"Los hermanos Pirracas en Nemequitepá". De Rafael Ponce. Compañía Esteve y Ponce. Dirección Esteve y Ponce. Actores: Gerardo Esteve y Rafael Ponce. Sala Cuarta Pared. Madrid. Fecha estreno: 3-XII-98.
La compañía Esteve y Ponce de Valencia no se parecen a nadie salvo a sí mismos. Su teatro que resulta fresco y novedoso tiene sin embargo un aroma a cierto teatro de siempre en el que ha brillado sobretodo el ingenio de los cómicos. Desde las compañías de mimos griegos que iban por los pueblos representando sus historias para el pueblo llano funciona en teatro popular un axioma que consiste en considerar como lo más teatral, aquello que más excita al público, sin ahorrarse imitaciones de sonidos de animales, escatológicos o cantos obscenos que despertaban la risa del espectador y satisfaccían su afán satírico. Los llamados géneros menores del teatro han tenido la peculiar virtud de mantenerse siempre vivos en base a su comunicación directa con el pueblo llano. Hay que agradecer a estos originales cómicos valencianos que sigan luchando por mantener vivo este espíritu tan regocijante del teatro que a muchos espectadores les devuelve su fe en el teatro.
Esteve y Ponce presentan en Madrid su nuevo y peculiar espectáculo, tras sus éxitos anteriores como La conquista despacio (1990), La vida está en inglés (1992), Los pájaros fontaneros (1994) o Los hombres del tiempo (1997). Los títulos son claramente significativos de la sana ironía y la corrosiva burla que despliegan en sus montajes. El hecho de ser sólo dos actores en escena -unidos por una química inusual- los relaciona con los diálogos no siempre lógicos de los payasos de circo, o con la picaresca del Ñaque en pleno siglo de oro español, o con ciertas experiencias de cabarets vanguardistas de comienzo de siglo. No sé si a ellos les gusta el mundo de ese fenómeno aislado de la literatura española llamado Ramón Gómez de la Serna, pero estoy casi seguro de que a Ramón les gustaría Esteve y Ponce. Hay un grado de ridiculización cariñosa de lo cotidiano que resulta devastador en un escenario. Nada más teatral, nada más negro, nada más ácido que la aparente ternura de estos dos personajes encerrando en su juego de muñecas rusas con forma de ataúd, sus recuerdos familiares y fraternales.
La compañía Esteve y Ponce de Valencia no se parecen a nadie salvo a sí mismos. Su teatro que resulta fresco y novedoso tiene sin embargo un aroma a cierto teatro de siempre en el que ha brillado sobretodo el ingenio de los cómicos. Desde las compañías de mimos griegos que iban por los pueblos representando sus historias para el pueblo llano funciona en teatro popular un axioma que consiste en considerar como lo más teatral, aquello que más excita al público, sin ahorrarse imitaciones de sonidos de animales, escatológicos o cantos obscenos que despertaban la risa del espectador y satisfaccían su afán satírico. Los llamados géneros menores del teatro han tenido la peculiar virtud de mantenerse siempre vivos en base a su comunicación directa con el pueblo llano. Hay que agradecer a estos originales cómicos valencianos que sigan luchando por mantener vivo este espíritu tan regocijante del teatro que a muchos espectadores les devuelve su fe en el teatro.
Esteve y Ponce presentan en Madrid su nuevo y peculiar espectáculo, tras sus éxitos anteriores como La conquista despacio (1990), La vida está en inglés (1992), Los pájaros fontaneros (1994) o Los hombres del tiempo (1997). Los títulos son claramente significativos de la sana ironía y la corrosiva burla que despliegan en sus montajes. El hecho de ser sólo dos actores en escena -unidos por una química inusual- los relaciona con los diálogos no siempre lógicos de los payasos de circo, o con la picaresca del Ñaque en pleno siglo de oro español, o con ciertas experiencias de cabarets vanguardistas de comienzo de siglo. No sé si a ellos les gusta el mundo de ese fenómeno aislado de la literatura española llamado Ramón Gómez de la Serna, pero estoy casi seguro de que a Ramón les gustaría Esteve y Ponce. Hay un grado de ridiculización cariñosa de lo cotidiano que resulta devastador en un escenario. Nada más teatral, nada más negro, nada más ácido que la aparente ternura de estos dos personajes encerrando en su juego de muñecas rusas con forma de ataúd, sus recuerdos familiares y fraternales.
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