"Memoria de un olvido. Cernuda (1902-1963)”. Idea y dirección de José Luis Gómez. Interpretado por José Luis Gómez e Israel Elejalde. Dramaturgia: Carlos Aladro/Azucena López Cobo. Escenografía y vestuario: Elisa Sanz. Madrid. Teatro de la Abadía.
Se dice que soñamos en blanco y negro. Soñar es sinónimo de desear. En el mundo privado e individual, a través de los sueños se alcanzan o se solucionan las angustias que nos producen las ausencias de la vida. En la realidad distinguimos los colores de todas las cosas, aunque duela mucho el conocimiento de la experiencia. El arte es un oficio que se ejerce para soñar despiertos, para conjurar los miedos, para detener el tiempo. El poeta canta su pena y la convierte en alegría y consuelo del lector y del público, que alcanza a través de sus versos, la identificación y el reflejo desde la experiencia estética.
La poesía es una materia cargada de futuro para construir el mejor teatro. El poeta, carpintero de los sueños, enciende a la perfección el conflicto motor del drama.
Luis Cernuda no fue probablemente un hombre feliz, la amargura, el resentimiento, el escepticismo nublan su relación con los otros, pero Cernuda respiró siempre su parte más viva y más lúdica a través de la poesía. En ella se corrige la realidad, se ilumina el dolor de la vida, y se despliega la alegría del cantante y del rapsoda. No existe el poeta amargado y resentido, porque su oficio literario le eleva hasta la esperanza en el futuro. El de sus versos, su voz o su nombre, convertido en una estrella con nombre y apellido reluciendo en la eternidad, venciendo al olvido.
Hay que felicitarse de que la riquísima obra poética de Cernuda suba a los escenarios de nuevo, pues aumenta el vigor de su presencia, lo revive, lo reactualiza, en la memoria del publico. José Luis Gómez se suma a los actos de homenaje al poeta sevillano en el centenario de su nacimiento con “Memoria de un olvido”, un espectáculo de cámara, donde los versos de Cernuda son usados para construir una ceremonia de la angustia, la amargura, la soledad o la desesperanza. Todo es gris en este trabajo escénico, igual que en los sueños. El color de la vida y del deseo está desterrado de esta propuesta escénica. El estado anímico dominante del poeta es el desánimo. El primer poema que se pronuncia en la representación es el que cierra “La realidad y el deseo”. El espectáculo parte del desengaño final del hombre, y desde ese ángulo de mirada, se evoca la figura del poeta desterrado tantas veces de su calle del Aire, en su Sevilla.
Gómez ejercita su virtuosismo interpretativo -especialmente vocal- a la hora de interpretar y pronunciar los versos cernudianos. El joven Cernuda –interpretado con templanza y calidad por Israel Elejalde- se proyecta como un recuerdo ceniciento del adulto vencido por “La desolación de la quimera”. Un riguroso audiovisual en blanco y negro, acompaña a los actores como una puerta abierta a la memoria terrible.
Quizás se eche en falta en esta propuesta la alegría que entraña el acto de ser poeta, en un caso como el de Cernuda, un profesional y un militante del deseo, que se emocionaba tanto en la belleza sensual de la vida, como en su más negra radiografía.
El público aplaudió reverentemente a los intérpretes y especialmente la memoria de Luis Cernuda, jamás devorada por el olvido.
Se dice que soñamos en blanco y negro. Soñar es sinónimo de desear. En el mundo privado e individual, a través de los sueños se alcanzan o se solucionan las angustias que nos producen las ausencias de la vida. En la realidad distinguimos los colores de todas las cosas, aunque duela mucho el conocimiento de la experiencia. El arte es un oficio que se ejerce para soñar despiertos, para conjurar los miedos, para detener el tiempo. El poeta canta su pena y la convierte en alegría y consuelo del lector y del público, que alcanza a través de sus versos, la identificación y el reflejo desde la experiencia estética.
La poesía es una materia cargada de futuro para construir el mejor teatro. El poeta, carpintero de los sueños, enciende a la perfección el conflicto motor del drama.
Luis Cernuda no fue probablemente un hombre feliz, la amargura, el resentimiento, el escepticismo nublan su relación con los otros, pero Cernuda respiró siempre su parte más viva y más lúdica a través de la poesía. En ella se corrige la realidad, se ilumina el dolor de la vida, y se despliega la alegría del cantante y del rapsoda. No existe el poeta amargado y resentido, porque su oficio literario le eleva hasta la esperanza en el futuro. El de sus versos, su voz o su nombre, convertido en una estrella con nombre y apellido reluciendo en la eternidad, venciendo al olvido.
Hay que felicitarse de que la riquísima obra poética de Cernuda suba a los escenarios de nuevo, pues aumenta el vigor de su presencia, lo revive, lo reactualiza, en la memoria del publico. José Luis Gómez se suma a los actos de homenaje al poeta sevillano en el centenario de su nacimiento con “Memoria de un olvido”, un espectáculo de cámara, donde los versos de Cernuda son usados para construir una ceremonia de la angustia, la amargura, la soledad o la desesperanza. Todo es gris en este trabajo escénico, igual que en los sueños. El color de la vida y del deseo está desterrado de esta propuesta escénica. El estado anímico dominante del poeta es el desánimo. El primer poema que se pronuncia en la representación es el que cierra “La realidad y el deseo”. El espectáculo parte del desengaño final del hombre, y desde ese ángulo de mirada, se evoca la figura del poeta desterrado tantas veces de su calle del Aire, en su Sevilla.
Gómez ejercita su virtuosismo interpretativo -especialmente vocal- a la hora de interpretar y pronunciar los versos cernudianos. El joven Cernuda –interpretado con templanza y calidad por Israel Elejalde- se proyecta como un recuerdo ceniciento del adulto vencido por “La desolación de la quimera”. Un riguroso audiovisual en blanco y negro, acompaña a los actores como una puerta abierta a la memoria terrible.
Quizás se eche en falta en esta propuesta la alegría que entraña el acto de ser poeta, en un caso como el de Cernuda, un profesional y un militante del deseo, que se emocionaba tanto en la belleza sensual de la vida, como en su más negra radiografía.
El público aplaudió reverentemente a los intérpretes y especialmente la memoria de Luis Cernuda, jamás devorada por el olvido.
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