martes, 29 de junio de 2010

ARTE Y PROSTITUCIÓN


“La puta enamorada”. De Chema Cardeña. Dirección: Antonio Díaz Zamora. Reparto: Juan Carlos Garés. Ester Alabor. Chema Cardeña. Madrid. Teatro Infanta Isabel. Fecha de estreno: 5-5-99

Los Reales amores de la actriz madrileña María Calderón (conocida popularmente como La Calderona) con Felipe IV, (el más castizo de los reyes Austrias, frecuentador conspicuo de camerinos y celdas de conventos,) dan pie a la anécdota sobre la que se construye "La puta enamorada": el rey ha encargado a Velázquez el retrato de su amante. Que un texto teatral se sumerja en las aguas de la historia de España, es bueno para la "musculación" de la memoria de un pueblo. Chema Cardeña explora estos ámbitos usando como protagonistas a Velázquez y a unos cómicos, lo que agrabda -por poco usual- el interés de su punto de vista.
El antagonismo que se genera entre la actriz prostituida con el rey, y el ilustre pintor de cámara (rumoreado amante de la reina), da pie a desgranar una reflexión considerable y oportuna sobre la condición del artista; ese ser débil y contradictorio, por estar siempre expuesto al juicio ajeno; y que sólo vive para el trabajo, porque la obra es la única consumación del deseo que el artista puede conseguir en vida.
Todo este material es dramáticamente bueno, pero en una representación ininterrumpida de más de hora y media, se hace demasiado discursivo hasta pesar sobre la concentración del espectador. "La puta enamorada" es una propuesta inteligente e ingeniosa, pero está falta de la vitalidad que la teatralidad otorga a un espectáculo para hacerlo completamente vivo y que el público lo disfrute gozosamente.
El espacio escénico literalmente no existe, algo grave tratándose del estudio de Velázquez, el pintor de la luz y del espacio. Antonio Díaz Zamora sabe sacar interés a todo lo que se dice en el texto, y consigue que sus actores consigan un resultado notable en la interpretación de sus personajes; Ester Alabor demuestra una peculiar personalidad escénica.
La representación hubiese ganado con más juego y más humor, algo que ni el autor ni el director han propiciado en su trabajo. El momento más jocoso de la obra es cuando la Calderona clasifica a los hombres según las expresiones que usan mientras hacen el amor. Esta transgresión tan propia del promiscuo y "prostituido" mundo del arte, hubiera dado un hálito mayor a este buen espectáculo.

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