"El águila y la niebla”. De y dirigida por Narciso Ibáñez Serrador. Reparto: Luis Merlo. Mario Martín. Paula Sebastián. Ramiro Oliveros. Licia Calderón. Francisco Piquer. Nacho de Diego... Escenografía: Ana del Castillo. Música original: José Antonio Quintano. Iluminación: Rafael Tarín. Madrid. Teatro Español. 24-6-2002.
El teatro fantástico es uno de los géneros menos cultivados en nuestro país. Quizás se deba a que toda representación teatral entraña tal punto de artificio, que pudiera parecer excesivamente redundante el introducirse por vericuetos tan irreales como posibles. Al teatro lo impulsa un “si mágico” condicional: “y si jugáramos a que...”, y de ahí nace la representación, puro convencionalismo aceptado por las dos partes: los cómicos y el público.
Frente a un trasnochado y pacato realismo dominante en la nuestra escena, “El águila y la niebla” de Narciso Ibáñez Serrador, se eleva por encima del panorama teatral medio y convencional con tanta osadía como ambición artística. Orson Welles decía de sí mismo que había nacido para interpretar reyes y monarcas; a Chicho Ibáñez Serrador le sucede lo mismo: no puede hacer nada mediocre. Felizmente recuperado para el teatro a comienzos de la presente temporada, Chicho se entrega a fondo en esta nueva y actualísima producción, que se atreve a meter el dedo de la ficción en el ojo del huracán de nuestro tiempo, donde más flaquea el Sistema: en la masificación de la gente, y la globalización del planeta. ¡Ahí es nada!
Nadie ha demostrado mejor que Ibáñez Serrador un manejo más hábil de las cuerdas del retablo fantástico, ya sea en cine, en televisión o –como ahora demuestra- en teatro. En la estela del “Tirano Banderas” de Valle-Inclán, o de “El dios tortuga” de García May, el dramaturgo español sitúa la acción de “El águila y la niebla” en Sudamérica, en un país que es el ombligo actual del conflicto: Argentina. Este distanciamiento exótico, en cierta manera, comienza a funcionar como ficción, como relato entretenido y excitante, como hipótesis dramática, que en medio de un argumento lleno de sorpresas, va introduciendo al espectador en un laberinto de sombras, habitado por personajes expresionistas, inadaptados y desacompasados con el mundo del colorín presente, donde no encajan por su categoría humana o artística. El autor no se ahorra escenas críticas con la familia, los banqueros, los políticos, los sindicatos, y hasta la mismas castas castrenses. En pocos espectáculos españoles se ha combinado con tanta energía y atrevimiento este cóctel de poderes fácticos de nuestra aldea global.
Ibáñez Serrador consigue como director escénico una impecable atmósfera de misterio, servida por una escenografía abstracta, onírica y opresora; una música intensa e inquietante, que propicia el suspense; y un equipo de excelentes actores, de los que ha sabido extraer sus mejores cualidades.
Luis Merlo realiza el mejor trabajo de su carrera -hasta el presente- dando vida, carne y enigma a Raúl, el protagonista rechazado, el loco de atar por ser diferente a los demás. Con una gran entrega emocional, Merlo juega en largas escenas de silencio con su poderosa presencia escénica y un elaborado trabajo vocal. Se imbuye de la grandeza del personaje, a pesar del rechazo externo. Paula Sebastián le da la réplica como doctora-narradora con su peculiar voz y su aguerrida estampa. Ramiro Oliveros y Licia Calderón interpretan a los padres del visionario joven, que encierra en sus sueños grandes gestas irrealizables en el opresivo mundo del tercer milenio.
El teatro fantástico es uno de los géneros menos cultivados en nuestro país. Quizás se deba a que toda representación teatral entraña tal punto de artificio, que pudiera parecer excesivamente redundante el introducirse por vericuetos tan irreales como posibles. Al teatro lo impulsa un “si mágico” condicional: “y si jugáramos a que...”, y de ahí nace la representación, puro convencionalismo aceptado por las dos partes: los cómicos y el público.
Frente a un trasnochado y pacato realismo dominante en la nuestra escena, “El águila y la niebla” de Narciso Ibáñez Serrador, se eleva por encima del panorama teatral medio y convencional con tanta osadía como ambición artística. Orson Welles decía de sí mismo que había nacido para interpretar reyes y monarcas; a Chicho Ibáñez Serrador le sucede lo mismo: no puede hacer nada mediocre. Felizmente recuperado para el teatro a comienzos de la presente temporada, Chicho se entrega a fondo en esta nueva y actualísima producción, que se atreve a meter el dedo de la ficción en el ojo del huracán de nuestro tiempo, donde más flaquea el Sistema: en la masificación de la gente, y la globalización del planeta. ¡Ahí es nada!
Nadie ha demostrado mejor que Ibáñez Serrador un manejo más hábil de las cuerdas del retablo fantástico, ya sea en cine, en televisión o –como ahora demuestra- en teatro. En la estela del “Tirano Banderas” de Valle-Inclán, o de “El dios tortuga” de García May, el dramaturgo español sitúa la acción de “El águila y la niebla” en Sudamérica, en un país que es el ombligo actual del conflicto: Argentina. Este distanciamiento exótico, en cierta manera, comienza a funcionar como ficción, como relato entretenido y excitante, como hipótesis dramática, que en medio de un argumento lleno de sorpresas, va introduciendo al espectador en un laberinto de sombras, habitado por personajes expresionistas, inadaptados y desacompasados con el mundo del colorín presente, donde no encajan por su categoría humana o artística. El autor no se ahorra escenas críticas con la familia, los banqueros, los políticos, los sindicatos, y hasta la mismas castas castrenses. En pocos espectáculos españoles se ha combinado con tanta energía y atrevimiento este cóctel de poderes fácticos de nuestra aldea global.
Ibáñez Serrador consigue como director escénico una impecable atmósfera de misterio, servida por una escenografía abstracta, onírica y opresora; una música intensa e inquietante, que propicia el suspense; y un equipo de excelentes actores, de los que ha sabido extraer sus mejores cualidades.
Luis Merlo realiza el mejor trabajo de su carrera -hasta el presente- dando vida, carne y enigma a Raúl, el protagonista rechazado, el loco de atar por ser diferente a los demás. Con una gran entrega emocional, Merlo juega en largas escenas de silencio con su poderosa presencia escénica y un elaborado trabajo vocal. Se imbuye de la grandeza del personaje, a pesar del rechazo externo. Paula Sebastián le da la réplica como doctora-narradora con su peculiar voz y su aguerrida estampa. Ramiro Oliveros y Licia Calderón interpretan a los padres del visionario joven, que encierra en sus sueños grandes gestas irrealizables en el opresivo mundo del tercer milenio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario