"Esperando a Godot”. De Samuel Beckett. Dirección: Jonathan Young. Juan López Berzal. Reparto: Jorge Padín. Juan Monedero. Ángel Simón. Juan López Berzal. Kike Martín. Espacio escénico: Elena González. Vestuario: Elena Revuelta y Marta Vega. Iluminación: Baltasar Patiño. Madrid. Sala El Canto de la cabra.
Afrontar el montaje de la obra que mejor representa el espíritu del finado S. XX -como “Esperando a Godot”- es un acto de valentía, y un oportuno recordatorio de que la vanguardia más rabiosa no tiene por qué estar peleada con las grandes dramaturgias. El autor fue la primera piedra sobre la que se levantó el arte teatral, alcanzando cotas de verdadera arquitectura moral de lo público, gracias a la integración de un discurso elaborado por el poeta dramático.
Samuel Beckett es uno de los mayores autores de la historia de la literatura universal. Fue un gran místico del escepticismo, y un apasionado del orden moral imperecedero que defiende siempre el teatro. Escribió hasta el final de su vida, y dicen sus íntimos que su muerte se aceleró por el disgusto que le dio la mismísima “Comédie Française”, representando equivocadamente una de sus piezas. Beckett no creía en lo social, pero sí confiaba en los hombres y en las palabras. Sus amigos fueron pocos, sus palabras tan esenciales como cada vez más escuetas.
La Compañía Ultramarinos de Lucas presenta en el acogedor teatro veraniego de la Sala El Canto de la Cabra, un montaje optimista, vitalizado, pero no por eso menos riguroso, de la obra más representativa de Beckett. Los directores Jonathan Young y Juan L. Berzal consiguen imprimir un ritmo de silencios y subrayados mímicos o lumínicos a su puesta en escena de “Esperando a Godot”, y tallando unas precisas interpretaciones en sus intérpretes.
Quizás el ortodoxo encuentre demasiado colorista, juvenil, o incluso optimista, esta representación de una obra que al nacer se convirtió en clásico de la interrogación humana; pero el texto ha dado pie a un espectáculo de calidad, en el que la palabra de Beckett cabalga libre y vitalmente. Y me refiero a esa vida que alcanza el teatro cuando todos los detalles de la obra están cuidados, como el vestuario, la manipulación del espacio inundando de tierra el olivo natural de la escena, el ritmo inquietante que imprimen los silencios, o la impronta cíclica y cobarde de sus protagonistas. Unos vagabundos filosóficos que habitan -desde hace décadas- en un páramo suburbano, junto a un basurero local.
Dentro de la ajustada interpretación del reparto destaca con grandes dotes interpretativas, Jorge Padín dando nervio y tensión dramática a Vladimir. Juan L. Berzal realiza un trabajo brillante en el rol de Pozzo. Juan Monedero como Estragón y Ángel Simón en el desagradecido y efectista papel del esclavo Lucky, completan el acertado reparto.
Afrontar el montaje de la obra que mejor representa el espíritu del finado S. XX -como “Esperando a Godot”- es un acto de valentía, y un oportuno recordatorio de que la vanguardia más rabiosa no tiene por qué estar peleada con las grandes dramaturgias. El autor fue la primera piedra sobre la que se levantó el arte teatral, alcanzando cotas de verdadera arquitectura moral de lo público, gracias a la integración de un discurso elaborado por el poeta dramático.
Samuel Beckett es uno de los mayores autores de la historia de la literatura universal. Fue un gran místico del escepticismo, y un apasionado del orden moral imperecedero que defiende siempre el teatro. Escribió hasta el final de su vida, y dicen sus íntimos que su muerte se aceleró por el disgusto que le dio la mismísima “Comédie Française”, representando equivocadamente una de sus piezas. Beckett no creía en lo social, pero sí confiaba en los hombres y en las palabras. Sus amigos fueron pocos, sus palabras tan esenciales como cada vez más escuetas.
La Compañía Ultramarinos de Lucas presenta en el acogedor teatro veraniego de la Sala El Canto de la Cabra, un montaje optimista, vitalizado, pero no por eso menos riguroso, de la obra más representativa de Beckett. Los directores Jonathan Young y Juan L. Berzal consiguen imprimir un ritmo de silencios y subrayados mímicos o lumínicos a su puesta en escena de “Esperando a Godot”, y tallando unas precisas interpretaciones en sus intérpretes.
Quizás el ortodoxo encuentre demasiado colorista, juvenil, o incluso optimista, esta representación de una obra que al nacer se convirtió en clásico de la interrogación humana; pero el texto ha dado pie a un espectáculo de calidad, en el que la palabra de Beckett cabalga libre y vitalmente. Y me refiero a esa vida que alcanza el teatro cuando todos los detalles de la obra están cuidados, como el vestuario, la manipulación del espacio inundando de tierra el olivo natural de la escena, el ritmo inquietante que imprimen los silencios, o la impronta cíclica y cobarde de sus protagonistas. Unos vagabundos filosóficos que habitan -desde hace décadas- en un páramo suburbano, junto a un basurero local.
Dentro de la ajustada interpretación del reparto destaca con grandes dotes interpretativas, Jorge Padín dando nervio y tensión dramática a Vladimir. Juan L. Berzal realiza un trabajo brillante en el rol de Pozzo. Juan Monedero como Estragón y Ángel Simón en el desagradecido y efectista papel del esclavo Lucky, completan el acertado reparto.
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