"Los árboles mueren de pie". De Alejandro Casona. Producción: Juanjo Seoane. Dirección: Gerardo Malla. Actores: Amparo Rivelles. Víctor Valverde. Amparo Pamplona. Francisco Piquer. Tomás Sáez, Carlos Manuel Díaz... Madrid. Teatro Alcázar. Estreno: 22-1-1999.
Antes que nada, hay que agradecer al productor Juanjo Seoane su amor y su fe en el teatro, pues una producción de las características de "Los árboles mueren de pie", (procedente del teatro privado que no institucional), es poco habitual en las fórmulas actuales de inversión teatral, donde el riesgo y la inversión económica en espectáculos suele ser cada vez más cicatera. Los diez actores que forman el elenco de este montaje ayudan con lo mejor de su oficio a que el público disfrute de una buena sesión de teatro, de las de siempre. Uno de los secretos del éxito teatral es tener en cuenta al público al que uno pretende dirigirse, y en este sentido el objetivo está ampliamente cumplido.
Alejandro Casona escribió un teatro para ser oído o leído, más que representado. Hay que subrayar la importancia que tiene la palabra en las obras del autor asturiano. Su verbo y su reflexión hechizan al público que se queda como hipnotizado, o concentrado en el discurso que desgranan con gran sencillez y profesionalidad los actores. Los bellos parlamentos que escribió Casona en sus obras, interesan, y hacen pensar al público, pero sobre todo le hacen sentir. El teatro de Casona ha sido minusvalorado por algún sector de la crítica, precisamente por su gran emotividad. Pero hay que reconocer que consigue transmitir diáfanamente al público lo que los personajes piensan o sienten.
Hay que destacar la bella escenografía de Alfonso Barajas que da un tono impecable a la representación. Escenarios como los suyos, se ven ya pocos en el teatro actual. Asistir a esta representación es como entrar en un reciente túnel del tiempo y conocer directamente el teatro como se ha hecho siempre. Y ello se debe ante todo al buen hacer de las actrices y actores. Gerardo Malla ha sabido dotar a la función como de una gran confianza en sí misma que se transmite fácilmente al público.
Amparo Pamplona da emoción interior a su personaje y Víctor Valverde demuestra su peso específico de galán maduro; sus voces son personales, sugerentes y emotivas. Finalmente, hay que añadir que "Los árboles mueren de pie" ofrece la oportunidad y el privilegio de ver en escena a Amparo Rivelles, una dama eterna de la escena española, que despliega su sapiencia y elegancia interpretativa sobre las tablas, incluso cuando la enfermedad le arrebata sus fuerzas. En la segunda función del último domingo, la Rivelles estaba en escena, disminuida de facultades; y aunque una ambulancia la esperaba a la puerta del teatro para llevarla a ingresar en cualquier momento, ella pidió que le dejaran terminar la obra aunque estaba casi desfallecida. Una ola permanente de aplausos la apoyaba en su ardua tarea hasta que cayó finalmente el telón. Esas cosas sólo pueden suceder y vivirse en un teatro: el buen teatro de siempre; y con una raza de actrices que entienden su profesión como lo hacen un cura, un torero, o un payaso: ni la muerte puede detenerlos.
Antes que nada, hay que agradecer al productor Juanjo Seoane su amor y su fe en el teatro, pues una producción de las características de "Los árboles mueren de pie", (procedente del teatro privado que no institucional), es poco habitual en las fórmulas actuales de inversión teatral, donde el riesgo y la inversión económica en espectáculos suele ser cada vez más cicatera. Los diez actores que forman el elenco de este montaje ayudan con lo mejor de su oficio a que el público disfrute de una buena sesión de teatro, de las de siempre. Uno de los secretos del éxito teatral es tener en cuenta al público al que uno pretende dirigirse, y en este sentido el objetivo está ampliamente cumplido.
Alejandro Casona escribió un teatro para ser oído o leído, más que representado. Hay que subrayar la importancia que tiene la palabra en las obras del autor asturiano. Su verbo y su reflexión hechizan al público que se queda como hipnotizado, o concentrado en el discurso que desgranan con gran sencillez y profesionalidad los actores. Los bellos parlamentos que escribió Casona en sus obras, interesan, y hacen pensar al público, pero sobre todo le hacen sentir. El teatro de Casona ha sido minusvalorado por algún sector de la crítica, precisamente por su gran emotividad. Pero hay que reconocer que consigue transmitir diáfanamente al público lo que los personajes piensan o sienten.
Hay que destacar la bella escenografía de Alfonso Barajas que da un tono impecable a la representación. Escenarios como los suyos, se ven ya pocos en el teatro actual. Asistir a esta representación es como entrar en un reciente túnel del tiempo y conocer directamente el teatro como se ha hecho siempre. Y ello se debe ante todo al buen hacer de las actrices y actores. Gerardo Malla ha sabido dotar a la función como de una gran confianza en sí misma que se transmite fácilmente al público.
Amparo Pamplona da emoción interior a su personaje y Víctor Valverde demuestra su peso específico de galán maduro; sus voces son personales, sugerentes y emotivas. Finalmente, hay que añadir que "Los árboles mueren de pie" ofrece la oportunidad y el privilegio de ver en escena a Amparo Rivelles, una dama eterna de la escena española, que despliega su sapiencia y elegancia interpretativa sobre las tablas, incluso cuando la enfermedad le arrebata sus fuerzas. En la segunda función del último domingo, la Rivelles estaba en escena, disminuida de facultades; y aunque una ambulancia la esperaba a la puerta del teatro para llevarla a ingresar en cualquier momento, ella pidió que le dejaran terminar la obra aunque estaba casi desfallecida. Una ola permanente de aplausos la apoyaba en su ardua tarea hasta que cayó finalmente el telón. Esas cosas sólo pueden suceder y vivirse en un teatro: el buen teatro de siempre; y con una raza de actrices que entienden su profesión como lo hacen un cura, un torero, o un payaso: ni la muerte puede detenerlos.
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