domingo, 18 de julio de 2010

EN APUROS CON LA MUERTE


"Rosencrantz y Guildenstern han muerto". De Tom Stoppard. Versión y Dirección: Cristina Rota. Reparto: Juan Diego Botto. Ernesto Alterio, Juan Ribó. Ramón Esquinas. Nur Al Levi. Paloma Montoro. Alberto Merchante... Iluminación y Escenografía: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso. Vestuario: Pepe Corzo. Madrid. Teatro de Madrid. 3-4-2001.

"Rosencrantz y Guildenstern han muerto" es una de las obras más relevantes del teatro inglés de la segunda mitad del S. XX. Resulta todo un hallazgo, transformar a dos personajes episódicos de la tragedia más famosa de Shakespeare, en protagonistas de una nueva versión de "Hamlet", a la par que el famoso príncipe danés queda degradado a mero figurante. La obra se convirtió en una declaración de principios del joven y airado teatro inglés de mediados del último siglo. Stoppard no se vale de la crueldad, el hastío y la ira de sus dramaturgos coetáneos. Siempre se sintió atraído por el cine, y posteriormente ha desarrollado gran parte de su labor de escritura como guionista del séptimo arte. En la construcción de esta pieza se siente la huella del Teatro del Absurdo, a la vez que se respira el humor, la poesía y el candor que las salas de cine ofrecían a sus espectadores. La inolvidable comedia del cineasta Ernest Lubitch, "Ser o no ser", resulta otra fuente determinante para esta obra maestra de Tom Stoppard.
La profesora Cristina Rota ha realizado con este espectáculo la producción más ambiciosa de su compañía "Nuevo Repertorio", y hay que celebrar su decisión de escenificar un texto imprescindible del mejor teatro del Siglo XX.
Arropada por una contundente escenografía del Castillo de Elsinor, (vista desde la perspectiva de los bastidores de un teatro,) Rota se ha servido de sus huestes de alumnos (encabezados por Juan Diego Botto, Ernesto Alterio y Juan Ribó,) para demostrar que era capaz de poner en pie esta deliciosa y estimulante obra.
El montaje respira un aire juvenil, ingenioso, dinámico y colorista, con momentos de una plasticidad considerable. Sus tres protagonistas demuestran buenas condiciones interpretativas, vocales dando cuerpo y alma a estos dos desheredados del teatro, y al jefe de los cómicos hamletianos, respectivamente. Pero, a pesar de estos buenos ingredientes, el espectáculo no termina de captar la suficiente atención del respetable, para soportar las dos horas y media continuadas de representación. Más bien sucede todo lo contrario. Frente a tanto juvenil dinamismo y al ingenio y la poesía profunda del texto, el montaje termina aburriendo al público, que cabecea en sus asientos con desinterés manifiestamente soporífero. El problema esencial del montaje es la ausencia de dirección. Una vez planteada la primera situación dramática de la pieza, y configurados los registros adecuados de los actores para mantenerla, la representación no hace más que repetir hasta el hastío este esquema inicial. Con diferentes melodías musicales de la época, y un exceso de humo carbónico en escena y en platea, se intenta suplir la carencia de Rota par crear verdaderas atmósferas dramáticas, que permitan la progresión de la representación, y mantengan despierto el interés del público. Con este "Rosencratz y..." no se nos cuenta nada de nosotros, ni de nuestro tiempo, ni siquiera de nuestro teatro. Es un montaje hueco y sin discurso, que respira una enorme autocomplacencia en los grandes esfuerzos invertidos para elevarlo, y en sus livianos hallazgos plásticos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario