“Saltimbanco”. Circo du Soleil. Madrid. 31-10-2002.
El éxito del circo se pierde en la noche de los tiempos. En Roma triunfó junto a las carreras de cuádrigas y las luchas de los gladiadores. El circo no sólo servía para contemplar las habilidades extraordinarias y sobrehumanas de sus artífices, sino también como una especie de zoo-museo-barraca de feria. Las fieras exóticas: tigres, leones, elefantes… eran en gran parte responsables de la fascinación del circo. Sus histriones, mimos y payasos completaban teatralmente la representación. La fiesta completa y excitante que despierta el circo en el público no ha muerto, bien al contrario, junto con la ópera y la televisión, va camino de convertirse en uno de los espectáculos más representativos de nuestro tiempo.
Salvo las fieras, el Circo du Soleil sigue ofreciendo a los espectadores la fascinación de los viejos tiempos, presentada con un limpio envoltorio contemporáneo. En “Saltimbanco” han optado más por evocar y desarrollar el mundo de los funambulistas y los bailarines del alambre, que otras disciplinas circenses.
Hay en esta factoría del sol un instinto del comercio que nunca es mal recibido en la industria del entretenimiento. Su fórmula es potente. Combina los viejos números del circo clásico, (forzudos, acróbatas y malabaristas), con una puesta en escena danzada y musical. La orquesta ocupa el centro del escenario, y conduce la representación. “Saltimbanco” comienza con un estupendo número de acróbatas gimnastas, inspirado en los espectáculos soviéticos de los primeros tiempos de la revolución. El teatro acrobático era una alternativa para combatir los rencorosos discursos de los viejos dramaturgos burgueses.
Una funambulista china emboba a todo el auditorio, con la precisión y perfección de su trabajo aéreo, suspendida en la bóveda de la carpa, detrás de ella florecen cientos de años de perfecta técnica oriental. Una malabarista con bolos y pelotas triunfa con una aplastante seguridad en sí misma y en sus dotes manuales. Los espectaculares saltos acrobáticos de la segunda parte, impulsados desde un balancín gigante, conducen al público al paroxismo, que abriga cada uno de los números con una salva de aplausos persistente.
Una banda de personajillos de estética tan onírica como colorista, enhebran con sus bailes, y sus idas y venidas este dinámico y bien concebido espectáculo. Se mezclan con el público, incluso lo sacan a escena a actuar, y desfilan por las gradas con su apariencia de artefactos vivientes de cuento infantil. Las canciones van conduciendo emocionalmente la representación, insertadas en el momento preciso de este calculado menú circense para todas las edades, especialmente dirigido al público familiar.
La segunda parte es menos generosa que la primera, y parece que hay cierta prisa por acabar, con un número apoteósico de flores volantes, que despliegan entre los rayos de los cañones, una belleza de nenúfar a punto de la extinción. El público entero hizo vibrar la carpa con sus entusiastas aplausos, que confirmaron una vez más, que el Circo del Soleil, garantiza la diversión que se espera de él.
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