martes, 6 de julio de 2010

HORMIGUERO MENTAL


"Cartas de amor a Stalin". De Juan Mayorga. Dirección: Guillermo Heras. Escenografía y vestuario: Rafael Garrigós. Reparto: Magüi Mira. Helio Pedregal. Eusebio Lázaro. Madrid. Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero. Fecha de estreno: 8-9-1999

A la hora de valorar algunas de las nuevas semillas que afortunadamente florecen en el teatro español, hay que tener en cuenta que no son sólo los logros de nuevas generaciones llegadas con fuerza y vitalidad al panorama teatral, sino que tras ellos, late el esfuerzo de los que araron el terreno, se encargaron de traer el agua, y se convirtieron en cultivadores de un teatro que habría de llegar. En "Cartas de amor a Stalin" de Juan Mayorga, están implícitos nombres como el de Marco Antonio de la Parra, José Sanchis Sinisterra, o Guillermo Heras -que dirige el espectáculo- quienes han estado estrechamente vinculados con el autor.
A Juan Mayorga sólo le interesan las relaciones humanas con sus amigos y con sus enemigos. Pero sobre todo confía en las relaciones humanas, por eso escribe teatro. Su obra "Cartas de amor a Stalin" está construida con una gran complejidad dramática. Frente a la función de columna vertebral que habitualmente ejerce el texto en el teatro, Mayorga suelta sus palabras como si fueran orugas u hormigas frenéticas que cavaran galerías en la tierra; y por muy caóticas y arbitrarias que puedan parecer en principio, todas terminan comunicándose y adquiriendo una función. Según avanza la obra, va comprobándose que el hormiguero desenfrenado adquiere la forma de un cerebro, el del autor, o lo que es lo mismo, el de su personaje.
Mayorga se vale de la terrible relación epístolar del escritor ruso Mijail Bulgakov con Stalin, como anécdota para hablar de lo que sucede en la mente de un escritor, de su relación con el hecho existencial de la escritura, de la relación con su propio país, con su propio idioma. La obra no trata sobre el comunismo, sino de la creación en libertad, del exilio, del amor, del matrimonio, de la amistad, de nuestra equívoca relación con los monstruos, los fantasmas y los sueños. El texto es rico y sugerente. Y por muy abstracto que pudiera parecer este compendio, las atmósferas dramáticas están calculadísimas por el autor para hacer avanzar la representación de un conflicto humano y sus consecuencias; nada es gratuito: el dramaturgo se convierte en agrimensor.
Es una lástima que la puesta en escena no acompañe al texto en su riqueza; es pobre de ideas y se manifiesta muy desorientada a la hora de ofrecer una lectura escénica, clara y radical. La escenografía y el espacio son confusos e insignificantes; su eclecticismo gratuito no ayuda ni beneficia al desarrollo del juego dramático y la teatralidad implícita en el texto.
Los actores dan lo mejor de sí a la hora de encarnar sus personajes, pero les falta esa orientación de estilo, ese punto al que dirigirse para que fragüe el espectáculo. Helio Pedregal en el papel de Bulgakov realiza uno de sus mejores trabajos interpretativos; Magüi Mira vuelve a pasear (y mucho) su potente energía escénica; y Eusebio Lázaro compone un Stalin "encantador" muy inspirado en el trabajo de Chaplin en su sátira de Hitler en "El gran dictador".

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