"Batalla conyugal”. De Martin Walser. Dirección: Adrián Daumas. Reparto: Maite Brik. Javier Román. Espacio escénico: Tomás Muñoz. Vestuario: Lupe Estévez. Iluminación: Nicolás Fischtel. Teatro Galileo. 28-5-2002.
Los conflictos de la pareja -y en particular del matrimonio- es uno de los temas tratados con más frecuencia por la historia del arte dramático, desde que Medea inaugura –de la mano de Eurípides- la senda de las protagonistas femeninas en crisis con sus cónyuges. El teatro siempre se ha estremecido ante los conflictos de los seres humanos, y buena cuenta ha dado de una problemática que viene afectando a la especie desde hace milenios: el de aparearse.
“Batalla conyugal” de Martin Walser se inserta en cierto tipo de dramaturgia que partiendo de “¿Quién teme a Virginia Woolf” de Edward Albee, se estiliza hasta alcanzar los registros de la farsa de denuncia, alejando del enfoque naturalista un tema cotidiano, en beneficio de una cierta caricatura intelectual con pretensiones simbólicas. Esta forma sofisticada y compleja de afrontar el tema, queda un poco desfasado de las corrientes del teatro más actual. Para un público popular resulta demasiado artificiosa, y para un público iniciado puede ser excesivamente ingenua por su desfase estilístico.
Las conversaciones cifradas que mantienen esta pareja formada por Cristina y Félix, en el seno de un espacio escénico diseñado con perspectivas desquiciadas, para subrayar el lado más grotesco de una convivencia a puerta cerrada, resulta un tanto confuso, y por otra parte ya visto en un teatro de hace treinta años. Esta propuesta podría insertarse en un inventario de vanguardia tardía tan inminente, que hoy resulta antigua.
A pesar del desfase aparente del texto, los intérpretes demuestran una gran calidad interpretativa. Maite Brik da vida a Cristina, (la esposa de un hombre de negocios atrapado en sus inseguridades), con ese talento desgarrado, profundamente ibérico, del que siempre ha hecho gala esta
peculiar actriz. Su voz encierra sugerentes registros de guitarra seca y garganta cazallera. Javier Román interpreta al esposo dubitativo con una potente presencia escénica y una hermosa voz, que enriquece los registros sonoros habituales de nuestros escenarios. El fingimiento social, los recelos de los esposos, el alcohol desinhibidor para los confusos juegos sexuales, y los cambiantes roles de poder dentro de la pareja, son combustible y motor de esta pieza, que sus intérpretes defienden como auténticas fieras escénicas.
Los conflictos de la pareja -y en particular del matrimonio- es uno de los temas tratados con más frecuencia por la historia del arte dramático, desde que Medea inaugura –de la mano de Eurípides- la senda de las protagonistas femeninas en crisis con sus cónyuges. El teatro siempre se ha estremecido ante los conflictos de los seres humanos, y buena cuenta ha dado de una problemática que viene afectando a la especie desde hace milenios: el de aparearse.
“Batalla conyugal” de Martin Walser se inserta en cierto tipo de dramaturgia que partiendo de “¿Quién teme a Virginia Woolf” de Edward Albee, se estiliza hasta alcanzar los registros de la farsa de denuncia, alejando del enfoque naturalista un tema cotidiano, en beneficio de una cierta caricatura intelectual con pretensiones simbólicas. Esta forma sofisticada y compleja de afrontar el tema, queda un poco desfasado de las corrientes del teatro más actual. Para un público popular resulta demasiado artificiosa, y para un público iniciado puede ser excesivamente ingenua por su desfase estilístico.
Las conversaciones cifradas que mantienen esta pareja formada por Cristina y Félix, en el seno de un espacio escénico diseñado con perspectivas desquiciadas, para subrayar el lado más grotesco de una convivencia a puerta cerrada, resulta un tanto confuso, y por otra parte ya visto en un teatro de hace treinta años. Esta propuesta podría insertarse en un inventario de vanguardia tardía tan inminente, que hoy resulta antigua.
A pesar del desfase aparente del texto, los intérpretes demuestran una gran calidad interpretativa. Maite Brik da vida a Cristina, (la esposa de un hombre de negocios atrapado en sus inseguridades), con ese talento desgarrado, profundamente ibérico, del que siempre ha hecho gala esta
peculiar actriz. Su voz encierra sugerentes registros de guitarra seca y garganta cazallera. Javier Román interpreta al esposo dubitativo con una potente presencia escénica y una hermosa voz, que enriquece los registros sonoros habituales de nuestros escenarios. El fingimiento social, los recelos de los esposos, el alcohol desinhibidor para los confusos juegos sexuales, y los cambiantes roles de poder dentro de la pareja, son combustible y motor de esta pieza, que sus intérpretes defienden como auténticas fieras escénicas.
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