lunes, 21 de junio de 2010

ESTAMPAS PICANTONAS


El teatro pornográfico no puede existir por dos razones antagonistas. Por una parte, el teatro nació como la primera exhibición pública de delirios sexuales orgiásticos, de los que habría de desprenderse la tragedia. Fue en cierto modo una forma de primigenio porno escénico, pero siempre transmutado en otra cosa por la naturaleza del rito. Los actores llevaban falsos falos de cuero o de tela, nunca mostraban los auténticos. La segunda razón que invalida el teatro pornográfico es el carácter público del teatro. La pornografía está destinada a la intimidad de cada individuo. Hacer sexo en escena delante de un auditorio es similar a no estar haciendo teatro, sino un temerario y peligroso alarde de exhibicionismo.
Jugar con el sexo es algo que nos gusta a todos, mucho más a los espíritus vanguardistas. La estricta moral judeo cristiana entronizó la represión sexual, como un autocontrol necesario para que pudiese progresar el individuo y la colectividad. La rebelión contra esta norma de acero clerical, ha sido siempre motor de la vanguardia más radical.
No es de extrañar pues, el progresivo interés del teatro por demostrar su posición en el mundo artístico a través de la ostentación de obras de marcada tendencia sexual.
Es un arma de dos filos, porque si por una parte llama la atención, provoca escándalos, y beneficia la promoción del espectáculo; en términos artísticos, el tema se pone más crudo. Resulta difícil trasladar la impresión personal de un terreno sexual íntimo, a las imágenes y situaciones creadas en un escenario, a no ser que se derroche y derrame muchísimo talento teatral.
La compañía Animalario ha repescado un espectaculito provocativo e hiperpromocionado, que ya había podido verse en circuitos alternativos hace unos años. Tras la polémica creada la temporada pasada con la entrega de los Premios Goya, y su montaje “Alejandro y Ana”, José Luis Gómez invita a Animalario a abrir temporada en la Abadía. Escandalizar produce beneficios inmediatos; está visto.
“Pornografía barata” se sitúa entre el montaje y la Acción Teatral, ya que itinera por diferentes espacios del teatro de la Abadía, desgranando unas escenas autónomas, sin demasiada enjundia, ni continuidad. Todos se toman muy en serio su labor, comenzando por los intérpretes, y continuando por el director, hasta crear algunos ambientes raros, más que alegóricos, acompañados a veces por unos diálogos o unas cancioncitas un poco insustanciales e insignificantes.
La más celebrada y reída de todas las escenas, fue la que se desarrolla a oscuras, en un lugar, donde una prostituta recibe a sus amantes. Una planificada iluminación, y unas atmósferas sonoras sugestivas, redondean estas estampas picantonas, que nos ofrece como entremeses o aperitivos de temporada, el teatro de la Abadía.

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