"Fedra". De Miguel de Unamuno. Dirección: Manuel Canseco. Compañía 98 Teatro. Intérpretes: Mara Goyanes, Maribel Lara, Luis Hostalot, Rodolfo Sancho, Cristina Juan, Juan Calot. Madrid. Teatro Olimpia. Fecha estreno: 19-2-1999.
La incursión de Unamuno en el teatro fue más breve de lo deseable, aunque tampoco los escenarios teatrales de su tiempo lo reclamaron con demasiada insistencia. Don Miguel era profesor de griego y conocía perfectamente el mundo clásico y los mitos de la tragedia. Su "Fedra" nació en 1922, aunque estaba trabajando en ella desde 1910 con gran orgullo y tesón, y comentaba a sus amigos estar componiendo una Fedra cristiana, una obra de pasión. A diferencia del "Hipólito" de Eurípides y de la "Fedra" de Racine, Unamuno salva a Hipólito (etimológicamente el que ha sido destrozado por los caballos) que se ha mantenido puro y casto a los requerimientos de su madrastra, y que al final se reconcilia con su padre. El final trágico sólo se reserva para la heroína, no por haber amado, sino por haber engañado. Lo que Unamuno condena no es la pasión incestuosa, sino la falsía de Fedra. Frente a la tiranía de la maldita carne, sólo debe resplandecer la desnuda verdad. Unamuno se vale de la Fedra de la tragedia griega como de una fábula, que transgrediéndola se vuelve más didáctica: antes que nada, debe imponerse siempre lo verdadero.
Resulta curioso que una obra en la que late este desesperado debate casi metafísico (más propia de auto sacramental que de drama realista) derive en el montaje de Manuel Canseco en un sobrio y contenido drama rural, potenciado desde la escenografía y la puesta en escena; salvo Fedra, todos los demás personajes no cesan de realizar acciones cotidianas. El estatismo y hasta la rigidez propios de la tragedia quedan soslayados en este montaje. Luis Hostalot elabora concienzudamente el personaje del padre agraviado, pero tiene que luchar por disimular los años que le separan de la edad del personaje. El joven Rodolfo Sancho, demuestra un nervio escénico -nacido de la relajación- que dibuja bien su personaje, el mejor escrito de la obra. Mara Goyanes compone un ama creíble y eficiente. Y Maribel Lara, en el personaje de Fedra, arranca con un registro interpretativo sugerente que, lamentablemente, apenas sufre transformaciones a lo largo de toda la representación.
Para un espectador que siga confiando en que el escenario teatral pueda propiciar un doble debate, tanto de ideas como de estéticas; y que el teatro, además, pueda generar imágenes potentes o sugestivas de gran locuacidad e impacto, puede que éste no sea su espectáculo. Pero, para el público que guste ver un buen y contenido drama rural, de resonancias filosóficas y agonizantes, (y con una hermosa música clásica en los oscuros), tal vez pasen con esta Fedra una buena y sencilla tarde de teatro.
La incursión de Unamuno en el teatro fue más breve de lo deseable, aunque tampoco los escenarios teatrales de su tiempo lo reclamaron con demasiada insistencia. Don Miguel era profesor de griego y conocía perfectamente el mundo clásico y los mitos de la tragedia. Su "Fedra" nació en 1922, aunque estaba trabajando en ella desde 1910 con gran orgullo y tesón, y comentaba a sus amigos estar componiendo una Fedra cristiana, una obra de pasión. A diferencia del "Hipólito" de Eurípides y de la "Fedra" de Racine, Unamuno salva a Hipólito (etimológicamente el que ha sido destrozado por los caballos) que se ha mantenido puro y casto a los requerimientos de su madrastra, y que al final se reconcilia con su padre. El final trágico sólo se reserva para la heroína, no por haber amado, sino por haber engañado. Lo que Unamuno condena no es la pasión incestuosa, sino la falsía de Fedra. Frente a la tiranía de la maldita carne, sólo debe resplandecer la desnuda verdad. Unamuno se vale de la Fedra de la tragedia griega como de una fábula, que transgrediéndola se vuelve más didáctica: antes que nada, debe imponerse siempre lo verdadero.
Resulta curioso que una obra en la que late este desesperado debate casi metafísico (más propia de auto sacramental que de drama realista) derive en el montaje de Manuel Canseco en un sobrio y contenido drama rural, potenciado desde la escenografía y la puesta en escena; salvo Fedra, todos los demás personajes no cesan de realizar acciones cotidianas. El estatismo y hasta la rigidez propios de la tragedia quedan soslayados en este montaje. Luis Hostalot elabora concienzudamente el personaje del padre agraviado, pero tiene que luchar por disimular los años que le separan de la edad del personaje. El joven Rodolfo Sancho, demuestra un nervio escénico -nacido de la relajación- que dibuja bien su personaje, el mejor escrito de la obra. Mara Goyanes compone un ama creíble y eficiente. Y Maribel Lara, en el personaje de Fedra, arranca con un registro interpretativo sugerente que, lamentablemente, apenas sufre transformaciones a lo largo de toda la representación.
Para un espectador que siga confiando en que el escenario teatral pueda propiciar un doble debate, tanto de ideas como de estéticas; y que el teatro, además, pueda generar imágenes potentes o sugestivas de gran locuacidad e impacto, puede que éste no sea su espectáculo. Pero, para el público que guste ver un buen y contenido drama rural, de resonancias filosóficas y agonizantes, (y con una hermosa música clásica en los oscuros), tal vez pasen con esta Fedra una buena y sencilla tarde de teatro.
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