jueves, 1 de julio de 2010

ENTRADA EN BLANCO

"Tap Dogs". Dirigido y diseñado por Nigel Triffitt. Coreografía: Dein Perry. Iluminación: David Murray&Gavin Norris. Cuerpo de baile: Sheldon Troy. Benjamin Read. Nigel Long. Grant Turner. James Doubtfire. Christopher Ernest... Músicos: Stephen Gibson. Mark Whiteman. Madrid. Teatro Coliseum. 14-3-2000.

El espectáculo "Tap-dogs" (los perros del claqué, en traducción aproximada) es una de las experiencias escénicas más gozosas que se han producido en los escenarios madrileños ultimamente. Los prejuicios que puedan originarse por el sello de la promoción y la estética que maneja esta compañía de bailarines industriales, imaginando que se trata más de un espectáculo discotequero de de barrio periférico, se vienen abajo ante la excelente producción y realización de este vital, imaginativo y original espectáculo.
"Tap-dogs" no es sólo una obra para amantes de la música pop, rock, acid-house, bacalao, o demás sintonías oscuras de madrugada de fin de semana; tampoco está destinado a esos sectores de público que no asisten nunca al teatro, pensando que es aburrido y decepcionante y se apuntan a cualquier pantomima visual mucho más entretenida y digerible. "Tap-dogs" es una obra de arte, por su excelente realización, por su original concepto de teatro musical urbano, y por la enorme imaginación con que evolucionan los derroteros de este espectáculo sin palabras que habla mucho de cómo las obras bien hechas, están más allá de lso géneros.
Los seis bailarines que ejecutan sus virtuosas contorsiones escénicas, no sólo ofrecen destreza y atletismo sobre la escena, sino que además derraman humor, gracia, ritmo, potencia, y una extraña vitalidad procedente de la exaltación de los cuerpos y los sentidos que siempre ha llevado implícita la danza en toda su historia. No hay más que observar cómo la religión cristiana ha tenido prohibida siempre la danza en todos sus ritos. El cuerpo físico es morada de Satanás, y los sentidos, sus ministros. La lección de espacio escénico que imparte este espectáculo, debería ser de visión obligada para todos los escenógrafos y directores teatrales que se precien. El perfecto mecano de sorpresas y mutaciones que constituye su esencial decorado, se transforma para sugerir algunas formas plásticas (Momix, las vanguardias constructivistas...); pero, sobre todo crea espacios funcionales para uso de los grandes bailarines que integran el espectáculo. Aunque, no usan palabras, el humor aflora en cada momento con una elegancia y una estilización propias de otro teatro físico, el del Tricicle.
Este espectáculo de origen australiano, que ha obtenido numerosos premios en la escena internacional y en particular en la londinense, es un regalo para los amantes del teatro, del musical y del espectáculo. Si pueden, (y aunque sigan dudando tras esta crítica), yo les recomendaría a todos que no se lo pierdesen.

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