"Si un día me olvidaras", de Raúl Hernández Garrido. Dirección: Carlos Rodríguez. Reparto: Vicent Gavara. Paca Lorite. Carlos Ibarra. Escenografía y vestuario: Alicia E. Blas y Sebastián Vogler. Iluminación: Antonio López Dávila. Espacio Sonoro: Eduardo Vasco. Madrid. Sala Cuarta Pared. 9-9-2001.
La guerra es una atroz realidad cotidiana para muchos pueblos. Los países que no sufren directamente un conflicto bélico, comparten con los otros esta enfermedad moral. Una vez que se alcanza la paz, comienzan las secuelas, las mutaciones, los desaparecidos, las familias rotas o separadas... La guerra es la mayor y más lucrativa enfermedad producida por los hombres; que destroce la vida de numerosas personas, resulta un factor secundario para los que organizan el gran negocio de la reconstrucción nacional.
América del sur es una despensa inagotable para la América rica del norte. En todos sus conflictos están presentes los intereses económicos de los forasteros, que impiden el desarrollo normal de unos países ricos, sobre todo en materias primas. Tras el golpe de Estado de Pinochet en 1973 contra el régimen democrático que, en ese momento, encabezaba Salvador Allende, se agazapaban los intereses de las multinacionales norteamericanas. La tortura fue una de las prácticas habituales de la dictadura militar chilena. Muchos de los torturados murieron, y algunos de sus hijos pasaron a ser adoptados por las mismas familias de los torturadores.
En torno a estas desoladoras coordenadas Raúl Hernández Garrido construye su obra "Si un día me olvidaras" que acaba de estrenarse en Madrid. Que el teatro levante su copa por la paz y la verdad, o ponga a funcionar la ametralladora dulce de sus palabras contra la violencia, la agresión y la tiranía, son gestos loables y bienvenidos, que elevan la autoridad moral de un arte que siempre ha sobrevivido por su capacidad de criticar los desastres de la sociedad. Pero, además de las buenas intenciones sociales, el teatro debe ser una obra de arte en cada una de sus representaciones. La calidad artística de un montaje es la garantía de su eficacia ideológica. La presencia de la primera regla no puede avalar la ausencia de la segunda.
Carlos Rodríguez ha dirigido con una sobriedad excesiva un texto dramático farragoso y críptico. La claridad de la situación dramática, y sobre todo, la progresión del conflicto, (más que como única vía para contar una historia,) sirven para mantener interesado al público. Ambos factores están ausentes en "Si un día me olvidaras". El hecho de repetir arbitraria o musicalmente las frases más significativas del texto, no garantiza ningún logro vanguardístico. Que la estructura evidente de un texto no sirva más que para repetir lo ya dicho y visto, va en contra del interés del público. Que los intérpretes trabajen en un único registro interpretativo termina resultando pobre y aburrido. No puede haber nada peor para un teatro comprometido, pues se puede pensar erróneamente, que estos temas sólo sirven para producir espectáculos tan difíciles de digerir como "Si un día me olvidaras".
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