"Final de partida.” De Samuel Beckett. Dirección: Rodolfo Cortizo. Reparto: Concha Roales-Nieto. Sayo Lameida. Nicolás Fryd. Eva Varela. Escenografía y Atrezzo: Gordo’s. Vestuario: Rosalí. Iluminación: Nacho Ortiz. Tradución: Eva Laceras. Madrid. Sala La Grada.
Samuel Beckett revolucionó la escena hasta sus últimas consecuencias, dando la puntilla a nuestra sociedad del bienestar, mostrando en su dramaturgia a unos personajes terminales, desposeídos y patéticos, en el borde de la miseria y de la razón. Las criaturas dramáticas de Beckett son restos humanos de una gran destrucción moral disfrazada de progreso. “Final de partida” es una de sus obras más conocidas. Todo un mérito para un autor que parecía nacer y auto consumirse -como un brillante cometa- en su primera gran obra: “Esperando a Godot”. Sorprende que un teatro tan en el borde del nihilismo, haya tenido tanta continuidad, progresión y coherencia como la producción literaria del premio Nóbel irlandés, afincado en París.
La Compañía de teatro La pajarita de Papel se entrega en carne y alma a descifrar los mecanismos secretos de este autor, que dinamita las relaciones humanas entre sus personajes, e incluso entre las palabras separándolas de su tarea teatral de generar acción para verse reducida a puro elemento sonoro, musical y poético, en los campos devastados de los humanos, que más que vivir, parece que sólo luchan por no morir.
Concha Roales-Nieto interpreta a Hamm, el hombre ciego amarrado a una silla de ruedas, que depende de su criado Clov, al que está unido por el aliento de un silbato. En el salón del hogar subterráneo, en dos cubos de basura, habitan los padres de Hamm, algo más que una metáfora del olvido. Sayo Almeida interpreta a Clov, como una especie de Arlequín sin tendones, ni apetencias propias, una especie de criado-amigo que obedece automática y repetitivamente, sin mostrar ningún rumbo en la vida que no sea el de abrir y cerrar ventanas que dan a la tierra y al mar. Nicolás Fry y la excelente Eva Varela componen a los habitantes del basurero con poética y agresiva tristeza. El espacio escénico de la representación es sugerente y muy beckettiano, esto es, se muestra salpicado por los signos del desgaste y la degradación. Muebles oxidados, arpones, catalejos, perros sucios de peluche, escaleras de mano, extraídos del gran basurero del mundo.
Quizás podría haberse encontrado algún mecanismo de teatralidad superior en esta representación para aliviar el viaje del público por este desierto moral, con grandes oasis de poesía que abriga siempre el teatro de Samuel Beckett.
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