viernes, 16 de julio de 2010

HÍBRIDOS DEL DESCONCIERTO


"Llamad a cualquier puerta". De y dirigido por Carlos Fernández López. Reparto: Montserrat Penela. C. Fndez. López. Espacio escénico y vestuario: C. F. L. y Marisa Amor. Iluminación: Carlos Marqueríe. Madrid. Teatro Pradillo. 29-1-2002.

En la escena madrileña que se quiere más renovadora y vanguardista hay una suerte de experiencias escénicas híbridas que podrían considerarse como un precipitado de diferentes elementos que parten del teatro, pasan por la danza, incorporan la música y la iluminación como elementos semiautónomos del discurso escénico, y que tocan tangencialmente el tema de los conflictos humanos, como con pudor de emocionar o interesar al público. En la mayoría de los casos, estos experimentos suelen satisfacer sobre todo a sus artífices, dejando -por el contrario- en los espectadores un tibio desconcierto, pues no se sabe muy bien si no han entendido nada de lo que se les muestra, o si bien estos actantes no pretendían hacerles comprender nada: arduo dilema para el respetable.
"Llamad a cualquier puerta" de Carlos Fernández López, forma parte de esta extraña familia de híbridos teatrales del desconcierto. Por supuesto, la dramaticidad como consecuencia del conflicto y de la acción que éste genera, está desterrada de los objetivos de esta nueva escena. En su lugar, un espacio plástico rotundo, y una sarta de objetos con voz y con alma, suelen suplir la ausencia de vida interior de los catatónicos seres humanos que pululan por la escena.
En "Llamad a cualquier puerta" parece que se está reflexionando sobre las relaciones de pareja, pues un hombre y una mujer se mueven y accionan por ese impoluto espacio rojo que abraza el cielo y el infierno de sus dos habitantes. El protagonismo que alcanzan tres cafeteras sobre dos seres humanos, es como mínimo inquietante. Hay que reconocer que la deshumanización que consiguen los actantes tiene un valor atmosférico de cierta intensidad. Al comienzo, los espectadores observan a estos dos cobayas humanos con mirada de científico curioso, como en un análisis clínico que irremisiblemente desemboca en el desinterés y en el aburrimiento.
La técnica corporal de los dos intérpretes es considerable y se agradece, no como virtuosismo dancístico, sino como ejecución limpia de los movimientos. En cuanto al texto que adorna la representación -como una cafetera más- sucede más bien todo lo contrario. No hay ni voluntad ni técnica de dicción y proyección, con lo cual unas frases más o menos ilustrativas del autismo de la representación, quedan planas y convencionales, insulsas de significado, como si se pretendiese derrumbar el poder talismánico de las palabras. Sólo la música "estúpida, química o bacteriológica" (como ellos la van nombrando), que van poniendo en su equipo de música, consigue transmitir algo de sugestión e interés al público, para soportar la cándida liviandad de toda la representación.

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