viernes, 2 de julio de 2010

SACRIFICIO DE REYES


"Baraja del Rey Don Pedro". De Agustín García Calvo. Dirección: Jose Luis Gómez. Reparto: Lidia Otón. Alberto Jiménez. Carles Moreu. Ernesto Arias. Javier Vázquez. Gabriel Garbisu. Elisabet Gelabert. Josep Albert. Cristina Arranz. Miguel Cubero. Voz: Vicente Fuentes. Iluminación: Josep Solbes. Lucha escénica: Carlos Alonso. Música: J. Manuel Alonso. Vestuario: Baruc Corazón. Madrid. Teatro de la Abadía. 27-1-2000.

Los sacrificios de los reyes siempre son simbólicos, representan un cambio en el curso de la historia, la negación de una época anterior que termina justo con la vida de un monarca. La muerte de Pedro I de Castilla a manos de su hermanastro Enrique de Trastámara, es una de las más turbias gestas míticas de la España medieval. García Calvo ha escrito esta baraja de cinco palos, (como cinco lanzas) rememorando aquel truculento juego de traiciones. La construcción de la pieza y la selección de las escenas, está muy en la línea dramática de su admirado Shakespeare. El autor busca nuevos hálitos a la condición humana de los personajes, adentrándose hasta en las alcobas medievales de los reyes, para mejor comprenderlos. Los personajes de "Barja del Rey Don Pedro" hablan mucho más que accionan. El texto deviene excesivamente discursivo, aunque pleno de belleza poética. También sorprende, en un autor tan comprometido, que valiéndose esta vez del escenario, haya en su "Baraja..." tan poca reflexión sobre las equivalencias de estas luchas y traiciones medievales con las de nuestros tiempos. Cuando salió a saludar el día del estreno, García Calvo insistió en que su teatro iba en contra de la diversión y del entretenimiento, buscando explorar los mecanismos del placer inteligente.
Jose Luis Gómez ha concebido el montaje como una ceremonia dentro de un artefacto escénico, formado por luz, sonido y materia. La representación aporta la sensorialidad que le falta al texto. La piedra y la estera del suelo, con sus pisadas amplificadas; las llamas de fuego, el agua del pozo, las copas de vino, el metal de la armadura, la desnudez de los cuerpos, lo suaves acentos de las lenguas... Paradójicamente, todos estos elementos sensuales, subrayan la teoricidad -y la modernidad- del montaje de Gómez. Su lectura escénica es clara y rodea la obra como un anillo de sensaciones.
Los actores y actrices dotan de humanidad a estos personajes del pensamiento, manifestando un especial cultivo de la técnica prosódica. Hay un sentido coreográfico del movimiento escénico en los momentos más atmosféricos de la representación, muy bien ejecutado. Gómez consigue elevar su espectáculo hasta registros de gran teatro. Sería muy loable que sus trabajos como director de escena fueran mucho más frecuentes.

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