miércoles, 30 de junio de 2010

CARPINTERO EN LA COCINA


"Conocer gente, comer mierda". La Carnicería Teatro. Texto, espacio y dirección: Rodrigo García. Actores: Miguel Ángel Altet, Patricia Lamas. Iluminación: Carlos Marqueríe. Sala Cuarta Pared. Madrid. 2-2-1999.

La Carnicería Teatro, capitaneada desde hace más de una década por Rodrigo García, busca en todos sus espectáculos la creación de un nuevo lenguaje escénico alternativo al teatro tradicional. Que su nuevo espectáculo "Conocer gente, comer mierda" inaugure la décima edición de "La Alternativa" es coherente con una de las trayectorias teatrales madrileñas más interesadas en buscar nuevas fórmulas para la representación escénica. Rodrigo García ha demostrado ser un hombre inquieto artísticamente; su conocimiento del mundo de las artes plásticas de la vanguardia histórica, como de las manifestaciones más recientes que han podido verse indistintamente en museos o mataderos, le interesan. El área de la performance, de la acción artística, de la intervención, de la instalación, sin dejar de lado nuevos soportes como el video-arte, son algunas de las coordenadas por las que transita la investigación de la Carnicería teatro. Rodrigo García con este bagaje podría haber devenido fácilmente en un director-escenógrafo, que plantea largos bocetos visuales que se desarrollan en sugerentes espacios escénico-dramáticos, pero siempre le ha interesado la presencia de la palabra. Sus textos son pictóricos, impresionistas, laterales, jamás narrativos, y tienen la habilidad de crear sobre todo una atmósfera de desasosiego, de ironía, de sinsentido y desesperanza. Tampoco García ha renunciado jamás al uso de actores en sus propuestas escénicas difícilmente clasificables. De todo lo anterior puede deducirse la ambiciosa pretensión que demuestran sus trabajos dirigidos hacia un sentido de espectáculo total en el que el director debe ser un experto conductor de todos los elementos que se convocan en escena.
En "Conocer gente, comer mierda" (un espectáculo de aproximadamente dos horas) se vuelven a hilvanar, yuxtaponer o permutar fórmulas de anteriores montajes de La Carnicería Teatro. Proyecciones de películas, actores que juegan con su cuerpo como un objeto nada reverenciable; cocinas-carpintería donde se guisan los recuerdos y se clavan los deseos a una tabla. Una larga colección de viejos discos va sonando y disonando a lo largo del espectáculo que consigue momentos visuales de gran interés y apunta situaciones de gran desgarro emotivo. El bombardeo de imágenes, sonidos y acciones es tal que la llegada de los textos produce alivio en algún sector del público, pues lo concreto de la palabra pone una cierta brújula en la comunicación/incomunicación que se establece con el público.
Rodrigo García tiene el mérito de buscar la creación de un mundo artístico propio, es más parece que en cada una de sus entregas escénicas asistimos a un nuevo capítulo de su intimidad, pero el control de los múltiples medios expresivos que convoca en escena, es trabajo de toda una vida. Probablemente, dentro de 20 años, García demuestre tener una mano segura de creador que ponga orden, síntesis e intensidad en cada uno de los elementos que utiliza para expresarse en un escenario.

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