"Me sale de mi cabecita." De, con y dirigido por Alexis Valdés. Madrid. Teatro Alfil. Hasta el 31 de Octubre.
La emigración es el gran tema del final de siglo que vivimos, tal vez lo haya sido de todo el siglo XX, tan lleno de guerras y de desplazamientos masivos desde los países del tercer mundo hacia sus correspondientes metrópolis. Además de atender al color político de los países a los que se encaminan, el idioma común -de colonizados y colonizadores- es la brújula que marca el rumbo de estas grandes migraciones.
Alexis Valdés procede de Cuba, -como tantos otros que le han precedido- la última y por tanto la más querida de las colonias españolas. Los cubanos en España, son recibidos con cierto afecto intrínseco que se siente por los hijos pródigos. Por tanto, es todo un hallazgo que su cabaret unipersonal ande a vueltas con el idioma. El juego que realiza con las palabras es la base de su ingenioso espectáculo, controlado por un actor que tiene el desenfado y la "caradura" suficiente, como para meterse al público en el bolsillo desde que pisa por primera vez el escenario.
Los diferentes significados que se le da a una misma palabra española en distintos países de habla hispana, le sirve para hilvanar una celosía de reflejos, de espejismos y paradojas, de las que brota con toda naturalidad el efecto cómico. Con tanto juego semántico, lo que Valdés hace, es divertir la inteligencia del público agudizando su ingenio, como sucede con los mejores chistes tabernarios.
Este contraste entre academicismo aparente y la chulería del intérprete, generan una química muy untuosa con la que el público se encuentra encantado. Valdés es un caricato, un cantante, un bailarín que controla su cuerpo, y tiene un "don de gentes" que le sirve para meterse en un puño al respetable.
Por si fuera poco, esta fórmula acertada le resulta útil para hacer una sátira de conflictos cotidianos tan crueles como el racismo. No deja títere con cabeza, y además lo hace con esa sorna que se espera de los buenos comediantes, nunca hincando el cuchillo en la carne, sino con la técnica del "pellizco ideológico", que es menos grave, pero más pícaro y divertido.
Los amantes del cabaret del ingenio, tienen la oportunidad de pasar un rato estupendo con este actor que, a pesar de ser requerido por el cine y la televisión, no renuncia a su medio natural: el teatro.
La emigración es el gran tema del final de siglo que vivimos, tal vez lo haya sido de todo el siglo XX, tan lleno de guerras y de desplazamientos masivos desde los países del tercer mundo hacia sus correspondientes metrópolis. Además de atender al color político de los países a los que se encaminan, el idioma común -de colonizados y colonizadores- es la brújula que marca el rumbo de estas grandes migraciones.
Alexis Valdés procede de Cuba, -como tantos otros que le han precedido- la última y por tanto la más querida de las colonias españolas. Los cubanos en España, son recibidos con cierto afecto intrínseco que se siente por los hijos pródigos. Por tanto, es todo un hallazgo que su cabaret unipersonal ande a vueltas con el idioma. El juego que realiza con las palabras es la base de su ingenioso espectáculo, controlado por un actor que tiene el desenfado y la "caradura" suficiente, como para meterse al público en el bolsillo desde que pisa por primera vez el escenario.
Los diferentes significados que se le da a una misma palabra española en distintos países de habla hispana, le sirve para hilvanar una celosía de reflejos, de espejismos y paradojas, de las que brota con toda naturalidad el efecto cómico. Con tanto juego semántico, lo que Valdés hace, es divertir la inteligencia del público agudizando su ingenio, como sucede con los mejores chistes tabernarios.
Este contraste entre academicismo aparente y la chulería del intérprete, generan una química muy untuosa con la que el público se encuentra encantado. Valdés es un caricato, un cantante, un bailarín que controla su cuerpo, y tiene un "don de gentes" que le sirve para meterse en un puño al respetable.
Por si fuera poco, esta fórmula acertada le resulta útil para hacer una sátira de conflictos cotidianos tan crueles como el racismo. No deja títere con cabeza, y además lo hace con esa sorna que se espera de los buenos comediantes, nunca hincando el cuchillo en la carne, sino con la técnica del "pellizco ideológico", que es menos grave, pero más pícaro y divertido.
Los amantes del cabaret del ingenio, tienen la oportunidad de pasar un rato estupendo con este actor que, a pesar de ser requerido por el cine y la televisión, no renuncia a su medio natural: el teatro.
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