"San Francisco, juglar de Dios” de Darío Fo. Dirección e interpretación: Rafael Álvarez “el Brujo”. Escenografía: Darío Fo. Versión y traducción: Carla Matteini. Música: Javier Alejano. Iluminación: M. A. Camacho. Madrid. Teatro Albéniz. Festival de Otoño 2002.
Rafael Álvarez “el Brujo” es una de las personalidades más genuinas e interesantes de la escena española. Su trabajo como actor va más allá de ponerse al servicio de la visión de un director, que tendría difícil encajarlo en un reparto convencional, pues “el Brujo” es en sí mismo y por sí solo, una forma irrepetible de entender y realizar un espectáculo. Su larga, tenaz y fecunda trayectoria le ha conducido a un lugar destacado de nuestro teatro. “El Brujo” se ha inventado no sólo un repertorio propio, sino un estilo interpretativo que parte del cuerpo y de la voz en relajación, para dar forma física a todas las emociones de los personajes que interpreta. El público sabe reconocer la excepcionalidad de este intérprete y llena los teatros donde Rafael Álvarez comparece.
Darío Fo es una de las figuras más relevantes de la escena internacional, no sólo por su flamante Premio Nobel, sino por la coherencia de su trayectoria, al lado de su imprescindible esposa Franca Rame. Juntos, han realizado una de las trayectorias más intachables de toda la escena europea. El éxito nunca ha apartado a Fo de su camino: satirizar divirtiendo, de ahí le viene su calificación de Juglar del S. XX (y por fortuna, también del presente siglo). Fo no sólo ha dirigido e interpretado sus espectáculos, sino que además los ha escrito. La figura del hombre total de teatro con él alcanza sentido.
En cierto modo, las trayectorias de ambos creadores son coincidentes: han construido un camino personal (al margen de modas y corrientes dominantes) donde es difícil que alguien pueda superarles. No es extraño pues que Fo y “el Brujo” hayan confluido en un punto determinado, este “San Francisco, juglar de Dios”, escrito por el italiano e interpretado por el español. La combinación, en principio parece suculenta. Carla Matteini ha colaborado en ello con una traducción -como siempre- acertada e impecable.
Sin embargo, hay algo que no termina de cuajar en este prometedor espectáculo. Si la visión satírica de Fo, sobre la historia de Francisco de Asís (otro marginal sobresaliente) y sus paisanos de la Italia medieval, es ejemplar y moralizante, (en el sentido universal del término), no parece que sea éste el mejor caldo de cultivo para los auténticos talentos escénicos de nuestro gran artista ibérico. Cuando resulta más vivo y comunicativo, es cuando cuenta una preciosa historia de cómicos acontecida en la fonda que tenían sus padres en Torredonjimeno. El bufón, el juglar, el cómico de la legua, el ciego que canta romances..., siempre están hablando de sí mismos. El actor y el público del juglar se sienten más cómodos oyendo hablar de Palencia o de Despeñaperros, que de Bolonia, Asís o Nápoles. La comunicación directa del ancestral rapsoda del cuerpo se dirige a la memoria colectiva de un pueblo. Sensual, divertido, y poco corrosivo, “el brujo” volvió a cautivar a su público, con su generosa comparecencia escénica, que arranco largos aplausos del respetable.
Rafael Álvarez “el Brujo” es una de las personalidades más genuinas e interesantes de la escena española. Su trabajo como actor va más allá de ponerse al servicio de la visión de un director, que tendría difícil encajarlo en un reparto convencional, pues “el Brujo” es en sí mismo y por sí solo, una forma irrepetible de entender y realizar un espectáculo. Su larga, tenaz y fecunda trayectoria le ha conducido a un lugar destacado de nuestro teatro. “El Brujo” se ha inventado no sólo un repertorio propio, sino un estilo interpretativo que parte del cuerpo y de la voz en relajación, para dar forma física a todas las emociones de los personajes que interpreta. El público sabe reconocer la excepcionalidad de este intérprete y llena los teatros donde Rafael Álvarez comparece.
Darío Fo es una de las figuras más relevantes de la escena internacional, no sólo por su flamante Premio Nobel, sino por la coherencia de su trayectoria, al lado de su imprescindible esposa Franca Rame. Juntos, han realizado una de las trayectorias más intachables de toda la escena europea. El éxito nunca ha apartado a Fo de su camino: satirizar divirtiendo, de ahí le viene su calificación de Juglar del S. XX (y por fortuna, también del presente siglo). Fo no sólo ha dirigido e interpretado sus espectáculos, sino que además los ha escrito. La figura del hombre total de teatro con él alcanza sentido.
En cierto modo, las trayectorias de ambos creadores son coincidentes: han construido un camino personal (al margen de modas y corrientes dominantes) donde es difícil que alguien pueda superarles. No es extraño pues que Fo y “el Brujo” hayan confluido en un punto determinado, este “San Francisco, juglar de Dios”, escrito por el italiano e interpretado por el español. La combinación, en principio parece suculenta. Carla Matteini ha colaborado en ello con una traducción -como siempre- acertada e impecable.
Sin embargo, hay algo que no termina de cuajar en este prometedor espectáculo. Si la visión satírica de Fo, sobre la historia de Francisco de Asís (otro marginal sobresaliente) y sus paisanos de la Italia medieval, es ejemplar y moralizante, (en el sentido universal del término), no parece que sea éste el mejor caldo de cultivo para los auténticos talentos escénicos de nuestro gran artista ibérico. Cuando resulta más vivo y comunicativo, es cuando cuenta una preciosa historia de cómicos acontecida en la fonda que tenían sus padres en Torredonjimeno. El bufón, el juglar, el cómico de la legua, el ciego que canta romances..., siempre están hablando de sí mismos. El actor y el público del juglar se sienten más cómodos oyendo hablar de Palencia o de Despeñaperros, que de Bolonia, Asís o Nápoles. La comunicación directa del ancestral rapsoda del cuerpo se dirige a la memoria colectiva de un pueblo. Sensual, divertido, y poco corrosivo, “el brujo” volvió a cautivar a su público, con su generosa comparecencia escénica, que arranco largos aplausos del respetable.
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