lunes, 19 de julio de 2010

LECCIÓN PARA MATRIMONIOS ROTOS


"Escenas de matrimonio". De Ingmar Bergman. Dirección: Rita Russek. Versión: Emilio Hernández. Reparto: José Luis Pellicena. Magüi Mira. Iluminación: Iñaki Moreno. Escenografía: José María Brioa. Madrid. Teatro Lara. 31-8-2000.

Ingmar Bergman es un hijo del siglo veinte que ha convertido el arte de representar, en una exploración personal sobre las partes ignoradas de uno mismo. Cada una de sus películas o de sus montajes teatrales es un paso más allá en la elaboración del discurso de su propia vida. La angustia religiosa protestante de Bergman, combinada con el legado moral y teatral de los grandes dramaturgos nórdicos Henrik Ibsen y August Strindberg, ha dado y sigue dando pie a una de las reflexiones escénicas más profundas, comprometidas y angustiadas del hombre contemporáneo, que ha dado el arte del S. XX.
Del universo bergmaniano lo sabemos casi todo, como si fuera una especie de Marcel Proust, angustiado, protestante y nórdico, que nos ha dejado buena cuenta de los rincones de su memoria. Desde el tejido de las cortinas de la casa de campo de su poderosa abuela; hasta los conflictos en torno a la existencia de Dios que se hacen sus personajes; pero, siempre asistimos al combate perdido de sus protagonistas.
Los conflictos de pareja y de matrimonio han sido una obsesión recurrente de su obra. La situación que viven los protagonistas de "Escenas de un matrimonio", es una metáfora desesperanzada de que el amor, como todos los factores esenciales de la vida y del destino, está regido por las paradojas: sólo puede amarse verdaderamente cuando se han perdido los vínculos sociales del matrimonio.
Bergman escribió este guión inicialmente para televisión, a lo largo de tres meses; aunque él mismo escribe que lo que hay vertido en este texto, es la experiencia de toda su vida. "Escenas de un matrimonio" finalmente se convirtió en una de sus películas menos ácidas y desesperanzadas. En teatro, este texto de Bergman -dirigido por su discípula Rita Russek- se convierte en una especie de radiografía de la evolución de las relaciones emocionales de una pareja burguesa, a lo largo de distintas escenas retrospectivas de su matrimonio, divorcio y posterior reconciliación como amantes. Al texto le falta la mordacidad cáustica que emplea el creador sueco en sus obras más importantes. La estructura de la pieza, (que comienza por el final, y va desgranando todas las etapas anteriores del conflicto), resta sorpresa y emoción al devenir de la historia; le resta dramatismo, a favor de una cierta comicidad nacida del distanciamiento que crean los mismos intérpretes, al dirigirse al público y presentarles la escena siguiente.
La sobriedad y belleza del espacio escénico, empastado en una gama de colores crudos, acentúa el movimiento y la evolución de los intérpretes. José Luis Pellicena y Magüi Mira ponen su talento al servicio de esta singular pieza de Bergman, en la que parecen sentirse muy cómodos, como si hubiera sido escrita a la medida de sus grandes personalidades escénicas. La Mira borda las escenas más dramáticas de la representación, y Pellicena afronta su personaje con registros mordaces y desgarradores.
Aunque, la obra no llegue a alcanzar las altas cotas críticas y poéticas del gran teatro nórdico, sí resulta una ocasión excepcional para asistir a una representación impoluta de un creador de primera categoría como Ingmar Bergman, representado en unas condiciones y con unos intérpretes sobresalientes.

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