lunes, 5 de julio de 2010

JUEGOS PELIGROSOS


"La huella". De Anthony Shaffer. Producción: César Benítez y Luis Lorente. Dirección: Ricard Reguant. Versión: Juan José Arteche. Escenografía y vestuario: José Luis Raymond. Reparto: Agustín González. Andoni Ferreño. Madrid. Teatro Arlequín.

Asistir a la apertura de un local teatral como el Arlequín, donde hasta ahora sólo se proyectaban películas de cine, es una buena ocasión para confirmar la recuperación del teatro como medio de expresión, diversión y comunicación creciente con el público.
César Benítez y Luis Lorente lo han inaugurado con la producción de uno de los textos teatrales más celebrados de las últimas décadas: "La Huella" de Anthony Shaffer, que tuvo la habilidad de convertirse además de en un gran éxito teatral, en una formidable película interpretada por Lawrence Olivier y Michael Caine, dos de los mejores ases que ha dado la escena británica. La razón de este clamoroso éxito radica en que "La huella" no es solamente una comedia policiaca ingeniosa y bien urdida para confundir la perspicacia del público (como marca el género), sino que es un texto germinal que ahonda en la capacidad de simulación del teatro, como base de peligrosos y excitantes juegos humanos.
El "si mágico" del teatro, (ese hacer como si uno fuera otro, y ser aceptado como tal), funciona como piedra de toque par a explorar las cambiantes relaciones de poder entre dos hombres encerrados en una casa, vinculados por una mujer que sólo existe en un cuadro y en las palabras que ellos le dedican.
Los cambios de roles entre amo y víctima, la relación sexualmente ambigua de los mismos personajes, entregados a un sin fin de ficciones y simulaciones, el poder genesíaco de la palabra..., todos estos factores otorgan una enorme riqueza a este texto, escrito para que dos grandes actores certifiquen su calidad sobre las tablas.
Agustín González vuelve a demostrar su gran categoría interpretativa a la hora de componer este difícil personaje que conduce inicialmente todo el juego de la obra, lanzando sus envenenados dardos sobre la diana de su víctima: el hombre que lo visita en su casa. La segunda parte de este juego "macabro" se sostiene con más dificultad, al ser Andoni Ferreño (un actor apuesto y simpático) el encargado de marcar la pauta de este "psicodrama pasional". Le faltan muchos matices y mucha experiencia para hacer creíble su caracterización como temible inspector de policía, que atrapa como en una ratonera a su anfitrión acorralado.
No obstante, el público sigue con atención e interés esta representación de "La huella", (servida en un bonito decorado de José Luis Raymond, que recrea el salón de una vetusta mansión británica rebosante de mecanismos ocultos y sorpresas), que viene a enriquecer con un gran texto dramático, la actual cartelera madrileña.

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