeras manifestaciones religiosas. El teatro no podía reducirse a un entretenimiento que no molestase a los poderosos, sino que tenía la obligación de volver a ser algo sagrado, que enriqueciera espiritual y socialmente la vida de los espectadores, como sucedía en los templos religiosos.
"El cementerio de automóviles" de Fernando Arrabal es un perfecto mecanismo dramático, que requiere de la ceremonia para alcanzar la totalidad teatral. Es necesario convocar una tensión poética en la escena basada en verdades sensuales. En esa atmósfera alcanza sentido el texto arrabaliano. El autor conjura en su obra a una sociedad violenta, cruel, y desalmada, mostrando su pérfido reflejo como en una reveladora pesadilla sicodélica. El protagonista de la obra es músico, pero en este montaje, cuando Emanú toca su trompeta, la música redentora de este mesías de lata, suena grabada. La ceremonia cruel, lúcida y violenta de todo texto de Arrabal, no es conciliable con los espacios sonoros, y las grabaciones musicales. La música en directo conmueve los sentidos del público, como jamás lo hará el más sofisticado gramófono. Al montaje le falta fuerza ceremonial para soportar la densidad poética y dramática de la obra arrabaliana. Falta la danza ilógica y desgarrada de unos personajes simbólicos, y frágilmente humanos. La representación alcanza momentos de belleza y crueldad sobrecogedoras, con unos intérpretes entregados hasta el límite de sus recursos. La noche del estreno, el autor se dirigió agradecido al público y a la compañía, manifestando que para él, esta noche significaba un auténtico renacimiento.

EL INFIERNO DE LAS CIUDADES


"La muerte de un viajante". De Arthur Miller. Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Escenografía: Óscar Tusquets. Reparto: José Sacristán. Mª Jesús Valdés. Alberto Maneiro. José Vicente Moirón. José Caride. Francesc Galcerán. Javier Gamazo. Romá Sánchez. Zorión Eguileor. Silvia Espigado. Vestuario: Rafael Garrigós. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Madrid. C.D.N. Teatro de La Latina. 18-4-2001

Arthur Miller está considerado uno de los grandes dramaturgos del S. XX. En 1949 ganó el Premio Pulitzer con "La muerte de un viajante", una obra que le colocó a la cabeza del teatro de su tiempo. Su posterior matrimonio con Marilyn Monroe dio aún mucha más fama al dramaturgo comprometido y social, que no desdeñaba el oropel de Hollywood. El realismo de la obra de Miller resultaba muy cercano al mundo del celuloide y algunas de sus obras saltaron con facilidad a la pantalla grande. El viajante Willy Loman quizás sea el más conocido de todos sus personajes. Desde el estreno histórico protagonizado por Lee J. Cobb (el que más sigue complaciendo a su autor), numerosos primeros actores han querido medirse con el personaje. Este antihéroe (que encarna al perdedor arquetípico del mundo urbano moderno,) permite a Miller expresar su visión crítica del mundo que le rodea.
El Centro Dramático Nacional, acaba de estrenar en Madrid una nueva versión de esta gran obra milleriana. Curiosa fórmula para un Teatro Nacional (creados para fomentar la gloria del teatro español), la de celebrar la entrada del nuevo siglo, estrenando a un autor norteamericano de los años 50. Juan Carlos Pérez de la Fuente, se ha caracterizado como director del CDN, como gran impulsor de la dramaturgia española, mezclando acertadamente los estrenos de autores reconocidos, con los más jóvenes. Este estreno de "La muerte de un viajante" es más propio del teatro privado que de un centro institucional. Quizás no haya sido decisión suya el programarlo, sino una imposición de los nuevos rumbos que viene tomando el INAEM desde hace menos de un año, y de su inquietante política de coproducciones.
Pérez de la Fuente vierte lo mejor de su talento y experiencia en la puesta en escena de esta repescada "La muerte de un viajante". El director madrileño consigue crear con precisión las atmósferas de esta turbulenta y opresiva obra; a la par, que mima a sus intérpretes, consiguiendo sacar de ellos sus mejores registros. José Sacristán ahueca y ahonda en sus cualidades de primer actor para sumergirse en ese mundo dual del viajante, un hombre perdido, estafado y humillado, que en sus últimas horas confunde la realidad, su memoria, y sus propios sueños. María Jesús Valdés vuelve a demostrar su talento de primera dama de la escena interpretando a la esposa del viajante, que a pesar de no ser un gran personaje (no hay grandes personajes femeninos en la obra de Miller) la actriz lo eleva hasta altos registros trágicos. El joven Alberto Maneiro interpreta con intensidad y belleza a Biff -el hijo mayor de Loman- en el que el padre vertió todos sus esperanzas; como Jose V. Mairón hace con el hermano menor más alegre y mujeriego. El director consigue arrancar a estos prolijos diálogos, en los que Miller sumerge a sus personajes, toda la actualidad desgarradora que subyace en esta obra urbana: el aturdimiento moral, la falta de luz y Naturaleza, el terrible infierno de la circulación rodante...; y lo hace sin alharacas, sin grandes espectacularidades, con una sencillez lúcida y reveladora. Oscar Tusquets crea un sobrio y esencial ámbito escénico, en el que intenta aliviar la obscenidad de la realidad cotidiana -que retrata Miller- elevándola hasta cotas más esenciales, simbólicas y contemporáneas.

viernes, 16 de julio de 2010

SACRAMENTO DE LA MEMORIA


"Carta de amor". De Fernando Arrabal. Centro Dramático Nacional. Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Intérprete: María Jesús Valdés. Escenografía: Xavier Mascaró. Vestuario: Javier Artiñano. Vídeo: Juan de Sande. Madrid. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. 18-1-2002.

Arrabal posee la voz más profunda del teatro español, porque la sostiene el aliento de la mejor poesía. Bajo una cúpula de ladrillos subterránea del antiguo hospital de San Carlos, (la que fuera sala de locos terminales, y también de disección de cadáveres,) el verbo dramático arrabalesco encuentra su mejor caldo de cultivo para reverberar en potentes imágenes como una danza de cuchillos cortantes. La tragedia de la familia Arrabal forma parte ya de la memoria simbólica del pueblo español, a través de las obras teatrales del más universal de nuestros dramaturgos vivos. En "Carta de amor", el autor destila hasta la esencia poética, sin acción aparente, más que el ejercicio de la memoria a través de la palabra, la historia trágica de un padre condenado a muerte, de una madre sospechosamente delatora, y de un hijo desposeído de certezas, que ve en su amorosa madre la causa de sus más terribles desdichas y pérdidas.
No es "Carta de amor" un ajuste de cuentas familiar, sino una propuesta de reconciliación. No son los verdugos peores que las víctimas en la dimensión definitivamente moral del universo arrabaliano. Los humanos no son culpables de nada, sólo víctimas de "la madrastra historia" fría y calculadora, como sólo puede serlo el implacable destino. La tesis del autor es que sólo con la bondad y el perdón, puede construirse un futuro esperanzador y mucho más habitable.
Con este monólogo, tan personal como universal, Arrabal echa las últimas paletadas de tierra sobre el foso cainita de las heridas de la infausta guerra civil española. El teatro opera en manos del gran taumaturgo como arte de reconciliación público.
Pérez de la Fuente ha creado un ámbito religioso en la bóveda del Museo Reina Sofía, para dar carnalidad al verbo de Arrabal. Cuenta para ello con el talento y la absoluta complicidad de María Jesús Valdés, que realiza uno de las interpretaciones más brillantes, intimistas y arriesgadas de su carrera. El viaje al pasado no es sólo el relato de los acontecimientos, sino que en manos de Arrabal se convierte en un sacramento de la memoria, como conjura y terapia colectiva del dolor de la vida y el tiempo.
El director hace acompañar este concierto de versos dramáticos, por las desgarradoras notas de un violonchelo, ecos, sombras, agua, cera ardiente...; liturgia profundamente teatral para combatir la terrible Historia de España. El uso de un sugestivo audiovisual de Juan de Sande, y de una barroca escenografía simbólica de Xavier Mascaró, se suman a todas las resonancias telúricas del espacio, buscando la revelación de lo maravilloso. Como si la voz de la Valdés y la palabra de Arrabal se amaran en el fondo de un pozo excavado en la tierra.
Hay que congratularse igualmente, de que por fin el Arte Contemporáneo haya abierto sus puertas al teatro con la representación de este espectáculo en el seno de un Museo Nacional. Nadie más adecuado que el polifacético artista Arrabal, para inaugurar esta nueva y fértil relación artístico teatral de gran futuro y relevancia, y que a partir de ahora no debería hacer más que crecer.
La noche del estreno fue especialmente emocionante, por esas coincidencias que sólo pueden producirse en el rutilante y vital mundo del teatro. Arrabal acababa de llegar de Iria Flavia de dar sepultura a su amigo Camilo José Cela; muchos de los asistentes habían realizado con él este mismo viaje. La madre de Fernando Arrabal murió hace un año. La emoción embargaba el abovedado espacio dramático. Arrabal se abrazó a Mª Jesús Valdés entre los intensos y respetuosos aplausos de los presentes, puestos en pie, y exclamó: "No me pidáis que hable esta noche. Dejad que disfrute de este momento. Hoy me faltan las palabras, porque las emociones me sobran".

viernes, 9 de julio de 2010

ASCENSO A LOS INFIERNOS


"Manuscrito encontrado en Zaragoza”. Por Francisco Nieva. Comedia mágica basada en la novela homónima de Jan Potocki. Dirección y escenografía: Francisco Nieva. Música: Ignacio M. Nieva. Reparto: Juan Ribó. Walter Vidarte. Julia Trujillo. Juan Matute. Ángeles Martín. Beatriz Bergamín. José Carlos Gómez. Juanma Navas. Emilio Gavira. Vestuario: Rosa Gª Andujar. Coreografía: Pedro Berdäyes. Ayte. dirección: José Pedreira. Madrid. C.D.N. Teatro La Latina. 10-7-2002.

El teatro de Francisco Nieva es como un sueño en color. De su contacto con las vanguardias europeas en su devenir cosmopolita, destiló el concepto de que el mundo onírico es el manantial de la verdadera creación. Acertado dagnóstico para un artista total como Nieva.
“El manuscrito encontrado en Zaragoza” del Conde polaco Jan Potocki es una apasionante caja de cuentos -más que novela- donde cada nuevo personaje que cuenta su historia, remite a otra historia que da entrada a otro personaje, hasta introducir al lector en un fascinante laberinto de sueños sin salida.
El espectáculo que ha levantado Francisco Nieva, a partir de este libro talismán, no es de este mundo, o al menos no es de esta escena. Podría deberse a un prodigio mágico que lo hubiera transportado por encima de los siglos y de los sueños, algo muy propio de este gran demiurgo manchego. Y esto no quiere decir que no sea rabiosamente moderno, bien al contrario. Lo que ocurre es que se ha enclenquecido tanto el discurso y la estética teatral en nuestros días, que el teatro de Nieva viene a ser como un gran rodaballo recién salido del horno, para un público que está acostumbrado a contentarse, poco menos que con la raspa del pescado. La fusión estética y dramática que se produce en “El manuscrito...” es todo un modelo teatral, y un hallazgo cumbre de nuestra soliviantada escena teatral, para el deleite de todos los públicos, incluidos los más jóvenes, que no tienen memoria de haber visto nunca un teatro tan suculento, como una golosina cinematográfica.
A Nieva siempre le ha fascinado la época romántica. Si además, el escenario natural de “El manuscrito...” es sierra Morena, (tan querida y experimentada por el autor,) este espectáculo se convierte en un homenaje a la propia infancia: transpira ese amor. Nieva hace suyo el texto del Conde polaco, agrandándolo con un sugestivo tratamiento literario y estético. Su eficaz versión dramática, transita por un dulce equilibrio entre el humor, la poesía, y la mala leche histórica. Los juicios que se emiten sobre la España perenne son pedradas de antología dramática.
Por otra parte, la gran partitura musical de su hermano Ignacio M. Nieva, (con resonancias de Falla y Stravinsky, en una personalísima y gozosa creación musical,) viene a situar la representación en una dimensión operística tan cara al Maestro Nieva.
El sentido profundo, culto y elegante de la estética que tiene Nieva, hace que sus proyecciones, sus decorados, y el riquísimo vestuario exótico de la obra, se fundan en una especie de milagro de linterna mágica viva, que tiene hipnotizado al respetable, durante toda la representación.
El reparto y la interpretación están muy ajustados a ese estilo de reópera furiosa, que sabe manejar Nieva, entre el sainete, el melodrama, y la comedia “a fantasía”. Julia Trujillo, con su sabio casticismo de élite, marca el tono del elenco. Juan Ribó se muestra pleno de facultades para dar vida al confuso y seducido militar tudesco-español que protagoniza la obra. Walter Vidarte interpreta con gran inspiración a un satírico fraile besuconero y mariquita, de gran eficacia cómica. Juan Matute está en estado de gracia interpretando al endemoniado Pacheco. Ángeles Martín y Beatriz Bergamín dan cuerpo y misterio a las dos bellas hechiceras mahometanas que seducen al caballero cristiano.
El público ovacionó a toda la compañía, y especialmente a Francisco Nieva, consagrado una vez más como Príncipe de la escena española. ¿Para cuando un teatro estable Francisco Nieva, donde el público pudiera deleitarse permanentemente con el gran arte derrochado en sus obras?

martes, 6 de julio de 2010

MAXIMINA ESTÁ DEBAJO DE JARDIEL


"Madre, el drama padre". De Enrique Jardiel Poncela. Dirección: Sergi Belbel. Reparto: Blanca Portillo. Chema de Miguel. Gonzalo de Castro. Pau Durá. Cristina Pons. Toni Misó. Nicolás Vega. Francesca Piñón. Chisco Amado. Nuria Mencía. Carlos Santos. Paco León. Cynthia Martín. Goizalde Núñez... Escenografía: Max Glaenzel/Estel Cristiá. Vestuario: Javier Artiñano. Música: Albert Guinovart. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Madrid. Centro Dramático Nacional. Teatro de La Latina. 3-7-2001.

Los actos de celebración del centenario del nacimiento de Jardiel, servirán -entre otras cosas- para rescatar del olvido a "Madre, el drama padre", una de sus obras más brillantes y menos conocidas. Esta sátira contra los dramones folletinescos, (que tanto éxito tuvieron posteriormente en los seriales radiofónicos, y en los culebrones televisivos,) le sirve a Jardiel para elaborar una comedia disparatada de una inteligencia supina en los diálogos, y que tiene el mérito de contener uno de los personajes jardielescos más logrados: Maximina Baselgo, una especie de Mata-Hari castiza del barrio de Pozas, que con su ajetreada vida sexual, da origen a este "drama padre" que afecta a todos los personajes de la obra.
El teatro de Jardiel se basa en una situación aparentemente convencional, pero que según se desarrolla, va mostrando todos los entresijos delirantes de la vida cotidiana, entre familias de alta arcunia de la más rancia sociedad española. Sus personajes no son de un gran peso sicológico, sino más bien una "caja de frases ingeniosas" que sirven para apuntalar una situación desquiciada y por tanto humorística y satírica. Maximina, la madre de este drama padre, es la versión femenina española de Don Juan en el teatro jardielesco. La buena señora nació con "sex-appeal" y, ya desde niña, se le pegaban todos los muchachos en el colegio. Con los años, su "gretagarbismo" no hizo más que seguir creciendo, y con él, el número de sus hijos. Jardiel mima las rarezas de su personaje, como si él mismo le hiciera el amor, hasta lograr una deliciosa vampiresa olvidadiza, que sufre ataques de risa cuando algo se interpone en su camino.
En el montaje del C.D.N. Blanca Portillo interpreta en verdadero "estado de gracia" a Maximina Baselgo, alcanzando los más altos registros cómicos y artísticos que puedan imaginarse del teatro de Jardiel. La riqueza de su interpretación no sólo llena el escenario, sino que eleva la temperatura de la relación del público con una actriz, algo que hacía mucho tiempo no sucedía con esta intensidad en un teatro madrileño. La Portillo modula su voz y su prosodia, como usa el látigo un domador de leones. La precisión del gesto, el movimiento, el vestuario y hasta del mismo maquillaje, hacen de Blanca Portillo una primera dama teatral, como las de antaño. Es sin duda la mejor actriz teatral de su generación, y su presencia debería ser imprescindible en los más altos proyectos que afronte el nuevo teatro español. El público necesita de la magia de su arte interpretativo.
Belbel ha tratado la representación como si fuera una película en blanco y negro de las que tanto le gustaban a Jardiel. Esta especie de vuelta de tuerca estética resulta eficaz para el abigarrado mosaico jardielesco de mas de quince personajes, permitiendo que brille la chispeante e inteligente palabra del autor. Por otra parte, el director ha incoporado un subrayado musical melodramático, para distanciarse de las partes más sentimentales del argumento. La representación avanza con gran fluidez (a pesar de su larga duración) defendida por un elenco eficiente, aunque excesivamente juvenil (¿acaso no quedan actores de la edad de los personajes, dignos de ser contratados por el CDN?). Pau Durá, Cristina Pons, Chema de Miguel y Toni Misó destacan sus buenas cualidades interpretativas en esta ceremonia de la risa inteligente, que supone toda obra de Enrique Jardiel Poncela.

miércoles, 30 de junio de 2010

RADIOGRAFÍA DE UN SUEÑO


“El lector por horas”. De José Sanchis Sinisterra. Dirección: José Luis García Sánchez. Escenografía: Joaquín Roy. Iluminación: Quico Gutiérrez. Vestuario: Ramón Ivars. Reparto: Juan Diego, Jordi Dauder, Clara Sanchis. Madrid. Teatro María Guerrero. Fecha de estreno: 9-4-1999

Jose Sanchis Sinisterra es uno de los hombres de teatro más solidos del teatro español. Lo avala no sólo su trabajo como dramaturgo, sino además su tarea de director de escena, pedagogo y maestro; responsable de la fundación de la barcelonesa Sala Beckett; o del Teatro Fronterizo de Valencia, en los comeinzos de su trayectoria. Sanchís tiene la virtud de los maestros: no haber perdido la curiosidad. Cada una de sus nuevas obras, va un poco más allá de donde nos llevó la anterior; explora, investiga y se arriesga a frecuentar sus amadas fronteras del teatro, buscando hacerlo más nuevo, más grande, sin dejar de utilizar nunca su materia prima de dramaturgo: la palabra.
En "El lector por horas" la lectura y los libros se convierten en acción y personajes respectivamente; la minuciosa lectura que se realiza en escena, de textos de Durrell, Conrad, Faulkner, Flaubert, se repite hasta la obsesión, alterando la vida de los personajes; los libros llegan a dominar la acción de la obra. El autor escribe una obra abstracta e indefinida, la radiografía de un sueño familiar; pero, no cuenta una historia, intenta transmitir al público la misma ceguera e incomprensión que sufre su protagonista. El montaje provoca las reglas de la teatralidad con larguísimos oscuros y recursos repetitivos y vacíos. La belleza plástica de la escenografía de Joaquín Roy, reproduciendo un espléndido y mágico espacio gaudiano; y la sensualidad con que lo ha iluminado Quico Gutiérrez, alimentan el enigma de la representación.
Juan Diego compone un profundo y patético lector por horas, en la línea de los dudosos y desequilibrados perdedores de Montgomery Clift; y Clara Sanchis, con su imagen nívea y prerrafaelita, aporta a su personaje un misterio añadido. Jordi Dauder demuestra una gran contención y una poderosa y conocida voz, en el papel del padre. La dirección de García Sánchez es acertada, aunque se echa de menos, más experimentación con el lenguaje escénico, tanta como el autor ha puesto en sus palabras.

jueves, 24 de junio de 2010

LA HERIDA DEL TIEMPO


"Historia de una escalera”. De Antonio Buero Vallejo. Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Reparto: Yolanda Arestegui. Alberto Jiménez. Cristina Marcos. Elena González. Carlos Álvarez Novoa. Victoria Rodríguez. Vicky Lagos. Petra Martínez. José Luis Santos. Composición musical: Tomás Marco. Escenografía: Oscar Tusquets Blanca. Vestuario: Javier Artiñano. Madrid. Teatro María Guerrero. 14-5-2003.

Cuando se estrenó en 1949 “Historia de una escalera” tanto la crítica como el público aplaudieron unánimemente el nacimiento de un nuevo dramaturgo: Antonio Buero Vallejo. La fértil evolución de su obra vino a ratificar las expectativas fijadas en él desde, su primer éxito. A Buero se le valora no sólo en el mundo de las tablas, sino también en el literario. La personalidad rotunda de su producción dramática enlaza -por una parte- con cierto realismo sainetesco, con el que tenía en común el reflejo de las clases populares; y, por otra, con cierta voz moral de autor, cercana a la tragedia. Buero vino a rellenar algunos huecos disponibles en nuestra historia teatral, a la par que continuaba las líneas maestras de nuestra tradición.
Cuando Buero viajó a Noruega, se hizo un melancólico retrato junto a la ventana del cuarto de Henrik Ibsen. La voz de Buero le debe mucho al dramaturgo que inventó el naturalismo teatral, siempre comprometido con la verdad, como piedra de toque de cualquier doctrina moral.
La representación de “Historia de una escalera” en el año 2003 alcanza un significado bien diferente al de su estreno inicial. El teatro tiene una naturaleza tan viva que produce identificación o rechazo en el público, con la misma fuerza. El público de 1949 veía reflejado con dignidad su propio dolor sobre los escenarios con “Historia de una escalera”. Hoy no sucede lo mismo, por muy genéricas que puedan resultar las relaciones humanas, España no es -afortunadamente- la misma de aquellas fechas.
Quizás, buscando un simbolismo eficaz por encima del tiempo, el director J. C. Pérez de la Fuente no ha llegado a exprimir todas las posibilidades dramáticas que encierra este clásico moderno, por no caer en el acendrado naturalismo sicologista que demanda la pieza. La escenografía de Tusquets tampoco aporta ninguna lectura escénica, que pueda beneficiar a la obra en su significado actual. Y otro factor que influye contrariamente es que no todo el reparto alcanza la misma altura interpretativa. Destacan, Yolanda Arestegui en el papel de Carmina, a la que dota de ternura, sensibilidad y belleza, a pesar de las rígidas pelucas que soporta. Alberto Jiménez demuestra buenas dotes temperamentales y vocales, transmitiéndole una atractiva personalidad a Urbano. Vicky Lagos está espléndida en el personaje de Paca. Su sabiduría, su humor y su tremenda humanidad la deberían hacer indispensable en cualquier reparto. Cristina Marcos demuestra su fuerza y empuje teatral dando vida a Elvira, la vecinita acomodada que se lleva a Fernando, el guapo holgazán de la escalera, interpretado por Moncho S. Diezma. Elena González da gran relieve a su personaje de Trini, haciendo gala de una interesante verdad teatral. Petra Martínez interpreta a Doña Asunción, la madre de Fernando, y Victoria Martínez –viuda de Buero- a Doña Generosa.
Aunque la representación no subió la temperatura del -felizmente recuperado- primer coliseo nacional, el público del estreno dedicó cálidos aplausos y lanzó una batería de bravos a toda la compañía, reunida sobre la escena. El director pidió silencio y recordó a Antonio Buero Vallejo.

lunes, 21 de junio de 2010

EL NACIMIENTO DE UN CISNE


“Don Juan Tenorio”. De José de Zorrilla. Sobre escenografía y figurines de Salvador Dalí. Versión y Dirección: Ángel Fernández Montesinos. Reparto: Pep Munné. Yolanda Ulloa. Paco Casares. Manuel Navarro. Natalia Barceló. Janfri Topera. Chema de Miguel Bilbao. Marisol Ayuso. Música: Joan Valent. Escenografía: W. Burman. Vestuario: Pedro Moreno. Coreografía: Arnold Taraborrelli. Madrid. Teatro María Guerrero.

José Zorrilla es el autor español más estrenado en los teatros públicos. Su ripiosa versión de “El burlador de Sevilla” del gran Tirso de Molina se convirtió en un rotundo fracaso desde el día de su estreno. El mismo Zorrilla vendió su obra a un histriónico actor de la provincia de Murcia, que vio en ese alarde de ahuecada teatralidad de macho hispánico, un modelo ideal para lucir sus anquilosados talentos interpretativos. El Tenorio de Zorrilla es puro alarde y fanfarronería, enmarcado en alcázares de perlas sevillanos. La obra parece escrita de un tirón por un impulso irresistible de su autor que tenía mucho arte en parir versos, como un trovero de las clases elevadas. No hay apenas nada de razón en el proceso del Tenorio de Zorrilla, por eso, siempre parece antiguo, ahuecado, retórico, como si estuviésemos asistiendo al simulacro de una pasión.
El Centro Dramático Nacional inaugura un nuevo género de espectáculos, el de la museografía escénica, reponiendo la obra con el decorado y los figurines que Salvador Dalí realizara para el montaje de Luis Escobar en el mismo teatro en 1949. A partir de ahora, podrán plantearse los teatros públicos reponer la “Yerma” de Lorca, que estrenara Margarita Xirgú, con decorados de José Caballero, el “Parade” de Picasso para los Ballets Rusos de Diaghilev…
Por estar vivo y dirigirse tanto a la razón como a los sentidos de sus espectadores, el teatro siempre debe ser un compromiso con el presente, porque nace ante el público, aquí y ahora, y no hace cincuenta años.
El montaje de Fernández Montesisnos está muy interesado en destacar la belleza de aquella memorable puesta en escena. Los grandes telones de Dalí son sugerentes, mágicos y misteriosos. Alcanzan su mayor potencia escénica en las transiciones, cuando los oídos descansan de los ripios zorrillescos. En la referencial escena del sofá todo es muy, muy bonito. El Guadalquivir de Dalí, recoloreado con efectistas lucecitas internas; el cisne de cola roja donde los enamorados se “dan el lote”, al son de una bella musiquita atmosférica…
En todo caso, este nuevo estreno del “Don Juan Tenorio” resultó histórico, por el nacimiento de una gran primera actriz, Yolanda Ulloa, que comunicó profundamente con el público desde su trono natural del María Guerrero. La bellísima y madura actriz, transmite una fuerza interior a su interpretación, que arrastra al público tras ella con una fascinación inmediata. La majestad de su figura y el portentoso dominio de su voz la convierten en una diva desde su primer gran estreno. El público arreció en aplausos cuando asomó a proscenio Yolanda Ulloa, consagrándola automáticamente como una de las suyas. Con toda la numerosa compañía en escena, el teatro se puso en pie, aplaudiendo tan histórica puesta en escena.

domingo, 20 de junio de 2010

ORATORIO POLÍTICO EXPERIMENTAL


“Maestros antiguos”. De Thomas Bernhard. Adaptación y dirección: Xavier Albertí. Reparto: Carles Canut. Mingo Rafols. Boris Ruiz. Figurinista: María Araujo. Madrid. Teatro María Guerrero. Sala de la Princesa. 30-12-03.

La obra del autor austriaco Thomas Bernhard gravita entre la narrativa y el drama con una personal visión del lenguaje y la situación dramática. Sus personajes, más que dialogar, yuxtaponen sus discursos como en un oratorio poético experimental de alta resonancia teatral. En “Maestros antiguos” Bernhard ejecuta un duro golpe a la idiosincrasia de su país, valiéndose de tres personajes situados en el interior del Museo de Historia de Viena. Un crítico musical del diario “Times”, el vigilante de una de las salas del Museo y un tercer amigo citado en ese lugar por el crítico.
Desgranando la relación de estos tres personajes se hace memoria y se pasa revista a los grandes males del país, que no son otros que los de las desacreditadas democracias burguesas del primer mundo. El escándalo que ocasionó el estreno de esta obra en Viena, pone en evidencia la carga de profundidad que el difunto Bernhard depositó en su texto. Escuchar el discurso frenético e implacable de estos personajes produce también temblores entre el público que asiste a la representación en España.
Xavier Albertí ha realizado una versión y una puesta en escena tan somera como brillante. En un espacio mínimo dominado por un asiento de museo y un par de sillas, los tres actores despliegan sus mejores registros interpretativos, como una letanía, o como un concierto de cámara de tres avezados solistas.
Carles Canut da vida al crítico terminal con una profundidad contemplativa de gran lucidez histórica. El actor demuestra templaza y una potente presencia escénica, que se complementa perfectamente con la ríspida y enigmática actuación de Mingo Rafols en el papel del vigilante. Boris Ruiz completa este trío austriaco desde una visión general de narrador de este drama inaprensible, que podría durar media hora más, o acabar media hora antes, según los cánones que entraña este tipo de rotundos experimentos dramáticos.
El público reunido en la mínima Sala de la Princesa del teatro María Guerrero, aplaudió la calidad literaria del texto, y el riguroso trabajo escénico del director y los intérpretes.

EL CANTO DEL CISNE


“Una noche de reyes sin Shakespeare”. De Adolfo Marsillach. Dirección: Mercedes Lezcano. Reparto: Héctor Colomé. Carolina Lapausa. Paco Racionero. Arturo Querejeta. Esther Montoro. Escenografía y vestuario: Montse Amenós. Madrid. Teatro María Guerrero.

El oficio de actor es uno de los más envidiados y vituperados de la profesión teatral. Es la pieza esencial del hecho dramático, pero generalmente el mérito y la trascendencia quedan reservados para los dramaturgos y los directores, por eso tantos cómicos se han empeñado en sobrepasar las fronteras de su oficio, para intentar lograr la gloria y la permanencia de su arte en los anales de la Historia. El intento suele ser una falacia, porque se nace con dotes para la interpretación o para la escritura dramática, pero la “eternidad” aparente de la palabra impresa es una tentación para cualquiera de esta profesión.
Adolfo Marsillach intentó -en su fecunda vida teatral- tocar todos los palos de este fascinante oficio. Progresivamente fue apartándose de los actores para aislarse en el caparazón impermeable de la dirección, y desde allí elevarse a las inciertas cumbres de la política cultural, alejándose cada vez más de las tablas en las que comenzó. Debió ser esta nostalgia del escenario lo que le llevó a interpretar su nuevo rol de “dramaturgo de gabinete”, cuyos frutos comienzan a verse sobre los más prestigiosos escenarios de los teatros públicos nacionales.
“Noche de reyes sin Shakespeare” pretende ser una comedia navideña que homenajea al teatro, y especialmente al mundo de los vulnerables intérpretes dramáticos. Al mismo tiempo, quiere ser una obra ácida y crítica con el consumismo navideño; además de tener una voluntad simbólica y trascendente, a partir de elementos de la vida cotidiana, que concluyen con un final trágico. La cultura teatral, el conocimiento de la profesión, y la ironía fina de Marsillach se combinan en esta pieza, para conseguir un producto ternurista, víctima del ingenuo espíritu navideño que se critica en la obra. La piececita que se representa en el Teatro María Guerrero podría clasificarse como un epígono endeble del teatro de Alejandro Casona.
Hector Colomé aporta su bien templada voz al personaje del actor antaño famoso, cuya decadencia se narra en la obra. Carolina Lapausa interpreta con frescura, verdad y encanto a la niña que se enreda en la biografía del protagonista; y Paco Racionero da vida y humor a su ineficaz representante artístico.
Montse Amenós ha concebido un sugerente espacio escénico, sobre el que Mercedes Lezcano despliega su meticulosa puesta en escena. Al final de la representación, el público aplaudió repetidamente a sus intérpretes.

UNA VOZ QUE SE DESNUDA


“Una noche con Jaime Gil de Biedma”. Un espectáculo de Pep Munné, sobre textos de Jaime Gil de Biedma. Intérprete: Pep Munné. Voz y guitarra: Silvia Comes. Madrid. Teatro de la Princesa.

La extrema subjetividad de la poesía da voz y mirada al autor como en ningún otro género literario. Quizás, aisladamente, los personajes dramáticos se les asemejen. Son pura personalidad individual. Los versos del poeta que quería ser poema, Jaime Gil de Biedma, cuando se pronuncian en un escenario, producen el nacimiento de un riquísimo personaje teatral, sembrado de conflictos y revelaciones.
El burgués catalán homosexual que escribía sólo los versos necesarios, es pura carne dionisiaca: el alcohol, la borrachera, el hedonismo de los cuerpos de los muchachos ofrecidos a lo largo del calvario aburrido de la vida. El disfraz, el teatro, la alegría y la rabia de la poesía se conjuran sobre las tablas, haciéndolas rebosar de vida y sentido. En la poesía de Jaime Gil de Biedma no sólo confluyen los paraísos de los sentidos, sino que comparecen las torturas de la angustia, la soledad, el desamor y sobre todo, la fugacidad del tiempo.
Pep Munné ha realizado una acertada selección de poemas del autor de “Pandémica y Celeste”, que recorre y explora las diferentes obsesiones de Gil de Biedma. La esquizofrenia de la que nacen las distintas personalidades que conviven y combaten en un solo cuerpo. La esperanza del amor, los odios propios, la calentura del sexo, los olores de las ciudades y hasta la radiante luz de su amada Filipinas.
Una cantante crea la banda sonora del espectáculo desgranando emotivas canciones y rasgando apasionados arpegios de guitarra. Munné sabe dar a la ceremonia de la palabra bien servida del poeta, una atmósfera divertida y trascendente. Sólo por eso merece la pena asistir a este literal encuentro con Gil de Biedma que se produce en el Teatro de la Princesa.
La interpretación de los poemas podría resultar mucho más eficaz, si se suavizasen las aristas de una declamación excesivamente impostada. La poesía de Gil de Biedma es una voz que se desnuda para transmitir emociones al público. No hay nada más sencillo y natural que el cuerpo desnudo, de ahí nace su radical expresividad.
Al final de la representación, el público aplaudió encantado tanto al actor como a la cantante, que los habían conducido a pasar una noche inolvidable junto a Jaime Gil de Biedma. Merece la pena conocer de tan cerca a semejante personaje.