martes, 29 de junio de 2010

EL IRRESISTIBLE ENCANTO DEL PROLETARIADO


“El matrimonio de Boston” de David Mamet. Dirección: José Pascual. Traducción: Víctor Cremer. Reparto: Kity Manver. Blanca Portillo. Nuria Mencía. Escenografía: Tomás Muñoz. Vestuario: Rosa Gª Andújar. Madrid. Teatro Lara.

David Mamet está considerado uno de los más influyentes dramaturgos del mundo. Su país de procedencia -Estados Unidos- y sus orígenes cinematográficos -como guionista de Hollywood- le abren, de par en par, todos los suplementos literarios y culturales donde no entra nadie de teatro. Forma parte de ese tanto por ciento simbólico que el teatro ocupa en ciertos medios. Es comprensible pues que se represente a Mamet más que a otros: la promoción ya está hecha.
El suyo es un teatro realista que, a fuerza de hiperrealismo contundente, remonta hacia la teatralidad, porque en ellas anida siempre un aliento de protesta, de denuncia soterrada y radiográfica. La lealtad de Mamet con el presente ha sido total hasta este “El matrimonio de Boston”, donde se remonta a finales del S. XIX. Si “Las bostonianas” de Henry James alimenta esta obra, hay que tener en cuenta que James había mamado aquel mundo burgués, exclusivo y reaccionario, contra el que jamás llegó a rebelarse abiertamente. Le resultaba mucho más elegante soltar cargas de profundidad, y guardar las apariencias.
El discurso de Mamet ha perdido su norte en este ambiente de manguitos, brillantes, zapatos y otras exclusividades. Su teatro no es el de una galería de retratos de gente extravagante, sino un desolado fresco que, a fuerza de aburrimiento, termina revelando lo extravagante que hay en las vidas de la gente corriente; su mirada es como la de un Edward Hopper de finales de siglo XX. Si Mamet se caracteriza por escribir dramas realistas, suavemente cínicos, no se entiende muy bien el enfoque cómico que la puesta en escena española le ha dado a su obra.
Kitty Manver aporta su gran verdad interpretativa a la protagonista, y está guapa y fresca, sacándole partido a su avasalladora personalidad. Blanca Portillo interpreta a su ex-amante, una bella casquivana advenediza, que no sabe controlar sus pasiones. Contagiada, quizás por el desquicie de su personaje, la actriz contamina su interpretación con una polifacética gama de registros, que devienen irreconciliables. La auténtica revelación es la joven Nuria Mencía que interpreta, con gran personalidad y humorismo orgánico, a la criadita escocesa de este par de harpías lesbianas y repelentemente viejas y bostonianas. El público (y yo diría que el mismo autor,) sólo entiende a este personaje popular, lo quiere, y está de su lado en cualquier situación.
La representación es divertida, rica en registros interpretativos, y se puede pasar una velada agradable contemplándola. Así lo reconoció el público, que aplaudió a las actrices, y especialmente a la benjamina del reparto.

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