"Hamlet García”. Dirección y Dramaturgia: Miguel Morillo. Reparto: Tomás del Estal. Sarah Kiatipoff. Ana Moreno. Félix Estaire. Música: Hard Funk Skol y Cínica Deicida. Madrid. Sala Cuarta Pared. 4-7-2002.
La dramaturgia y el teatro comprometidos con el presente lleva tiempo haciéndose la pregunta de cómo formular el teatro de nuestro tiempo, si como una ruptura absoluta con los elementos genuinos de la teatralidad; o intentando conservar las claves de este lenguaje artístico tradicional -transmitido en directo al público- añadiendo las innovaciones ideológicas y tecnológicas del S. XXI.
La deconstrucción de los lenguajes y discursos artísticos que gravita sobre el arte contemporáneo, produce muchas confusiones y muchos naufragios de la comunicación teatral. Llamar la atención no es sinónimo de interesar.
La Compañía T.A.C. que presenta en la Sala Cuarta Pared su espectáculo “Hamlet García” busca una nueva forma de hacer teatro y representar el mundo que vivimos, desde la perspectiva de los conflictos y las insatisfacciones humanas. La música en directo de dos grupos de raperos -reunidos en escena con los actores- es una buena fórmula para homenajear al coro clásico: enriquece la representación teatral.
El director y dramaturgo Miguel Morillo tiene intuiciones de a dónde quiere llegar, aunque aún le falten instrumentos para calcular el rumbo completo de su navegación. La pieza está construida sobre cuatro monólogos independientes -acompañados de las inevitables acciones físicas cotidianas- que de tan conflictivos llegan a cansar por su falta de progresión y dramatismo. El ejecutivo pacifista, la curranta de traje de chaqueta, la ninfómana aspirante a secretaria, y el adolescente antiglobalización desorientado, forman este cuarteto de voceadores de las infamias de nuestro tiempo.
El montaje deambula por caminos trillados que restan eficacia a la potente desnudez del escenario, (¿en cuántas hornillas de butano encendidas, se han preparado tortillas en escena durante esta temporada?). Pese a estos cantos de sirena, el último cuarto del espectáculo da un giro rotundo, y se convierte en una agradable sorpresa para el público. Los cuatro personajes aislados se relacionan por el argumento de la palabra, y el público comienza a participar como tal, porque se siente activamente engañado.
Sosteniéndose en la brillante interpretación de Tomás del Estal y Sarah Kiatipoff (que dan vida a dos ejecutivos de medio pelo) el autor consigue elevar su propuesta por encima de unas turbias e innecesarias influencias, conectadas a una bombona de butano. La representación final del sueño de los cuatro personajes da alas a un espectáculo que remonta el vuelo en su última parte, dejando un agradable sabor de boca en el público, la de no haber perdido definitivamente la batalla de la teatralidad.
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