"Lucrecia y el escarabajo disiente". Cía Lucas Cranach. Dirección, espacio e iluminación: Carlos Marqueríe. Reparto: Marisa Amor. Gonzalo Cunill. Carlos Fernández. Juan Loriente. Montse Penella. MªJose Pire. Nekane Santamaría. Madrid. Dala Cuarta Pared. Festival “La Alternativa”. 17-2-2000.
La libertad imaginativa de la masturbación, se fundamenta en que es cosa que debe satisfacer a un único participante, el que desarrolla la acción a solas, en plena intimidad. El teatro, como todas las artes, se sostiene en la comparecencia pública. La obra de un artista concreto resulta útil a la colectividad, por una u otra razón. En el arte se codifican los mensajes, para que el receptor se tome la molestia, y a la par, se dé el gusto de descifrarlos. Es algo parecido a desgarrar el papel de un regalo, un factor indispensable, que aumenta la emoción del destinatario, y la reafirmación del rito. A nadie se le ocurriría considerar obsequio, ver cómo alguien se regala a sí mismo. Pues, sucede, que algunos creadores "modernos" -que no, de vanguardia- han confundido la masturbación y la autocomplacencia con la comunicación artística.
La influencia de las artes plásticas, a lo largo del S. XX, en la escena teatral, ha sido rica y estimulante. En el momento actual, en que las artes plásticas se están haciendo públicamente el harakiri, (al son que le marcan las "emergentes" estructuras del poder multinacional), es poco aconsejable para el futuro del teatro
inspirarse en esta letal fantasmagoría de libertad y "del todo vale".
La "Lucrecia..." que representa la Compañía Lucas Cranach, bajo la dirección de Carlos Marqueríe, no debe tener una crítica teatral, pues no es teatro, ni maldita la gana que tiene de serlo. La ignorancia absoluta de la existencia del público, que demuestra esta reunión de muñequitos de plástico, acompañados por tres chicos y tres chicas, es, como mínimo, un insulto a la inteligencia del público. La gratuidad de todo lo que se les ocurre hacer, o no hacer; de leer o no leer; de bailar o quedarse quieto... tiene mucho menos interés que si se convocara a los espectadores a la sesión de dirección de focos del montaje; o, a la instalación del decorado; o a la misma limpieza del escenario. Sería mucho menos pedante y más verdadero. Que se reúnan seis personas ante un auditorio, para leer en voz alta, ante unos micrófonos, trozos del diario de un adolescente, con recortes y cartitas; y apuntes obscenos sobre algunas de sus imaginaciones calenturientas, no constituye drama alguno que merezca contemplarse. Para representaciones como ésta, en la grada de butacas, deberían poner, en vez de sillas, literas.
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