"La malquerida”. De Jacinto Benavente. Dirección: Joaquín Vida. Reparto: Nati Mistral. Manuel Gallardo. Mar Bordallo. Alberto Alonso. Alicia Agut. Luis Marín. José Antonio Gallego. José Mª Barbero. Carmen Serrano. Lola Cordón. Música: José L. Gualda/Nicolás Medina. Escenografía y figurines: Juan y Joaquín Vida. Madrid. Teatro Fígaro. 13-9-2002
Benavente reinaba en la escena española cuando se estrenó “La malquerida”, ese drama rural con resolución trágica, que venía a coronar todo un teatro de género campesino, que relucía en una España agrícola y católica, desde el teatro del S. XVI con Gil Vicente, Juan Del Encina, o Lucas Fernández, y que alcanzaría su cumbre en obras como “Fuenteovejuna” o “El alcalde de Zalamea”.
El teatro que se desarrolla en los pueblos españoles es un teatro de tierra bronca, casi bíblica, donde los sentimientos humanos y los del bravo y agreste paisaje se confunden. Tanto en “Bodas de sangre”, como “la casa de Bernarda Alba”, la Naturaleza es una enemiga, la culpa es de la tierra, sus hijos sólo son sus víctimas. El público urbano de comienzos de siglo XXI sigue conectando maravillosamente con este conflicto que nace de las entrañas del tiempo y del paisaje, alimenta el imaginario del animal que llevamos dentro. La tragedia genera catarsis, que es algo así como ese agujero hondo que se va haciendo en el estómago, cada vez más penetrante, que nos desasosiega y al tiempo nos da placer. El público disfruta viendo “La Malquerida” porque esta obra es de las que ha pasado a formar parte del acervo popular, como las de Calderón o las de Lorca. Los espectadores actuales reconocen en ella las señas de identidad de una civilización propia y mediterránea.
Si además se tiene la oportunidad de contemplar a una de las más altas personalidades artísticas de nuestra escena, Nati Mistral dando vida porte y pronto a la Raimunda, el asunto se torna más interesante. La Mistral comprende y ama lo que está haciendo, y esos son las bases de la verdadera creación artística. Su poderosa presencia escénica, enérgica y sensual (su Raimunda es una mujer enamorada, y eso se transpira y la embellece durante toda la obra), se enriquece con las calidades y modulaciones que imprime a su voz e interpretación. La representación cabalga a la perfección de su mano, acompañada por la sintonizada presencia de Manuel Gallardo interpretando al ambiguo y deseado Esteban; y la explosiva belleza de Mar Bordallo, una bomba a punto de estallar desde la primera escena. Alberto Alonso da vida a El Rubio, el verdugo de la tragedia, con intensidad dramática y poca convicción escénica. Alicia Agut llena de vida y personalidad su personaje de la Juliana, y el joven José Antonio Gallego respira y vibra con sensibilidad la tragedia de Norberto, (el ex-novio acorralado).
El público del estreno aplaudió con admiración y con ganas el talento de la Mistral y sus compañeros, y sobre todo la palabra grande, fina y esencialmente dramática de Jacinto Benavente.
Benavente reinaba en la escena española cuando se estrenó “La malquerida”, ese drama rural con resolución trágica, que venía a coronar todo un teatro de género campesino, que relucía en una España agrícola y católica, desde el teatro del S. XVI con Gil Vicente, Juan Del Encina, o Lucas Fernández, y que alcanzaría su cumbre en obras como “Fuenteovejuna” o “El alcalde de Zalamea”.
El teatro que se desarrolla en los pueblos españoles es un teatro de tierra bronca, casi bíblica, donde los sentimientos humanos y los del bravo y agreste paisaje se confunden. Tanto en “Bodas de sangre”, como “la casa de Bernarda Alba”, la Naturaleza es una enemiga, la culpa es de la tierra, sus hijos sólo son sus víctimas. El público urbano de comienzos de siglo XXI sigue conectando maravillosamente con este conflicto que nace de las entrañas del tiempo y del paisaje, alimenta el imaginario del animal que llevamos dentro. La tragedia genera catarsis, que es algo así como ese agujero hondo que se va haciendo en el estómago, cada vez más penetrante, que nos desasosiega y al tiempo nos da placer. El público disfruta viendo “La Malquerida” porque esta obra es de las que ha pasado a formar parte del acervo popular, como las de Calderón o las de Lorca. Los espectadores actuales reconocen en ella las señas de identidad de una civilización propia y mediterránea.
Si además se tiene la oportunidad de contemplar a una de las más altas personalidades artísticas de nuestra escena, Nati Mistral dando vida porte y pronto a la Raimunda, el asunto se torna más interesante. La Mistral comprende y ama lo que está haciendo, y esos son las bases de la verdadera creación artística. Su poderosa presencia escénica, enérgica y sensual (su Raimunda es una mujer enamorada, y eso se transpira y la embellece durante toda la obra), se enriquece con las calidades y modulaciones que imprime a su voz e interpretación. La representación cabalga a la perfección de su mano, acompañada por la sintonizada presencia de Manuel Gallardo interpretando al ambiguo y deseado Esteban; y la explosiva belleza de Mar Bordallo, una bomba a punto de estallar desde la primera escena. Alberto Alonso da vida a El Rubio, el verdugo de la tragedia, con intensidad dramática y poca convicción escénica. Alicia Agut llena de vida y personalidad su personaje de la Juliana, y el joven José Antonio Gallego respira y vibra con sensibilidad la tragedia de Norberto, (el ex-novio acorralado).
El público del estreno aplaudió con admiración y con ganas el talento de la Mistral y sus compañeros, y sobre todo la palabra grande, fina y esencialmente dramática de Jacinto Benavente.
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