viernes, 16 de julio de 2010

MICROONDAS PARA PASIONES BAJO CERO


"Apasionada. (Que viva Frida)”. Texto: Sophie Faucher. Dirección: Robert Lepage. Reparto: Sophie Faucher. Lise Roy. Patric Saucier. Escenografía: Carl Fillion. Vestuario: Véronique Borboën. Iluminación: Sonoyo Nishikawa. Madrid. Teatro de la Zarzuela. 23-II-2002.

El creador teatral canadiense Robert Lepage se ha ganado la más alta reputación profesional en muy pocos años, con espectáculos como “Elsinor”, “La geometría de los milagros” o “La cara oculta de la luna”, vistos los tres en España. El talento y el acierto de Lepage ha sido el que no sólo ha sido capaz de crear imágenes teatrales originales e impactantes, construidas con la complicidad de la tecnología más avanzada, sino que además no ha olvidado la pulsión poética, simbólica y pasional, que siempre ha animado la médula del lenguaje teatral.
Frida Kahlo y Diego Rivera son la pareja más importante que ha dado México a la historia del arte del siglo XX. Las convulsas relaciones matrimoniales y artísticas de estos dos genios de la pintura, es pura carne literaria, dramática, o hasta de Ranchera. Lo más revolucionario de su vida no fue su modernidad, su erudición, su filocomunismo, o su promiscuidad sexual, sino la reivindicación de un arte indigenista americano, libre de los defectos y manierismos corruptos de la decadente y caduca Europa. El color de los pájaros y los flores, las sombras del bosque, el rumor de la selva, la sofisticación lujosa de los ídolos, el encanto vitalista de los ropajes de las campesinas... forman en sí mismos toda una cultura hedonista de la naturaleza y la vida, que en el fondo, es profundamente latina.
Robert Lepage ha aceptado el encargo de dirigir el proyecto de la actriz canadiense Sophie Faucher, titulado “Apasionada. (Que viva Frida)”. Al espectáculo le pasa lo mismo que a su subtítulo, le faltan los signos de admiración que debía despertar en el público. La actriz y escritora canadiense se queda corta para entender, interpretar y transmitir con sensualidad y erotismo la pasión racial de Frida Kahlo. Sus textos son bellos, pero no contienen drama alguno. El afán de mostrar el máximo número de episodios biográficos de la pareja en México y Nueva York, tiene más que ver con unos “Grandes relatos” televisivos, que con los misterios simbólicos y poéticos del gran teatro.
Lepage ha elevado una serie de imágenes y cuadros vivientes, valiéndose de trucos visuales portentosos, y transiciones de gran belleza y enigma plásticos; pero, no hay carne, ni ideas, ni lectura dramática que pueda interesar a un público teatral más allá del regocijo de la vista. Para acercar aún más el espectáculo al mundo pictórico de Frida, se ha recortado la boca del escenario, para dar la sensación de un cuadro colgado, aunque el efecto que consiguen está más cercano al de la pantalla de un microondas gigante, debido al tupido moaré que impide
ver la escena con nitidez, ni escuchar directamente la voz de los intérpretes. La platea de la Zarzuela estaba tan helada y somnolienta la noche del estreno, que no reaccionó al final del espectáculo. Al descubrir a los intérpretes en proscenio, en actitud de saludo, el auditorio respondió con corteses y repetidos aplausos.

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