"El príncipe y la corista”. De Terence Rattigan. Versión: Vicente Molina Foix. Dirección: Francisco Vidal. Reparto: Emilio Gutiérrez Caba. María Adánez. Paca Ojea. Cipriano Lodosa. Alejandro Arestegui. Ana Bettschen Capa. Tomás Sáez. Escenografía: Ana Garay. Vestuario: Elisa Sanz. Madrid. Teatro Muñoz Seca. 5-IX-2002.
“El príncipe y la corista” es una comedia de Terence Rattigan que se hizo famosa en los escenarios londinenses en la década de los cincuenta del siglo pasado. La versión cinematográfica que protagonizaron Marilyn Monroe y Lawrence Olivier le dio fama planetaria, tanto que devoró la estela de su éxito en los escenarios. Rattigan no sólo quiso contar en su obra, las relaciones accidentales de una hermosa y casquivana corista norteamericana con un vetusto regente europeo de los Balcanes, presente en Londres para asistir a una coronación monárquica, sino que pretendía criticar la deshumanización de la política, sus corruptelas y la falta de sentimientos en las altas esferas. Lo que el personaje de la corista aporta al regente y su entorno, no es sólo una aventura de una noche -que no llega si quiera a consumarse inicialmente,- sino la lección de que la vida sin amor, en cualquiera de sus -ámbitos, ni es vida, ni merece la pena de ser vivida.
Hay en este espectáculo un refinamiento artístico que le va muy bien al género de alta comedia en la que se inscribe la obra. El texto dramático –adaptado sólidamente por V. Molina Foix- es sumamente inteligente, y permite que en un solo escenario se desarrollen todos los episodios de esta relación improvisada y azarosa, sin que se eche en falta el dinamismo de los decorados cinematográficos; y sobre todo el fino y talentoso trabajo de sus intérpretes, hace olvidar pronto las odiosas comparaciones con la película. Emilio Gutiérrez Caba vuelve a demostrar sus altas dotes interpretativas en la composición del adusto, vetusto y, a la par, libertino príncipe regente. María Adánez despliega su frescura, encanto y belleza para hacer completamente creíble y deseable esta nueva corista que habita bajo su piel y no la de otra; no hay sombra de la rubia reverencial sobre la escena. Paca Ojea está genial en su composición de la esposa del príncipe. Resulta curioso, cómo tras tantos años de precisa técnica interpretativa, la Ojea ha alcanzado una espléndida madurez, que la emparenta con la genuina espontaneidad de nuestras más entrañables cómicas intuitivas. Cipriano Lodosa vuelve a mostrar su afinado nervio interpretativo dando vida a un reticente e inoportuno funcionario británico de Asuntos exteriores; y el joven Alejandro Arestegui interpreta al joven rey con brío y apostura.
Francisco Vidal ha realizado un buen trabajo de dirección, ayudado por la exquisita escenografía de Ana Garay, y el irónico y preciosista vestuario de Elisa Sanz.
La noche del estreno, el público estaba deseando aplaudir antes de que las escenas terminaran. La ovación final fue larga y merecida, el espectáculo hace crecer las expectativas del espectador más reticente.
“El príncipe y la corista” es una comedia de Terence Rattigan que se hizo famosa en los escenarios londinenses en la década de los cincuenta del siglo pasado. La versión cinematográfica que protagonizaron Marilyn Monroe y Lawrence Olivier le dio fama planetaria, tanto que devoró la estela de su éxito en los escenarios. Rattigan no sólo quiso contar en su obra, las relaciones accidentales de una hermosa y casquivana corista norteamericana con un vetusto regente europeo de los Balcanes, presente en Londres para asistir a una coronación monárquica, sino que pretendía criticar la deshumanización de la política, sus corruptelas y la falta de sentimientos en las altas esferas. Lo que el personaje de la corista aporta al regente y su entorno, no es sólo una aventura de una noche -que no llega si quiera a consumarse inicialmente,- sino la lección de que la vida sin amor, en cualquiera de sus -ámbitos, ni es vida, ni merece la pena de ser vivida.
Hay en este espectáculo un refinamiento artístico que le va muy bien al género de alta comedia en la que se inscribe la obra. El texto dramático –adaptado sólidamente por V. Molina Foix- es sumamente inteligente, y permite que en un solo escenario se desarrollen todos los episodios de esta relación improvisada y azarosa, sin que se eche en falta el dinamismo de los decorados cinematográficos; y sobre todo el fino y talentoso trabajo de sus intérpretes, hace olvidar pronto las odiosas comparaciones con la película. Emilio Gutiérrez Caba vuelve a demostrar sus altas dotes interpretativas en la composición del adusto, vetusto y, a la par, libertino príncipe regente. María Adánez despliega su frescura, encanto y belleza para hacer completamente creíble y deseable esta nueva corista que habita bajo su piel y no la de otra; no hay sombra de la rubia reverencial sobre la escena. Paca Ojea está genial en su composición de la esposa del príncipe. Resulta curioso, cómo tras tantos años de precisa técnica interpretativa, la Ojea ha alcanzado una espléndida madurez, que la emparenta con la genuina espontaneidad de nuestras más entrañables cómicas intuitivas. Cipriano Lodosa vuelve a mostrar su afinado nervio interpretativo dando vida a un reticente e inoportuno funcionario británico de Asuntos exteriores; y el joven Alejandro Arestegui interpreta al joven rey con brío y apostura.
Francisco Vidal ha realizado un buen trabajo de dirección, ayudado por la exquisita escenografía de Ana Garay, y el irónico y preciosista vestuario de Elisa Sanz.
La noche del estreno, el público estaba deseando aplaudir antes de que las escenas terminaran. La ovación final fue larga y merecida, el espectáculo hace crecer las expectativas del espectador más reticente.
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