Dom Juan ou le festin de pierre. De J. B. P. Molière. Dirección : Jacques Lassalle. Reparto: Andrzej Seweryn. Christian Colin. Elsa Lepoivre. Simon Eine. Eric Ruf. Christian Cloarec. Enmanuelle Wion. Odile Grosset-Grange. Escenografía y vestuario: Rudy Sabounghi. Iluminación: Franck Thévenon. Madrid. Teatro de La Zarzuela.
La Comédie Française representa al Teatro Público más antiguo de la Historia. Fundada en 1680 por Luis XIV, tras la muerte de Molière, con el objeto de agrupar a las compañías rivales de París. La constitución original de este acuerdo entre cómicos y Estado ha seguido vigente por encima de la revolución de 1789, del Imperio napoleónico, repúblicas y monarquías efímeras del S. XIX, y hasta por encima de la ocupación nazi. La Comédie Française encarna el símbolo más puro de la Grandeur francesa, una suerte de encarnación de la Marianne en una institución pública, que representa el espíritu de Francia por encima de los cambios históricos y los avatares políticos.
Los principales nombres de la soberbia cultura francesa están ligados a su historia, desde el mismo Molière, Racine, Víctor Hugo, Paul Claudel; y en el terreno de las tablas, nombres propios de intérpretes como Adriana Lecouvreur, Joseph Talma, Marie Dorval, Rachel, Sara Bernhardt, J. L. Barrault, Jacques Copeau…
La primera visita que la Comédie Française realiza a la villa madrileña, es todo un acontecimiento histórico, en el que se consuma definitivamente el encuentrote de dos Teatros Nacionales, de la magnitud del Teatro Español y el francés. La misma obra elegida, Dom Juan de Molière, es un vivo ejemplo de la distante familiaridad entre el teatro francés y el nuestro. Igualmente, Corneille alcanzó su mayor éxito con “El Cid”, Hugo con “Hernani”, Barrault con “Numancia”, y sin embargo nuestros teatros públicos, históricamente, no se tratan.
El estreno en Madrid de Dom Juan por la Comédie significa la ruptura de este maleficio.
El apabullante estilo de la Comédie está entroncando con la búsqueda de una perfección formal de carácter superior. El Dom Juan de Molière es una obra de madurez, de los años complejos del autor, de su decepción por las querellas provocadas por el estreno de “Tartufo”, del agravamiento de su salud, de los conflictos con Racine. Molière llevaba mucho peso sobre sus hombros, intentando llevar a escena, sus ideas sobre el teatro, como dardo punzante que denunciaba las hipocresías y corrupciones de la sociedad. En el estreno de Dom Juan el autor se reservó para sí mismo el personaje del criado Sgagnarelle. Nunca ha habido en la historia del teatro un criado más lúcido y filosófico, que abre y cierra la pieza con la amargura del que vive en conflicto consigo mismo ante las ruindades del mundo.
El director Jacques Lasalle ha realizado una puesta en escena de una precisión misteriosa, agitando sobre el escenario las bambalinas rojas, telones y teloncillos de la pesadilla donjuanesca. Dilata el tempo de la representación, incrustando unos silencios que permiten hacer resonar las finas calidades interpretativas del reparto, pero que a veces inyectan demora en el fluir rítmico del espectáculo.
El plato fuerte de este festín teatral son sus intérpretes. Ellos saben que actuando están dando vida a algo superior: el gran libro de estilo de la Comèdie. Andrzej Seweryn encarna a un Don Juan maduro, cínico y provocador, consciente de la dimensión transgresora de sus actos, con una contención extrema. El personaje parece instalado en el interior de una preciosa burbuja de cristal. Hay que subrayar que la prosodia de la compañía es perfecta. Elsa Lepoivre interpreta a Elvira, con sensibilidad y fiereza marcial. La esposa abandonada de Don Juan es más Juana de Arco, que frágil novicia. Christian Colin interpreta al criado de Don Juan, como su testigo y su juez más implacable. El desengaño desapasionado tiñe su trabajo interpretativo irradiándolo a toda la atmósfera del montaje. Eric Ruf da vida, energía y complejidad a Don Carlos, el hermano de Doña Elvira, con una gran potencia interpretativa.
El público aplaudió repetidamente el tesoro vivo de la Comédie, respondiendo a todos los estímulos que sabiamente planificados emanaban de la escena. En el mismo saludo, los cómicos seguían actuando.
La Comédie Française representa al Teatro Público más antiguo de la Historia. Fundada en 1680 por Luis XIV, tras la muerte de Molière, con el objeto de agrupar a las compañías rivales de París. La constitución original de este acuerdo entre cómicos y Estado ha seguido vigente por encima de la revolución de 1789, del Imperio napoleónico, repúblicas y monarquías efímeras del S. XIX, y hasta por encima de la ocupación nazi. La Comédie Française encarna el símbolo más puro de la Grandeur francesa, una suerte de encarnación de la Marianne en una institución pública, que representa el espíritu de Francia por encima de los cambios históricos y los avatares políticos.
Los principales nombres de la soberbia cultura francesa están ligados a su historia, desde el mismo Molière, Racine, Víctor Hugo, Paul Claudel; y en el terreno de las tablas, nombres propios de intérpretes como Adriana Lecouvreur, Joseph Talma, Marie Dorval, Rachel, Sara Bernhardt, J. L. Barrault, Jacques Copeau…
La primera visita que la Comédie Française realiza a la villa madrileña, es todo un acontecimiento histórico, en el que se consuma definitivamente el encuentrote de dos Teatros Nacionales, de la magnitud del Teatro Español y el francés. La misma obra elegida, Dom Juan de Molière, es un vivo ejemplo de la distante familiaridad entre el teatro francés y el nuestro. Igualmente, Corneille alcanzó su mayor éxito con “El Cid”, Hugo con “Hernani”, Barrault con “Numancia”, y sin embargo nuestros teatros públicos, históricamente, no se tratan.
El estreno en Madrid de Dom Juan por la Comédie significa la ruptura de este maleficio.
El apabullante estilo de la Comédie está entroncando con la búsqueda de una perfección formal de carácter superior. El Dom Juan de Molière es una obra de madurez, de los años complejos del autor, de su decepción por las querellas provocadas por el estreno de “Tartufo”, del agravamiento de su salud, de los conflictos con Racine. Molière llevaba mucho peso sobre sus hombros, intentando llevar a escena, sus ideas sobre el teatro, como dardo punzante que denunciaba las hipocresías y corrupciones de la sociedad. En el estreno de Dom Juan el autor se reservó para sí mismo el personaje del criado Sgagnarelle. Nunca ha habido en la historia del teatro un criado más lúcido y filosófico, que abre y cierra la pieza con la amargura del que vive en conflicto consigo mismo ante las ruindades del mundo.
El director Jacques Lasalle ha realizado una puesta en escena de una precisión misteriosa, agitando sobre el escenario las bambalinas rojas, telones y teloncillos de la pesadilla donjuanesca. Dilata el tempo de la representación, incrustando unos silencios que permiten hacer resonar las finas calidades interpretativas del reparto, pero que a veces inyectan demora en el fluir rítmico del espectáculo.
El plato fuerte de este festín teatral son sus intérpretes. Ellos saben que actuando están dando vida a algo superior: el gran libro de estilo de la Comèdie. Andrzej Seweryn encarna a un Don Juan maduro, cínico y provocador, consciente de la dimensión transgresora de sus actos, con una contención extrema. El personaje parece instalado en el interior de una preciosa burbuja de cristal. Hay que subrayar que la prosodia de la compañía es perfecta. Elsa Lepoivre interpreta a Elvira, con sensibilidad y fiereza marcial. La esposa abandonada de Don Juan es más Juana de Arco, que frágil novicia. Christian Colin interpreta al criado de Don Juan, como su testigo y su juez más implacable. El desengaño desapasionado tiñe su trabajo interpretativo irradiándolo a toda la atmósfera del montaje. Eric Ruf da vida, energía y complejidad a Don Carlos, el hermano de Doña Elvira, con una gran potencia interpretativa.
El público aplaudió repetidamente el tesoro vivo de la Comédie, respondiendo a todos los estímulos que sabiamente planificados emanaban de la escena. En el mismo saludo, los cómicos seguían actuando.
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