domingo, 18 de julio de 2010

POR AQUÍ NO HAY SALIDA ALGUNA


"Esperando a Godot" De Samuel Beckett. Traducción, vestuario y Dirección: Lluis Pasqual. Espacio escénico: Frederic Amat. Iluminación: Xavi Clot. Reparto: Francesc Garrido. Anna Lizarán. Albert Triola. Jesús Castejón. Cristian Bautista. Madrid. Festival de Otoño. Teatro de la Abadía. Fecha de estreno: 21-11-2000

El montaje realizado por el Teatre Lliure de Barcelona, con dirección de Lluis Pasqual de "Esperando a Godot" de Samuel Beckett, regresa a la cartelera madrileña este otoño, tras haberse presentado en el mismo teatro, hace ahora justo un año. A este paso, puede convertirse en el mayor rival del "Don Juan Tenorio", como reposición otoñal para veladas sin luz ni esperanza. Que el espectáculo haya sido traducido a la lengua española no evita -en modo alguno- que siga teniendo los mismos errores y aciertos que en su anterior versión catalana. El alma angustiada del Beckett literato se forjó no sólo en los desastres físicos y morales ocasionados por la segunda guerra mundial. Las carencias económicas y las privaciones que tuvo que arrostrar en su vida el gran dramaturgo del silencio y del vacío, no sólo influyeron en su carácter, sino en su intransigencia frente a la autocomplacencia de una serie de creadores artísticos que no estaban dispuestos a mirar de frente el abismo, porque en estos trances creativos, siempre es peligroso asomarse.
Samuel Beckett siempre fue un artista radical. Una de sus mayores habilidades fue deshumanizar el lenguaje dramático hasta convertirlo en una especie de expresivo e inane maniquí, que alcanzaría vitalidad artística con la puesta en escena. El autor irlandés afincado en Francia tenía poca fe en que nos pudiéramos comunicar verdaderamente a través de las palabras. La etiqueta del absurdo y del nihilismo que se aplica habitualmente a su escritura, es sólo un resultado de su desconfianza en la razón como instrumento eficaz para comprender el mundo. Hay muchos más códigos y comportamientos que los estrictamente analíticos y mentales. La fuerza transgresora de su obra es que nos obliga a replantearnos la visión absolutista de la lógica. Desde la omisión activa de lo que no se dice, está invirtiendo el sentido habitual del lenguaje, pero no la certera dirección del arte.
Lluis Pasquall trata a Beckett como si fuera un autor de repertorio, su texto (ahora comprensible para el público) es transmitido con virtuosismo y calidad interpretativa por el brillante elenco, y con un respeto sistemático, como si se tratara de una obra de Goldoni, Valle o Moliére. Los textos teatrales de Beckett son al espectáculo representado, lo que el trozo de papel donde se lee la receta, al guiso resultante. Confundir la palabra seminal de Beckett, con el alimento final que recibirá el público, puede provocar un espectáculo sin sustancia e indigesto, por muy suculento que resulte su aspecto. Lo que empieza a ser más becketiano de todo este asunto es su cíclica reaparición. Quizás, la próxima temporada el público madrileño pueda verlo en euskera o en arameo.

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