viernes, 16 de julio de 2010

TERRORISMO LÚDICO SENTIMENTAL


"12 de Septiembre". De, dirigido e intepretado por: Leo Bassi. Madrid. Teatro Alfil. 30-1-2002.

Leo Bassi es un transgresor de la escena actual. Su espectáculo "12 de Septiembre" comienza -con una puntualidad más que latina, británica- en el vestíbulo del teatro, con el público al alcance de su mano. El hombre del traje, las gafas y el portafolios negros cubierto de polvo, sube a escena como si hubiera escapado del bombardeo de las torres gemelas de Nueva York.
Inicia su monólogo catártico con una reflexión tan caústica y personal, como podría esperarse de este provocador cómico italiano.
Bassi es un histrión caricato y ególatra, que sabe buscarle las cosquillas al público, allí donde más le duele, o con lo que más se identifica. El discurso ácrata de Bassi pasa revista a las vergüenzas de la primera nación del mundo, con el descaro del bufón. Es demasiado directo y público su ataque, como para intentar neutralizarlo. Por eso está tan mimado por los medios de comunicación, (incluida la todopoderosa televisión). Es una forma de instrumentalizar su provocación: haciéndose eco de ella a gran escala. La persistenica del bufón es una prueba de cómo se garantizan en las democracias las libertades de expresión.
Tras sus previsibles confesiones anti-yanquis y anti-globalización, el talento de Bassi aflora cuando vierte sobre la escena toda su arte rocambolesco de fabulación. El actor confiesa que lo que más le fastidió de aquel ataque inesperado a los Estados Unidos el último 11 de Septiembre, fue que le "pisaron" el estreno de su último espectáculo "Terrorismo lúdico". Cuando Bassi comienza a exponer sus delirios, más que sus opiniones, surge la fiesta cómica de la transgresión. El argumento de la obra contaba su plan de atacar todos los campos de golf del mundo, con un ejército de cabras, taponando con excrementos los agujeros de esos prados verdes y perfectos para deleite de pijos y políticos. Por otra parte, la sátira decae cuando el actor comienza a desenhebrar su cadeneta de recuerdos entre tiernos y encantadores talibanes en un viaje a Pakistán.
Aunque el espectáculo pueda resultar excesivo en el discurso, los fieles de Leo Bassi disfrutarán con sus amenazas violentas de ensuciar o agredir al público, provocando en sus víctimas una risa floja de particular excitación. Alarga Bassi el espectáculo con una tercera e innecesaria parte, dedicada a la Biblia, retrasando el fastuoso final donde se unta con miel todo el cuerpo y se introduce en un tubo de plástico con ventilador, mientras una lluvia de plumas le cubre todo el cuerpo. La imagen tiene una poderosa fuerza teatral, preñada de grandeza y plasticidad.
Para transgredir aún más, el cómico italiano sale a la calle bajo la noche invernal, a pasearse entre los taxis y viandantes, sembrando las risas y aplausos del corro de espectadores, que lo sigue hechizado pidiendo más.

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