viernes, 2 de julio de 2010

DIVERSIÓN CARNÍVORA


"La tienda de los horrores". Libro y canciones: Howard Ashman. Música: Alan Menken. Dirección: Victor Conde. Producción: Enrique y Alain Cornejo. Ricard Regüant. Dirección musical: Manu Guix. Vestuario: Angel Cammarata. Reparto: Angel Llácer. Aurora Frías. M.Angel Mateu. Joan Carreras. Yolanda Garzón. María Blanco. Lu Carlevaro. Madrid. Teatro Avenida.

Desde hace unas pocas temporadas se viene fragüando en la escena madrileña un prototipo de espectáculo musical que ha puesto en danza a todo un equipo de profesionales artísticos vinculados al mundo de la canción y del baile, para ofertar al público este tipo de montajes habituales en las más importantes capitales del teatro. Es un loable intento que continúa a su manera este montaje de "La tienda de los horrores", un clásico de culto en U.S.A. en los años 70, tanto en su versión para la escena, como en la película original del disparatado y originalísimo productor de serie B norteamericano, Roger Corman. La pasión por la "cutre-ciencia-ficción" de este peculiar personaje del mundo del celuloide, llenó las pantallas de los años cincuenta de invasiones de hormigas gigantes; de alienígenas ladrones de cuerpos; o en este caso de plantas carnívoras que pretenden asolar y devorar un país completo: Estados Unidos. Corman no tenía medios para hacer su película en serio, y decidió contar esta historia de una planta carnívora, con gran ironía y desenfado de comic.
El musical de Ashman & Menken, sigue esta línea semi-humorística de la película cormaniana, a la que se han incorporado unas estupendas piezas musicales y canciones, muy bien interpretadas por Angel Llácer, Aurora Frías y Yolanda Garzón en los papeles protagonistas. La obra, que se desarrolla en un barrio bajo de una gran ciudad, es entretenida, los diálogos están bien escritos, y la historia de la planta carnívora está tratada como una metáfora de los riesgos del éxito y la popularidad.
La eficacia de los musicales está garantizada -en cierto sentido- porque tanto la partitura coreográfica, como la musical son matemáticas: están escritas, están medidas, están ajustadas. Este rigor formal digamos que le pone un corsé escénico a la representación, que -de esta manera- circula sola, con fluidez. Si a eso le sumamos el brío juvenil y el entusiasmo musical de estos artistas con gran profesionalidad y menor nombre, defendiendo la representación con pies y gargantas, podemos contar con garantías suficientes para pasar una velada agradable, entretenida por el baile y las canciones, y con su poquito de moraleja final.

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