“Donde más duele”. Cía. Sportivo Teatral. Dirección: Ricardo Bartis. Reparto: María Onetto. Gabriela Ditisheim. Analía Couceyro. Fernando Llosa. Música: Carmen Baliero. Madrid. Teatro de la Abadía.
La búsqueda de un lenguaje escénico expresivo al margen de los planteamientos dramatúrgicos que encierra la pieza que se representa, es una característica propia de lo que podría denominarse “teatro de director”. A veces, esta fórmula genera espectáculos de potente personalidad escénica, con un estilo indiscutible, que otros intentan imitar desesperadamente. El riesgo que encierran estas propuestas también es grande. Potencia en los directores cierto onanismo autocomplaciente, que les lleva a confundir la ocurrencia y la arbitrariedad con los grandes hallazgos artísticos. Hay que tener un talento a prueba de bomba, para estar pariendo genialidades continuamente.
La compañía argentina Sportivo Teatral llega a Madrid con una aureola de prestigio internacional que crea altas expectativas en el público. “Donde más duele” se quiere a sí misma como una nueva reflexión sobre Don Juan, en este caso el de Molière, una obra de las de mayor calado filosófico del gran comediógrafo francés.
Representar una variación del Tenorio (el personaje más revisitado del teatro español), en la tierra que parió a Don Juan, realizando una variación sobre su homónimo francés, entraña sus riesgos, y no sólo porque nuestra Doña Inés se llame Doña Elvira en la versión francesa del mito. ¿Qué ocurriría si a un esperpento de Valle se le aplicase una segunda vuelta de tuerca de “espejo deformante”, en la representación escénica? Probablemente no terminaría viéndose o entendiéndose nada.
“Donde más duele” es un experimento fallido, y no por culpa del conflicto de autores que se ha citado, sino por todo lo contrario: le falta un autor, un dramaturgo que ponga orden en todo ese repertorio de caprichos escénicos, que el director combina en escena con gran autocomplacencia.
Bartis está tocado por un estilo de vieja vanguardia que no termina de encontrar su aliento propio. El teatro del absurdo de Beckett o Gombrowictz, el teatro ceremonial de Genet o Arrabal, el teatro de objetos de Kantor, todo parece gravitar sobre esta culta puesta en escena porteña, donde los intérpretes ejecutan una impecable interpretación realista, en un escenario cotidiano, que no tiene nada que ver con los estilos teatrales que se invocan. La ausencia de un texto con entidad dramática que ponga orden en este desconcierto escénico, demuestra que no todo se puede conseguir en teatro con un puñado de riquísimas referencias cultas. La sopa de letras puede resultar indigesta.
La búsqueda de un lenguaje escénico expresivo al margen de los planteamientos dramatúrgicos que encierra la pieza que se representa, es una característica propia de lo que podría denominarse “teatro de director”. A veces, esta fórmula genera espectáculos de potente personalidad escénica, con un estilo indiscutible, que otros intentan imitar desesperadamente. El riesgo que encierran estas propuestas también es grande. Potencia en los directores cierto onanismo autocomplaciente, que les lleva a confundir la ocurrencia y la arbitrariedad con los grandes hallazgos artísticos. Hay que tener un talento a prueba de bomba, para estar pariendo genialidades continuamente.
La compañía argentina Sportivo Teatral llega a Madrid con una aureola de prestigio internacional que crea altas expectativas en el público. “Donde más duele” se quiere a sí misma como una nueva reflexión sobre Don Juan, en este caso el de Molière, una obra de las de mayor calado filosófico del gran comediógrafo francés.
Representar una variación del Tenorio (el personaje más revisitado del teatro español), en la tierra que parió a Don Juan, realizando una variación sobre su homónimo francés, entraña sus riesgos, y no sólo porque nuestra Doña Inés se llame Doña Elvira en la versión francesa del mito. ¿Qué ocurriría si a un esperpento de Valle se le aplicase una segunda vuelta de tuerca de “espejo deformante”, en la representación escénica? Probablemente no terminaría viéndose o entendiéndose nada.
“Donde más duele” es un experimento fallido, y no por culpa del conflicto de autores que se ha citado, sino por todo lo contrario: le falta un autor, un dramaturgo que ponga orden en todo ese repertorio de caprichos escénicos, que el director combina en escena con gran autocomplacencia.
Bartis está tocado por un estilo de vieja vanguardia que no termina de encontrar su aliento propio. El teatro del absurdo de Beckett o Gombrowictz, el teatro ceremonial de Genet o Arrabal, el teatro de objetos de Kantor, todo parece gravitar sobre esta culta puesta en escena porteña, donde los intérpretes ejecutan una impecable interpretación realista, en un escenario cotidiano, que no tiene nada que ver con los estilos teatrales que se invocan. La ausencia de un texto con entidad dramática que ponga orden en este desconcierto escénico, demuestra que no todo se puede conseguir en teatro con un puñado de riquísimas referencias cultas. La sopa de letras puede resultar indigesta.
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