lunes, 5 de julio de 2010

PECES MUERTOS


"Sólo los peces muertos siguen el curso del río". Sobre textos de Rosa Montero, Rosa Regás, C. Bukowski, Ernesto Caballero, S. Mrözek... Dirección y dramaturgia: Jesús Cracio. Espacio escénico: Christian Boyer. Reparto: Ana Wagener, Beatriz Bergamín, Elena González y Lidia Otón. Madrid. Teatro Alfil.

Un espectáculo que ostenta un título tan largo como el que nos ocupa, y que comienza con unas supuestas voces grabadas de niñas, que entre risas y algarabías desgranan las palabras: "vida, muerte, amor", como una cantinela, es como mÍnimo un trabajo con voluntad trascendente; o sea que pretende "mensajear" al público, además de intentar hacerles pasar un buen rato.
El director Jesús Cracio, responsable además de la "dramaturgia" (endemoniada palabra) de la obra, ha reunido un puñado de textos teatrales y no teatrales, familiares en su intención crítica. Entre ellos destacan el monólogo de una actriz que cuenta cómo le ofrecieron interpretar el personaje de Hamlet junto a otros ocho actores. Este Hamlet de nueve cabezas sirve para realizar una sátira mordaz sobre los engranajes del teatro; la original situación se explota con humor e inteligencia.
El otro acierto, es un diálogo de una madre "yuppie" y su hija pequeña, que la interroga acerca del significado de la palabra "solidaridad"; en clave humorística, se matizan y recuerdan muchos de los compromisos que la sociedad no termina de adquirir honestamente. Los otros dos monólogos y una introducción onírica de las mencionadas niñas pequeñas, dan la sensación de ser ya conocidos, más que por su celebridad, por los lugares comunes y recurrentes: maridos horribles que adoran ver la tele tumbados en el sofá; comunidades completas entregadas a la dictadura del teléfono móvil; lamentos de amas de casa en la cocina ... ; esta convencionalidad resta muchos tantos a la teatralidad final del montaje, mantenido en pie por el buen hacer de las cuatro actrices.
El aspecto físico del escenario demuestra un desinterés o una falta de conocimiento de las necesidades plásticas de la escena, como mínimo, preocupante. Por si la confusión fuera poca, cuando parece que la representación ha concluido, comienza una suerte de largo apéndice -ilógico e innecesario- en clave de "escritura automática" y "teatro danza", que no hace sino aumentar el desconcierto del público ante un montaje tan amorfo como desorientado.

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