“Los carniceros”. De Antonio Morcillo López. Dirección: Dennis Rafter. Escenografía: Jose Luis Raymond. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Reparto: Miguel Morella, Luis Callejo Martínez, Susanne Ditlevsen. Paco del Olmo… Sala Fernando de Rojas. Círculo de Bellas Artes. Madrid. 20-12-1998.
"Los Carniceros" ganó el Premio Marqués de Bradomín 1997 para nuevos autores dramáticos y esa es la razón por la que se ha estrenado esta temporada, el premio lleva implícito el bautizo en las tablas del nuevo autor galardonado. Este texto está escrito contra todas las guerras, una sana intención que pone en evidencia el buen enfoque que su autor quiere dar a su teatro, pero a su obra le falta teatralidad por todos los poros de las palabras. El teatro se caracteriza por la acción, la situación y los personajes; además del diálogo, en las propuestas que se basan en la palabra, como la que comentamos.
Dentro de un espacio metafórico, un hospital de exterminio hecho jirones, los personajes comienzan cada escena con un largo monólogo en el que se expresan todas sus ideas, y todo lo que se supone que han hecho hasta llegar a escena: la acción se dice. Esta debilidad narrativa del montaje intenta ser subsanada por el director Denis Rafter, que intenta diferenciar claramente los personajes con un buen trabajo de dirección de actores, limitado siempre por las barreras del texto. En su feroz intento de arramblar con todos los responsables de la guerra, el autor crea un mecanismo truculento para intentar salvar su falta de dramaticidad: los médicos del hospital donde acuden los heridos de guerra, en realidad, son carniceros. Toda la confusión que genera el autor novel en su propuesta textual, intenta ser clarificada -en todo momento- por la puesta en escena de un director tan experimentado como Rafter.
"Los Carniceros" ganó el Premio Marqués de Bradomín 1997 para nuevos autores dramáticos y esa es la razón por la que se ha estrenado esta temporada, el premio lleva implícito el bautizo en las tablas del nuevo autor galardonado. Este texto está escrito contra todas las guerras, una sana intención que pone en evidencia el buen enfoque que su autor quiere dar a su teatro, pero a su obra le falta teatralidad por todos los poros de las palabras. El teatro se caracteriza por la acción, la situación y los personajes; además del diálogo, en las propuestas que se basan en la palabra, como la que comentamos.
Dentro de un espacio metafórico, un hospital de exterminio hecho jirones, los personajes comienzan cada escena con un largo monólogo en el que se expresan todas sus ideas, y todo lo que se supone que han hecho hasta llegar a escena: la acción se dice. Esta debilidad narrativa del montaje intenta ser subsanada por el director Denis Rafter, que intenta diferenciar claramente los personajes con un buen trabajo de dirección de actores, limitado siempre por las barreras del texto. En su feroz intento de arramblar con todos los responsables de la guerra, el autor crea un mecanismo truculento para intentar salvar su falta de dramaticidad: los médicos del hospital donde acuden los heridos de guerra, en realidad, son carniceros. Toda la confusión que genera el autor novel en su propuesta textual, intenta ser clarificada -en todo momento- por la puesta en escena de un director tan experimentado como Rafter.
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