"En la soledad de los campos de algodón". De Bernard Marié Koltès. Dirección: Michel López. Intérpretes: Carle Montoliu. Sandro Cordero. Vestuario: Sue Plummer. Círculo de Bellas Artes. Madrid, 10-2-2001.
En su breve vida de dramaturgo, Bernard Marie Koltès escribió un teatro radicalmente comprometido con el presente. El carácter moral de su obra emerge no sólo de su mirada crítica hacia Occidente, sino que florece, además, en el vivo aliento de su poesía dramática. Los personajes de Koltès escupen sus reflexiones con virulencia, pero es saliva poética, de la que brotan sensuales y venenosos perfumes de la palabra.
El auge de su obra se debe, en parte, a su prematura muerte -víctima del Sida a los 41 años-. Un autor tan lúcido, tan violento y tan hermoso, resulta mucho más soportable cuando ya está muerto; es menos molesto promocionarlo como una gloria gala y un autor cumbre del teatro europeo moderno.
Por otra parte, la docena de años que nos separan de su fallecimiento, el implacable "paso de la oca" que va marcando el curso de la Historia, no ha hecho más que poner en evidencia las razones de las advertencias que se encierran en el discurso político de todo su teatro. La mejor forma de transmitir al público el espíritu de su obra es poniéndose al servicio de la riqueza de matices de su texto, de infalible y exótica belleza.
¿Qué ocurriría si unos actores -supervisados por un director de escena- desgañitaran en torpes y molestísimos chillidos este látigo florido que resulta el texto koltesiano? Un auténtico desastre, por supuesto. Esto es exactamente lo que ocurre con el montaje de "En la soledad de los campos de algodón" que presenta L'Om-Imprebís en el teatro del Círculo de Bellas Artes. En los últimos años no se ha oído gritar tanto ni tan mal a unos actores, ante un público de paciencia sobresaliente para soportar que le chillen al oído durante una hora y media. La incapacidad de sus responsables para levantar un solo palmo de interés artístico sobre el valioso texto de Koltès no es sólo un agravio a la palabra teatral de un autor tan grande, tan breve y tan rico, sino una torpe y desafortunada excepción en el alto nivel artístico que vienen demostrando -en las últimas temporadas- numerosas y valiosas compañías valencianas. La dirección de Michel López sólo pone en evidencia su falta de "oído" para permitir que fluya la música de la palabra o -al menos- el argumento de esta obra nocturna, urbana, ambigua y misteriosa.
En su breve vida de dramaturgo, Bernard Marie Koltès escribió un teatro radicalmente comprometido con el presente. El carácter moral de su obra emerge no sólo de su mirada crítica hacia Occidente, sino que florece, además, en el vivo aliento de su poesía dramática. Los personajes de Koltès escupen sus reflexiones con virulencia, pero es saliva poética, de la que brotan sensuales y venenosos perfumes de la palabra.
El auge de su obra se debe, en parte, a su prematura muerte -víctima del Sida a los 41 años-. Un autor tan lúcido, tan violento y tan hermoso, resulta mucho más soportable cuando ya está muerto; es menos molesto promocionarlo como una gloria gala y un autor cumbre del teatro europeo moderno.
Por otra parte, la docena de años que nos separan de su fallecimiento, el implacable "paso de la oca" que va marcando el curso de la Historia, no ha hecho más que poner en evidencia las razones de las advertencias que se encierran en el discurso político de todo su teatro. La mejor forma de transmitir al público el espíritu de su obra es poniéndose al servicio de la riqueza de matices de su texto, de infalible y exótica belleza.
¿Qué ocurriría si unos actores -supervisados por un director de escena- desgañitaran en torpes y molestísimos chillidos este látigo florido que resulta el texto koltesiano? Un auténtico desastre, por supuesto. Esto es exactamente lo que ocurre con el montaje de "En la soledad de los campos de algodón" que presenta L'Om-Imprebís en el teatro del Círculo de Bellas Artes. En los últimos años no se ha oído gritar tanto ni tan mal a unos actores, ante un público de paciencia sobresaliente para soportar que le chillen al oído durante una hora y media. La incapacidad de sus responsables para levantar un solo palmo de interés artístico sobre el valioso texto de Koltès no es sólo un agravio a la palabra teatral de un autor tan grande, tan breve y tan rico, sino una torpe y desafortunada excepción en el alto nivel artístico que vienen demostrando -en las últimas temporadas- numerosas y valiosas compañías valencianas. La dirección de Michel López sólo pone en evidencia su falta de "oído" para permitir que fluya la música de la palabra o -al menos- el argumento de esta obra nocturna, urbana, ambigua y misteriosa.
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