domingo, 18 de julio de 2010

CEREMONIA SENSUAL DE LA CONTRADICCIÓN


"El mercader de Venecia". De W. Shakespeare. Traducción: Vicente Molina Foix. Dirección: Hansgünther Heyme. Dramaturgia: Hanns-Dietrich Schmidt/ H. Heyme. Espacio escénico, vestuario, iluminación y atrezzo: H. Heyme/Kaspar Glarner. Reparto: Rosa Manteiga. Elizabeth Gelabert. Carmen Machi. Lidia Otón. Gabriel Garbisu. Miguel Cubero. Ernesto Arias. Carles Moreu. Josep Albert... Madrid. Teatro de la Abadía. 31-1-2001

"El mercader de Venecia" es una de las obras más conocidas y representadas de Shakespeare. Encierra el segundo juicio más famoso de la Historia, tras el de Salomón. Es un cuento, una leyenda, una balada, que se ha transmitido a lo largo de los siglos: "... una libra de carne; pero, ni una sola gota de sangre", para resolver el pleito entre un cristiano, y un prestamista judío demandante. El gran compilador que era Shakespeare (¿cómo se las apañaría hoy con los escándalos de los plagios?) recogió esta historia, complicándola con amorosas historietas de amores juveniles. Aunque, está clasificada entre sus comedias oscuras, "El mercader..." es una obra compleja, una pieza inquietante, rica en símbolos y sortilegios. Reúne en sí misma grandes temas de carácter filosófico: la rectitud de la Justicia; épico: el odio visceral entre razas y religiones; líricos, los dulces riesgos de la pasión...
Hansgünther Heyme ha realizado una puesta en escena ejemplar, que debería ser de obligatoria asistencia entre toda la profesión teatral madrileña, en particular para los directores. La potencia visual y conceptual de los signos escénicos que maneja; el énfasis plástico del rico y colorista vestuario; la interpretación de Venecia como un espacio por donde se entrecruzan tuberías de agua, grifos, duchas y radiadores, sobre un pavimento cerámico de color verde; los reflejos del sol en los canales, reproducidos por un telón rasgado de plástico, donde reverberan los focos, ... devuelven al teatro su verdadero significado de ceremonia sensual de la inteligencia.
A los intérpretes también les afecta este tratamiento formal, deviniendo figuras vivas de una singular potencia. Todo el elenco está muy armonizado en su energía juvenil. Este espectáculo señala el nivel de creación que presenta el buen teatro europeo; y además, ejemplifica la rentabilidad artística que debe exigirse a un Teatro Público. Para esto se crearon, y no para hacer competencia desleal al teatro comercial.
Sin embargo, es curioso que esta obra tan rica en teatralidad, resulte tan hueca, sorda, u opaca en su discurso. Jean Louis Barrault afirmaba -con gran lucidez- que el teatro es siempre un compromiso con el presente. En una obra donde se condena y humilla al extranjero, por serlo. Donde el mismo ejercicio de la Justicia se muestra desde la faz más arbitraria del ingenio. Y que a su vez contiene grandes parlamentos sobre la clemencia, y los necesarios riesgos de la humildad y la bondad, como vías para el amor; se están convocando demasiados grandes temas de absoluta actualidad, como para pasar por encima de ellos, de una forma tan blanca y liviana. Quizás el problema venga dado desde el mismo texto, pero no debemos olvidar que el compromiso verdadero del gran teatro debe ser ayudar a ver y comprender un poco más el tiempo en que vivimos, y a nosotros mismos.
La noche del estreno la obra fue aplaudida y "braveada" con ganas por el público. Los buenos aficionados no deberían perdérsela.

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