“La trilogía de los dragones”. Director: Robert Lepage. Autores: Marie Brasard. J. Casault. L. Côté. M. Gignac. R. Lepage. M. Michaud. Reparto: Sylvie Cantin. Jean A. Charest. Simona Chartrand. Hugues Frenette. Pony Guilfoyle. Eric Leblanc. V. M.-Warren. Emily shelton. Música: Robert Caux. Escenografía: J.F. Couture.Vestuario: M.C. Villancourt. Iluminación: L. M. Lavoie. Madrid. Estudios El Álamo. Estreno: 22-10-2003
La memoria es una autopista que conduce hacia el futuro. La poesía, el cine, el teatro tienen carne de memoria. La reflexión que se realiza en el proceso artístico tiene mucho de recopilación de lo vivido y deseado. El poder del arte reside en que se puede enmendar el errático curso de la obscena realidad. “La trilogía de los dragones” de Robert Lepage y la Cía. Ex Machina transita por estas coordenadas, buscando desenterrar las raíces del tiempo presente.
Los tres dragones -verde, rojo y blanco- que estructuran este espectáculo son como grandes palas mecánicas, dispuestas a rescatar todos los indicios de una civilización desaparecida en las fauces de la ciudad de Québec. Los actores canadienses que afrontaron la escritura de este texto -a la par de interpretarlo- se valieron del barrio chino de su ciudad para usarlo como metáfora de un país joven, que entierra su historia cuando apenas ha comenzado a vivirla. No los mueve una voluntad romántica de recuperar el exotismo oriental que cohabita con ellos, sino que valiéndose de este pretexto, realizan una inmersión en la vida cotidiana de un puñado de canadienses, relacionados con algunos chinos y japoneses.
La fascinación multimedia de Lepage y sus cómplices, les lleva a elaborar una suerte de guión cinematográfico, puesto en escena con profundos recursos teatrales de gran efectividad. Lepage ha dirigido películas, óperas, musicales… esta especie de humilde Leonardo de Canadá lleva más de una década demostrando que el teatro del futuro se construye combinando todos los materiales artísticos posibles.
El espectáculo es una obra de juventud, y esto se nota en su voluntad de querer contarlo todo. No son necesarias todas las escenas, en muchas de ellas falta el sentido de la dramaticidad, por mucho que el director las planche con pulcritud y brillantez escénica. Los personajes están bien dibujados, aunque sus peripecias deriven por tantos vericuetos como las ramas de un bosquecillo.
Los poderosos recursos teatrales que maneja el director canadiense están presentes en este retablo de la memoria local, con toda la magnitud que suele ser habitual en sus montajes. Su lucidez artística no radica sólo en las soluciones estéticas, sino en entender el teatro desde una perspectiva humana insobornable. El espacio escénico de “La trilogía de los dragones” es un jardín mineral japonés inspirado en los de los templos budistas zen. El reloj de arena del tiempo se ha roto; sobre sus cascotes los actores representan este complejo montaje para intentar restablecer el orden del tiempo. La música atmosférica y emotiva de Robert Caux les ilumina en su empeño.
A pesar de la belleza de las imágenes y los hallazgos conceptuales y convencionales de la puesta en escena, “La trilogía…” es puro teatro occidental, que coquetea argumental y estéticamente con algunos clichés de ciertos teatros orientales. La profunda carga narrativa que ralentiza el espectáculo es ajena al dinámico espíritu de síntesis que impulsa la mayoría de las artes escénicas orientales, en particular las del teatro chino.
Durante la larga representación de la obra el público manifestó síntomas de entusiasmo y de cansancio. También hubo deserciones el día del estreno, pero los que resistieron hasta el final, se pusieron en pie, y con una larga catarata de aplausos, reconocieron el brillante, ceremonioso y pulcro trabajo de estos artistas canadienses, y de su ubicuo director Robert Lepage.
La memoria es una autopista que conduce hacia el futuro. La poesía, el cine, el teatro tienen carne de memoria. La reflexión que se realiza en el proceso artístico tiene mucho de recopilación de lo vivido y deseado. El poder del arte reside en que se puede enmendar el errático curso de la obscena realidad. “La trilogía de los dragones” de Robert Lepage y la Cía. Ex Machina transita por estas coordenadas, buscando desenterrar las raíces del tiempo presente.
Los tres dragones -verde, rojo y blanco- que estructuran este espectáculo son como grandes palas mecánicas, dispuestas a rescatar todos los indicios de una civilización desaparecida en las fauces de la ciudad de Québec. Los actores canadienses que afrontaron la escritura de este texto -a la par de interpretarlo- se valieron del barrio chino de su ciudad para usarlo como metáfora de un país joven, que entierra su historia cuando apenas ha comenzado a vivirla. No los mueve una voluntad romántica de recuperar el exotismo oriental que cohabita con ellos, sino que valiéndose de este pretexto, realizan una inmersión en la vida cotidiana de un puñado de canadienses, relacionados con algunos chinos y japoneses.
La fascinación multimedia de Lepage y sus cómplices, les lleva a elaborar una suerte de guión cinematográfico, puesto en escena con profundos recursos teatrales de gran efectividad. Lepage ha dirigido películas, óperas, musicales… esta especie de humilde Leonardo de Canadá lleva más de una década demostrando que el teatro del futuro se construye combinando todos los materiales artísticos posibles.
El espectáculo es una obra de juventud, y esto se nota en su voluntad de querer contarlo todo. No son necesarias todas las escenas, en muchas de ellas falta el sentido de la dramaticidad, por mucho que el director las planche con pulcritud y brillantez escénica. Los personajes están bien dibujados, aunque sus peripecias deriven por tantos vericuetos como las ramas de un bosquecillo.
Los poderosos recursos teatrales que maneja el director canadiense están presentes en este retablo de la memoria local, con toda la magnitud que suele ser habitual en sus montajes. Su lucidez artística no radica sólo en las soluciones estéticas, sino en entender el teatro desde una perspectiva humana insobornable. El espacio escénico de “La trilogía de los dragones” es un jardín mineral japonés inspirado en los de los templos budistas zen. El reloj de arena del tiempo se ha roto; sobre sus cascotes los actores representan este complejo montaje para intentar restablecer el orden del tiempo. La música atmosférica y emotiva de Robert Caux les ilumina en su empeño.
A pesar de la belleza de las imágenes y los hallazgos conceptuales y convencionales de la puesta en escena, “La trilogía…” es puro teatro occidental, que coquetea argumental y estéticamente con algunos clichés de ciertos teatros orientales. La profunda carga narrativa que ralentiza el espectáculo es ajena al dinámico espíritu de síntesis que impulsa la mayoría de las artes escénicas orientales, en particular las del teatro chino.
Durante la larga representación de la obra el público manifestó síntomas de entusiasmo y de cansancio. También hubo deserciones el día del estreno, pero los que resistieron hasta el final, se pusieron en pie, y con una larga catarata de aplausos, reconocieron el brillante, ceremonioso y pulcro trabajo de estos artistas canadienses, y de su ubicuo director Robert Lepage.
No hay comentarios:
Publicar un comentario