sábado, 26 de junio de 2010

LOCURA EN EL SUPERMERCADO

"La historia de Ronald, el payaso de McDonald’s”. De y dirigido por Rodrigo García. Reparto: Ruben Ametllie. Juan Loriente. Juan Navarro. Iluminación: Carlos Marqueríe. Música: Panasonic. Juan Navarro. Vestuario: Mireia Andreu. Madrid. Sala Cuarta Pared.

Si el mundo en que vivimos, resulta a su manera un excremento de la razón y la moral, que insistentemente invocamos como señas de identidad de nuestra civilización, ¿por qué no intentar representar y denunciar su miseria con una alegoría escénica abominable? Cuanto más repugnante sea el resultado, más habremos acertado en nuestra pútrida radiografía. Todo esto parece pretender decirnos Rodrigo García con su nuevo espectáculo “La historia de Ronald, el payaso de McDonald´s”.
El dominio que el director va alcanzando sobre los materiales formales que maneja, es muy superior a la capacidad de sugestión de su palabra sincopada, y -a veces- ingenua. Los monólogos autobiográficos pronunciados por los actores (que no los personajes) se multiplicaron en el teatro-danza hace veinticinco años; en las propuestas de La Carnicería siguen de máxima vigencia. Con respecto a los textos proclamados con soflama contra los “corruptos del Sistema”, llámense Videla, Bush, Pinochet, Stalin…, constituyen lo menos interesante de la representación: su obviedad y simpleza los descalifica frente al complejo lenguaje visual de la puesta en escena.
Ni el polaco Tadeusz Kantor, ni el revolucionario Antonin Artaud (que tanto se invocan en este trabajo) usaban el texto de una forma tan plana, tan connotativa, tan puerilmente explícita. Al contrario, buscaban neutralidad verbal para darle importancia al gesto, al rito, a la ceremonia, a la transfusión de pareceres vitales entre actores y público por medio de los sentidos.
La introducción de una banda de pueblo que interpreta -rodeando a los intérpretes- un “blues” nada castizo es de una gran teatralidad. La aparición de un perro amaestrado que se lanza a lamer y comer en el cuerpo de un actor desnudo y embadurnado de albóndigas con tomate, es una poderosa metáfora escénica. Por el contrario, el conato de sembrar el pánico en la sala, invitando al respetable a que tire de unas cuerdas para derribar el teatro, (con todos dentro), no deja de ser una ñoñez mal calculada. García doma progresivamente la dirección, pero se resiente como autor. Si se deshiciera del lastre de tanta chamarilería escénica, si economizara sus batallas de objetos, o sus trasnochados vídeos cutre-simbólicos, sus obras resultarían mucho más rotundas, radicales y verdaderamente vanguardistas, porque apuntarían hacia la esencia, y no hacia esta especie de supermercado enloquecido, que sorprende y escandaliza, con la misma facilidad con que se olvida.

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