lunes, 21 de junio de 2010

TERAPIA CONTRA LA HISTORIA


“Vía dolorosa” De David Hare. Interpretado por Joaquín Kremel. Versión: Nacho Artime. Dirección: J. Kremel/Juan Margallo. Iluminación: Rafael Echeverz (Teatrek). Madrid. Teatro Infanta Isabel.

Resulta tan poco frecuente tropezarse en la escena teatral con la realidad que nos circunda, que una obra como “Vía dolorosa” se convierte en una prueba palpable de la potencia terapéutica que puede llegar a alcanzar el lenguaje teatral.
“Vía Dolorosa” es el nombre de una de las calles más torturadas de Jerusalén, y bajo este título simbólico se esconde un diario de viaje convertido en monólogo teatral. El dramaturgo David Hare fue invitado por las autoridades de Israel a conocer la realidad del país, y –aunque se resitía inicialmente- aprovechó el estreno de una de sus obras, para viajar a Tel-Aviv. El relato que honestamente realiza el dramaturgo sobre los prósperos y ostentosos asentamientos judíos en Hebrón, de las miserables ciudades palestinas de Gaza, y del mismo terrible Jerusalén de sinagogas, mezquitas e iglesias, deviene profundamente humano, sensato y por qué no decirlo, altamente británico. El antisemitismo que se respira en todo el texto, no se vuelca a golpe de afirmaciones truculentas, sino exponiendo datos, mostrando personalidades, reacciones, costumbres, convicciones, y convocando flemáticamente la violencia sobre las tablas.
“Vía dolorosa” viene a demostrar una vez más el poder talismánico de las palabras. Cuántos paisajes bíblicos, cuántas miserias, cuantas extravagancias de los poderosos, cuántas sombras, y cuánta sangre pueden vislumbrarse en un escenario desnudo, sólo con las palabras pronunciadas por un actor de teatro.
El acierto de este montaje es tener a Joaquín Kremel de protagonista. El actor que tan acostumbrado tiene al público con sus registros cómicos, afronta con gravedad, serenidad y elegancia, el texto y la experiencia humana del hombre y el dramaturgo, confundidos en un solo personaje. Kremel realiza un excelente recital interpretativo, con tanta enjundia contemporánea, que su actuación va más allá del intérprete de un texto, para convertirse en intermediario de un pensamiento que ha vivido una experiencia y se toma el trabajo de escribirla, para transmitirnos el aroma y la temperatura moral de los conflictos que arrasan diariamente nuestros noticiarios.
El teatro se convierte así en una especie de ungüento que lubrica y alivia la herida cotidiana de nuestra civilización vulnerada. Hay algo reconfortante en la experiencia de escuchar las palabras de un testigo directo del conflicto, nos ayuda a procesarlo desde la escala humana. El público, sorprendido y deslumbrado por la originalidad de la propuesta, aplaudió largamente a su intérprete, y a lo que este tipo de teatro significa.

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