"El verdugo", de Luis G. Berlanga y Rafael Azcona. Versión: Bernardo Sánchez. Dirección: Luis Olmos. Reparto: Juan Echanove. Luisa Martín. Alfred Luchetti. Vicente Díez. Pedro G. de las Heras. Fernando Ransanz... Escenografía: Gabriel Carrascal. Vestuario: Mª Luisa Engel. Iluminación: Juan G. Cornejo. Música: Yann Diez Doizy. Madrid. Teatro La Latina. 23-3-2000.
Ciertos libros y películas nos han dejado constancia de la dureza de la vida durante el franquismo, sobre todo entre las capas populares. Entre ellos, el cine de Berlanga y los humanísimos y corrosivos guiones de Azcona, ocupan un lugar eminente. La censura era una de las tenazas más fuertes que acechaban a los cómicos. El combate del ingenio y la represión que se produce entre "los cómicos" y las burocracias, propició una suerte de estilización humorística de la denuncia que les permitió, por una parte, pasar la censura, y por otra alcanzar un grado de equilibrio entre la denuncia y la sátira, que resultó enormemente tonificante para la perdurabilidad de su discurso crítico. Probablemente, en la actualidad, las obras de teatro escritas en contra del poder, en ese mismo periodo histórico, resulten mucho más recalcitrantes y desfasadas para los espectadores de hoy. El teatro directamente comprometido corrió el riesgo de caer en las aguas de la denuncia coyuntural, y le resto impacto fuera de aquellas coordenadas históricas.
"El verdugo" que representa la compañía Teatro de la Danza, con Juan Echanove en su papel protagonista, llega a los escenarios actuales con una frescura y un humor ácido, que nos devuelve la memoria histórica. A Berlanga y Azcona lo que más les interesaba eran los personajes. De ahí la enorme teatralidad de ese cine, de ahí la buena empatía de estos personajes de cine, con las tablas de un teatro. Luis Olmos ha realizado una dirección sobria y eficaz de este fresco grotesco en blanco y negro, y ha tenido el acierto de desnudar el espacio, con la brillante colaboración del escenógrafo Gabriel Carrascal, para que los que resalten sean los actores. Juan Echanove hace crecer con este personaje, sus dotes interpretativas y su capacidad de comunicación con el público. Se entrega de tal manera al personaje, que consigue que nadie añore a los actores de la película. "EL verdugo" parece escrito para él, o al menos ha sabido hacerlo suyo de tal forma, que no parece posible imaginarse un verdugo mejor que este hombrecillo anodino que trabaja en una funeraria, y termina heredando de su suegro el cargo de verdugo, cuando lo que él quería era haber sido mecánico en Alemania.
Los autores y el adaptador miran a los personajes con gran cariño, y lo que podía ser una historia patética, simbólica y helada, alcanza en esta comedia negra castiza, y muy madrileña, un calor humano y una vida que en ningún momento deja de interesar al público. Luisa Martín demuestra una sensibilidad escénica de una fibra valiosa; ella sola representa a la figura de la mujer en la obra, generosamente. Alfredo Luchetti entiende su viejo verdugo como un jubilado de bario que hasta ahora ha tenido que hacer cierto trabajitos, pero él es ante todo, un buen hombre. Vicente Díez, Pedro G. de las Heras y Fernando Ransanz, dan relieve a esos caracteres secundarios, que no dejan de poner su alma en el desarrollo de la historia. La obra fue muy aplaudida la noche de su estreno, y los intérpretes fueron reclamados por la insistencia del público.
Ciertos libros y películas nos han dejado constancia de la dureza de la vida durante el franquismo, sobre todo entre las capas populares. Entre ellos, el cine de Berlanga y los humanísimos y corrosivos guiones de Azcona, ocupan un lugar eminente. La censura era una de las tenazas más fuertes que acechaban a los cómicos. El combate del ingenio y la represión que se produce entre "los cómicos" y las burocracias, propició una suerte de estilización humorística de la denuncia que les permitió, por una parte, pasar la censura, y por otra alcanzar un grado de equilibrio entre la denuncia y la sátira, que resultó enormemente tonificante para la perdurabilidad de su discurso crítico. Probablemente, en la actualidad, las obras de teatro escritas en contra del poder, en ese mismo periodo histórico, resulten mucho más recalcitrantes y desfasadas para los espectadores de hoy. El teatro directamente comprometido corrió el riesgo de caer en las aguas de la denuncia coyuntural, y le resto impacto fuera de aquellas coordenadas históricas.
"El verdugo" que representa la compañía Teatro de la Danza, con Juan Echanove en su papel protagonista, llega a los escenarios actuales con una frescura y un humor ácido, que nos devuelve la memoria histórica. A Berlanga y Azcona lo que más les interesaba eran los personajes. De ahí la enorme teatralidad de ese cine, de ahí la buena empatía de estos personajes de cine, con las tablas de un teatro. Luis Olmos ha realizado una dirección sobria y eficaz de este fresco grotesco en blanco y negro, y ha tenido el acierto de desnudar el espacio, con la brillante colaboración del escenógrafo Gabriel Carrascal, para que los que resalten sean los actores. Juan Echanove hace crecer con este personaje, sus dotes interpretativas y su capacidad de comunicación con el público. Se entrega de tal manera al personaje, que consigue que nadie añore a los actores de la película. "EL verdugo" parece escrito para él, o al menos ha sabido hacerlo suyo de tal forma, que no parece posible imaginarse un verdugo mejor que este hombrecillo anodino que trabaja en una funeraria, y termina heredando de su suegro el cargo de verdugo, cuando lo que él quería era haber sido mecánico en Alemania.
Los autores y el adaptador miran a los personajes con gran cariño, y lo que podía ser una historia patética, simbólica y helada, alcanza en esta comedia negra castiza, y muy madrileña, un calor humano y una vida que en ningún momento deja de interesar al público. Luisa Martín demuestra una sensibilidad escénica de una fibra valiosa; ella sola representa a la figura de la mujer en la obra, generosamente. Alfredo Luchetti entiende su viejo verdugo como un jubilado de bario que hasta ahora ha tenido que hacer cierto trabajitos, pero él es ante todo, un buen hombre. Vicente Díez, Pedro G. de las Heras y Fernando Ransanz, dan relieve a esos caracteres secundarios, que no dejan de poner su alma en el desarrollo de la historia. La obra fue muy aplaudida la noche de su estreno, y los intérpretes fueron reclamados por la insistencia del público.
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