sábado, 26 de junio de 2010

CONVENCER ALOS CONVICTOS


"Alejandro y Ana”. Cía. Animalario. Texto: Juan Cavestany y Juan Mayorga. Dirección: Andrés Lima. Reparto: Alberto San Juan. Guillermo Toledo. Javier Gutiérrez. Roberto Álamo. Espacio escénico: Beatriz San Juan. Madrid. Salón de bodas Lady Ana. 18-2-03

Los géneros existen en teatro para conciliar los objetivos de los creadores con los resultados que percibe el público. La tragedia hizo nacer el hecho dramático con la intención de que los hombres se formulasen preguntas sobre los grandes misterios de la existencia. El drama satírico se inició para quitarle peso a la tragedia, y más que criticón era soez, porque lo interpretaban los sátiros, de costumbres licenciosas y deslenguada verborrea. La comedia vino a criticar los defectos públicos con una intención liberadora. Todas las Poéticas teatrales de la Historia han intentado conjugar los ingredientes puestos en la obra, con las intenciones que buscaba satisfacer el dramaturgo.
Uno de los problemas que genera un espectáculo como “Alejandro y Ana” es su confesa voluntad de estar al margen de los géneros. Las sátiras despiadadas y coyunturales suelen ser patrimonio del Café-Teatro, del Cabaret, de la Revista, géneros ligeros donde la pimienta satírica se aplica junto a un bonito desfile de cuerpos desnudos y ofrecidos; lo uno compensa a lo otro.
Cuando estos temas trascienden al plano de lo que podría llamarse “teatro político”, sus artífices buscan fórmulas indirectas para no caer en el panfleto y en el propagandismo, es el célebre distanciamiento de Brecht. El teatro-propaganda es propio de tiempos bélicos; el conflicto resulta tan objetivo y cotidiano, que no está la escena para sutilezas discursivas. Los teatros de trinchera cumplen el objetivo de alimentar la moral del combatiente.
Quizás por eso sorprenda que en “Alejandro y Ana” haya unos textos tan elaborados, una dirección escénica certera, y un cuarteto de actores que realizan una interpretación brillante, porque no se corresponde con el objetivo aparente del proyecto.
Animalario se ha dejado tentar por la provocación y el escándalo que conlleva un montaje sobre unos personajes tan cercanos y representativos, en unas fechas pre-electorales, y en sus rentables efectos mediáticos. De pocos proyectos teatrales se habrá hablado y vertido tanta tinta como sobre éste, y no precisamente por el debate artístico que encierra, sino por trascender la gamberrada, la “morcilla” canalla del cabaret hasta el diálogo dramático. Bien es cierto que la obra no se representa en un escenario, sino en un salón de bodas, pero, hay algo antinatural -teatralmente hablando- en este proyecto. El teatro no debe alinearse explícitamente con un bando o una tendencia política. Un teatro para convencer a los convencidos es poco operativo, podría decirse que tan espúreo como innecesario. Ya sea en comedia o en drama el teatro debe destilar la realidad hasta trascender los acontecimientos en que se inspira. Su naturaleza atemporal le sitúa no sólo por encima de la política, sino que le coloca siempre frente al Poder, jamás del lado de un bando concreto. El teatro debe ser juez de la cosa pública, y eso le obliga a una imparcialidad, que no se adscribe a una sola tendencia.

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