“La llamada de Lauren”. De Paloma Pedrero. Dirección: Aitana Galán. Reparto: Mónica Pont. Vicente Colomar. Madrid. Sala Ensayo 100. 7-4-2003.
“La Llamada de Lauren” es una de las obras de Paloma Pedrero que con más frecuencia sube a escena. La pieza contiene en sí mismo una situación dramática de gran intensidad y plena actualidad. La indefinición sexual de algunos esposos se convierte en el motor de numerosos conflictos personales dentro de la convivencia. ¿Qué le ocurriría a usted, lectora, si al llegar a casa, encontrara que su marido le ha hurtado su ropa interior y sus maquillajes, y andara con ellos puestos pavoneándose por la casa?
La autora sitúa las coordenadas de su conflicto en pleno carnaval, cuando los disfraces parecen justificados, y el juego de las ambigüedades campa a sus anchas. Pero el que el esposo se haya vestido de mujer no es una mera broma, detrás de ese impulso se encuentran escondidos y atenazados toda una serie de anhelos secretos que afloran ese día como un volcán incontenible. Lo que comienza como un juego, termina desbocando una tempestad matrimonial sin precedentes.
Paloma Pedrero consigue plenamente los objetivos previstos con su trabajo: una atmósfera asfixiante, unos diálogos plenos de significado, unas confesiones que queman, y unas vidas puestas al descubierto, y una sentencia que se cierne amarga e irrefutable sobre los protagonistas. Es imposible poner puertas al campo, es terrible tener que vivir en el engaño. La verdad debe resplandecer para que el amor pueda sostenerse. En este debate interno entre la verdad y las falsas apariencias se sitúa el discurso de la autora por encima de feminismos oportunistas.
La directora Aitana Galán sintoniza a la perfección con los planteamientos de la dramaturga. No es la primera vez que se enfrenta al mundo dramático de Pedrero, y parece navegar con comodidad por este mundo de sutilidades que se plantea en la obra. El pulso firme a la hora de afrontar la dirección de los intérpretes es una de sus bazas más sólidas.
Monica Pont da vida con frescura y talento a la esposa enfrentada a este cambio drástico dentro de su vida matrimonial. La actriz dosifica la confusión y la rebelión de su personaje ante los acontecimientos que ante ella se desatan. Tampoco tiene reparos a la hora de afrontar el desnudo escénico que la representación exige a su personaje, su belleza la respalda.
Vicente Colomer da vida al ambiguo esposo que vive más feliz con tacones y peluca, que con su traje de oficinista gris que por las tardes prepara oposiciones, y por las noches le gusta escaparse del hogar, para llevar una doble vida nocturna, donde poder dar rienda suelta su parte más femenina.
El público se identifica y no deja de sorprenderse con la situación dramática tan efectivamente planteada por la autora, y tan bien defendida por sus intérpretes.
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