"Como cerdos", de Luis García Araus. Dirección: Emilio del Valle. Reparto: Jorge Muñoz. Carola Manzanares. Nacho Vera. Chete Guzmán. Música y Vídeo: Jorge Muñoz. Iluminación: Miguel Ángel Prieto. Madrid. Sala Cuarta Pared. 12-9-2001.
El teatro joven suele estar asociado a las tendencias más vanguardistas y revolucionarias. Muchas compañías alternativas se parten la cara por destrozar los lenguajes escénicos y dramáticos, sin molestarse si quiera en reordenar las piezas. Otras, se olvidan del discurso en su perorata plañidera de lamentos esteticistas y seudopoéticos; como si la razón de ser del teatro fuera la mera expresión de unos artistas rebeldes, y no la deseable comunicación con el público. Pero por fortuna, hay jóvenes autores y directores, que sin olvidar las exigencias de la dramaticidad, hacen un teatro nuevo, crítico y refrescante. Suyo debería ser el futuro de las tablas, y no de tanto narcisista como circula por ahí, con grandes aspavientos de modernidad ignorante apadrinada por el birlibirloque de los políticos.
En esta urgente clasificación del teatro nuevo, "Como cerdos" de Luis García Araus pertenece al grupo más valioso de todos ellos. La pieza es antes que nada una comedia, toda una originalidad en los circuitos juveniles, que no suelen frecuentar este difícil arte de "criticar divirtiendo". Otra de las singularidades de "Como cerdos" es su radical apuesta como texto dramático, construido con un material aparentemente de desecho, pero enraizado en las reglas más puras del género clásico: hay unidad de lugar, el tiempo es relativamente reducido, y la acción se restringe a una sola: "buscarse la vida" en la picaresca de estos tiempos.
Una serie de amigos en paro deciden "okupar" un local y montar un restaurante hipereconómico para dar de comer a los pobres, y ganarse de paso el sustento. Las bofetadas que pega el espectáculo a la sociedad son certeras y profundas, pero se desprenden de un argumento cómico y delirante, que podría emparentarse con ciertas farsas de Darío Fo, o algunos brillantes momentos de la vanguardia dadaísta. La estética basura que rodea a estos jóvenes desposeídos, y a la vez cargados de deseos de salir adelante, vibra con una profundidad humanística, que tiene además la virtud de estar asumido y defendido al cien por cien por todo su equipo artístico, como un valioso manifiesto. "Como cerdos" es una fotocopia sucia del retrato que una nueva generación hace del tiempo que le ha tocado vivir.
Emilio del Valle demuestra como director, que cuando se quiere hacer buen teatro bastan cuatro sillas rodantes de oficina -conseguidas en algún contenedor- para realizar una rica partitura escénica. Los intérpretes están como fundidos con sus personajes en un payasesco estado de gracia, que produce efectos benéficos sobre el regocijo del público. Cuando un puñado de cómicos quieren contar algo con todas sus fuerzas, y se afanan en conseguirlo con agudeza y clarividencia, (dejando de lado los lamentos trascendentalistas,) se están poniendo bases sólidas para un futuro del teatro, esperanzador y saludable.
El teatro joven suele estar asociado a las tendencias más vanguardistas y revolucionarias. Muchas compañías alternativas se parten la cara por destrozar los lenguajes escénicos y dramáticos, sin molestarse si quiera en reordenar las piezas. Otras, se olvidan del discurso en su perorata plañidera de lamentos esteticistas y seudopoéticos; como si la razón de ser del teatro fuera la mera expresión de unos artistas rebeldes, y no la deseable comunicación con el público. Pero por fortuna, hay jóvenes autores y directores, que sin olvidar las exigencias de la dramaticidad, hacen un teatro nuevo, crítico y refrescante. Suyo debería ser el futuro de las tablas, y no de tanto narcisista como circula por ahí, con grandes aspavientos de modernidad ignorante apadrinada por el birlibirloque de los políticos.
En esta urgente clasificación del teatro nuevo, "Como cerdos" de Luis García Araus pertenece al grupo más valioso de todos ellos. La pieza es antes que nada una comedia, toda una originalidad en los circuitos juveniles, que no suelen frecuentar este difícil arte de "criticar divirtiendo". Otra de las singularidades de "Como cerdos" es su radical apuesta como texto dramático, construido con un material aparentemente de desecho, pero enraizado en las reglas más puras del género clásico: hay unidad de lugar, el tiempo es relativamente reducido, y la acción se restringe a una sola: "buscarse la vida" en la picaresca de estos tiempos.
Una serie de amigos en paro deciden "okupar" un local y montar un restaurante hipereconómico para dar de comer a los pobres, y ganarse de paso el sustento. Las bofetadas que pega el espectáculo a la sociedad son certeras y profundas, pero se desprenden de un argumento cómico y delirante, que podría emparentarse con ciertas farsas de Darío Fo, o algunos brillantes momentos de la vanguardia dadaísta. La estética basura que rodea a estos jóvenes desposeídos, y a la vez cargados de deseos de salir adelante, vibra con una profundidad humanística, que tiene además la virtud de estar asumido y defendido al cien por cien por todo su equipo artístico, como un valioso manifiesto. "Como cerdos" es una fotocopia sucia del retrato que una nueva generación hace del tiempo que le ha tocado vivir.
Emilio del Valle demuestra como director, que cuando se quiere hacer buen teatro bastan cuatro sillas rodantes de oficina -conseguidas en algún contenedor- para realizar una rica partitura escénica. Los intérpretes están como fundidos con sus personajes en un payasesco estado de gracia, que produce efectos benéficos sobre el regocijo del público. Cuando un puñado de cómicos quieren contar algo con todas sus fuerzas, y se afanan en conseguirlo con agudeza y clarividencia, (dejando de lado los lamentos trascendentalistas,) se están poniendo bases sólidas para un futuro del teatro, esperanzador y saludable.
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