"El Rey Lear”. De William Shakespeare. Dirección: Hansgünther Heyme. Traducción: Antonio Fernández Lera. Reparto: Helio Pedregal. José Luis Alcobendas. Markos Marín. Ernesto Arias. David Luque. Elisabet Gelabert. Rosa Manteiga. Eva Castro. Inma Nieto. Lino Ferreira. Jesús Barranco. Luis Bermejo. Daniel Moreno. Escenografía y vestuario: H. Heyme/Elisa Sanz. Madrid. Teatro de la Abadía. 16-1-2003
Para algunos poetas ingleses como Shelley o Coleridge, “El rey Lear” no sólo era la mejor obra de Shakespeare, sino la mayor tragedia que se había escrito desde los tiempos de Esquilo. En “El rey Lear” Shakespeare se remonta a los tiempos celtas de la antigua historia británica. La historia del rey y sus tres hijas pasó a las canciones del cilo bretón. En esta obra de tiempos oscuros y primitivos, el autor bucea entre los límites de la razón y la locura, en los abismos de las pasiones, en el destino trágico de la bondad y el justo discernimiento. Ya anuncia un sentimiento barroco: “la vida es una sombra que camina”.
Hansgünther Heyme vuelve a dar una lección de puesta en escena con este nuevo montaje. Posee el director alemán un nervio y un pulso preciso, un sentido iconográfico sobresaliente, y un instinto feroz de la temperatura dramática. Sus montajes son latigazos tan sutiles como furiosos, a la hora de trasladar la tragedia de Shakespeare a escena.
Heyme ha concebido el espacio escénico con un mecanismo de tubo y lona, entre tienda de campaña militar, carpa de circo, velamen de navío, o telar de teatro, altamente sugestivo para el desarrollo de una tragedia tan cruda y amarga como “El rey Lear”. La disposición de los actores todo el tiempo en escena, ejecutando un expresionista y chirriante ambiente sonoro, y los numerosos y complejos detalles de vestuario, calzado, peinados, joyas, sombreros, coronas, producen un gran impacto visual y didáctico sobre el público.
Sin embargo, toda esta furia visual y este temperamento templado al máximo, con interpretaciones desgarradas e intensas no garantizan una buena comunión teatral. Hay algo mecánico, duro, metálico en el devenir de la representación. Zapatazos, golpes, gritos, interpretaciones desorbitadas… Todo está perfectamente comprendido en la representación, tanto que apenas quedan resquicios para la emoción dramática. La estética y la precisión de concepto devoran otros sentimientos esenciales en la comunicación teatral.
Helio Pedregal interpreta con precisión un desbordante laberinto de registros, actitudes y gestos interpretativos de
muy buena factura escénica. José Luis Alcobendas oficia al Duque de Gloucester con su gran sentido ceremonial de la voz y la presencia del personaje. El resto del elenco se ajusta a la intensa maquinaria compulsiva de la representación.
La noche del estreno, el público aplaudió larga y calurosamente a los trece intérpretes, a su director, y al resto del equipo artístico.
Para algunos poetas ingleses como Shelley o Coleridge, “El rey Lear” no sólo era la mejor obra de Shakespeare, sino la mayor tragedia que se había escrito desde los tiempos de Esquilo. En “El rey Lear” Shakespeare se remonta a los tiempos celtas de la antigua historia británica. La historia del rey y sus tres hijas pasó a las canciones del cilo bretón. En esta obra de tiempos oscuros y primitivos, el autor bucea entre los límites de la razón y la locura, en los abismos de las pasiones, en el destino trágico de la bondad y el justo discernimiento. Ya anuncia un sentimiento barroco: “la vida es una sombra que camina”.
Hansgünther Heyme vuelve a dar una lección de puesta en escena con este nuevo montaje. Posee el director alemán un nervio y un pulso preciso, un sentido iconográfico sobresaliente, y un instinto feroz de la temperatura dramática. Sus montajes son latigazos tan sutiles como furiosos, a la hora de trasladar la tragedia de Shakespeare a escena.
Heyme ha concebido el espacio escénico con un mecanismo de tubo y lona, entre tienda de campaña militar, carpa de circo, velamen de navío, o telar de teatro, altamente sugestivo para el desarrollo de una tragedia tan cruda y amarga como “El rey Lear”. La disposición de los actores todo el tiempo en escena, ejecutando un expresionista y chirriante ambiente sonoro, y los numerosos y complejos detalles de vestuario, calzado, peinados, joyas, sombreros, coronas, producen un gran impacto visual y didáctico sobre el público.
Sin embargo, toda esta furia visual y este temperamento templado al máximo, con interpretaciones desgarradas e intensas no garantizan una buena comunión teatral. Hay algo mecánico, duro, metálico en el devenir de la representación. Zapatazos, golpes, gritos, interpretaciones desorbitadas… Todo está perfectamente comprendido en la representación, tanto que apenas quedan resquicios para la emoción dramática. La estética y la precisión de concepto devoran otros sentimientos esenciales en la comunicación teatral.
Helio Pedregal interpreta con precisión un desbordante laberinto de registros, actitudes y gestos interpretativos de
muy buena factura escénica. José Luis Alcobendas oficia al Duque de Gloucester con su gran sentido ceremonial de la voz y la presencia del personaje. El resto del elenco se ajusta a la intensa maquinaria compulsiva de la representación.
La noche del estreno, el público aplaudió larga y calurosamente a los trece intérpretes, a su director, y al resto del equipo artístico.
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