miércoles, 30 de junio de 2010

LAS MEJORES INTENCIONES

"Crimen y castigo". De Fedor Dostoievsky. Versión: Fernando Sansegundo y José Carlos Plaza. Dirección: J. C. Plaza. Reparto: Fernando Sansegundo. Ruth Gabriel. Asunción Sancho. Yäel Barnatán. Alberto Alonso... Teatro Infanta Isabel. Madrid. 1-12-1998.

¿De dónde nace la necesidad de trasladar una de las grandes novelas de la historia a las tablas de un escenario? Probablemente, del apasionamiento que despierta en un actor o director la lectura de esa misma obra y comienza a imaginar y presentir que aquel material literario, de tan humano es completamente dramático. Tratándose de una de las novelas de Fedor Dostoievsky, la complejidad y hondura psicológica de sus personajes hace más apetecible a un actor encarnar al héroe de la obra: Raskolnikov. Un individuo que se sueña a sí mismo como un Napoléon o un Mahoma, como uno de los extraordinarios hombres de la Historia que han ayudado a hacer avanzar el mundo llevando a cabo sus deseos. Mayor nobleza y heroicidad no se le pueden negar a las intenciones del pobre estudiante que es capaz de llegar a matar a una vieja prestamista, no para robarla y salir de la pobreza, sino para confirmar una teoría. Raskolnikov con sus conflictivas relaciones familiares, sus diálogos internos de culpabilidad alimentadas por un sentimiento de cristianismo ortodoxo más atormentado, no es si no el trasunto del mismo Dostoievsky. De ahí nace el dolor de Raskolnikov, de ahí su grandeza y sus turbias relaciones con su tiempo y con sus gentes.
Subir a escena este debate moral de gran altura es un gesto que ennoblece a los responsables de este espectáculo teatral; sus mejores intenciones quedan demostradas. Pero la gran ceremonia escénica que requiere la altura del debate no se alcanza por los propósitos sino por los resultados formales y emocionales que exhale la representación. El montaje de José Carlos Plaza cuenta el sueño de Raskolnikov, la pesadilla permanente del personaje al que conocemos casi siempre en la cama. La escenografía es un libro vertical, cuyas hojas pasan y crean los distintos cubiles de la obra. El ritmo es, a veces, vertiginoso y la música se usa de forma que cree distancia. Los tonos grises, las escenas en transparencias, desarrollan la idea del sueño de Raskolnikov. El montaje comienza a apuntar hacia unas claves que podríamos considerar deliberadamente expresionistas y que terminan conduciendo a la interpretación a un punto cada vez menos naturalista, menos psicológico, menos conflictivo y menos ruso; el crimen de la vieja es prácticamente un guiñol. Lo indefinido del planteamiento y la exigua corrección de las interpretaciones, hacen que el montaje en vez de ir acumulando fuerza, vaya sembrando cansancio en el público. La grandeza de la palabra de Dostoievsky no resuena en el escenario del Teatro Infanta Isabel durante esta representación. La versión desprende algo de resumen más que de clara relectura e interpretación de los hechos dramáticos convocados por Dostoievsky en el conflicto moral ante la injusticia y la pobreza del Petersburgo de 1866. Fernando San Segundo interpreta a Raskolnikov con un gran entusiasmo y convicción, pero no llega a transmitir la densidad conflictiva del personaje, su amargo egoísmo y su implacable y ciega lucha por la redefinición de las fronteras de la moral. Ruth Gabriel lleva a escena con fina discreción y belleza su personaje de Sonia, la prostituta que amó a Raskolnikov; y Alberto Alonso realiza la mejor composición de la representación con su alegre, enigmático y onírico personaje de Svidrigailov. El resto de la compañía -en algunos casos excesivamente jóvenes para sus personajes- colabora con empeño y entrega a la ejecución del sueño escénico de Fernando Sansegundo y Jose Carlos Plaza.

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