viernes, 9 de julio de 2010

EL OMBLIGO DE NUESTRO TIEMPO


"El águila y la niebla”. De y dirigida por Narciso Ibáñez Serrador. Reparto: Luis Merlo. Mario Martín. Paula Sebastián. Ramiro Oliveros. Licia Calderón. Francisco Piquer. Nacho de Diego... Escenografía: Ana del Castillo. Música original: José Antonio Quintano. Iluminación: Rafael Tarín. Madrid. Teatro Español. 24-6-2002.

El teatro fantástico es uno de los géneros menos cultivados en nuestro país. Quizás se deba a que toda representación teatral entraña tal punto de artificio, que pudiera parecer excesivamente redundante el introducirse por vericuetos tan irreales como posibles. Al teatro lo impulsa un “si mágico” condicional: “y si jugáramos a que...”, y de ahí nace la representación, puro convencionalismo aceptado por las dos partes: los cómicos y el público.
Frente a un trasnochado y pacato realismo dominante en la nuestra escena, “El águila y la niebla” de Narciso Ibáñez Serrador, se eleva por encima del panorama teatral medio y convencional con tanta osadía como ambición artística. Orson Welles decía de sí mismo que había nacido para interpretar reyes y monarcas; a Chicho Ibáñez Serrador le sucede lo mismo: no puede hacer nada mediocre. Felizmente recuperado para el teatro a comienzos de la presente temporada, Chicho se entrega a fondo en esta nueva y actualísima producción, que se atreve a meter el dedo de la ficción en el ojo del huracán de nuestro tiempo, donde más flaquea el Sistema: en la masificación de la gente, y la globalización del planeta. ¡Ahí es nada!
Nadie ha demostrado mejor que Ibáñez Serrador un manejo más hábil de las cuerdas del retablo fantástico, ya sea en cine, en televisión o –como ahora demuestra- en teatro. En la estela del “Tirano Banderas” de Valle-Inclán, o de “El dios tortuga” de García May, el dramaturgo español sitúa la acción de “El águila y la niebla” en Sudamérica, en un país que es el ombligo actual del conflicto: Argentina. Este distanciamiento exótico, en cierta manera, comienza a funcionar como ficción, como relato entretenido y excitante, como hipótesis dramática, que en medio de un argumento lleno de sorpresas, va introduciendo al espectador en un laberinto de sombras, habitado por personajes expresionistas, inadaptados y desacompasados con el mundo del colorín presente, donde no encajan por su categoría humana o artística. El autor no se ahorra escenas críticas con la familia, los banqueros, los políticos, los sindicatos, y hasta la mismas castas castrenses. En pocos espectáculos españoles se ha combinado con tanta energía y atrevimiento este cóctel de poderes fácticos de nuestra aldea global.
Ibáñez Serrador consigue como director escénico una impecable atmósfera de misterio, servida por una escenografía abstracta, onírica y opresora; una música intensa e inquietante, que propicia el suspense; y un equipo de excelentes actores, de los que ha sabido extraer sus mejores cualidades.
Luis Merlo realiza el mejor trabajo de su carrera -hasta el presente- dando vida, carne y enigma a Raúl, el protagonista rechazado, el loco de atar por ser diferente a los demás. Con una gran entrega emocional, Merlo juega en largas escenas de silencio con su poderosa presencia escénica y un elaborado trabajo vocal. Se imbuye de la grandeza del personaje, a pesar del rechazo externo. Paula Sebastián le da la réplica como doctora-narradora con su peculiar voz y su aguerrida estampa. Ramiro Oliveros y Licia Calderón interpretan a los padres del visionario joven, que encierra en sus sueños grandes gestas irrealizables en el opresivo mundo del tercer milenio.

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