sábado, 17 de julio de 2010

UN DESEO LLAMADO TRANVÍA

"Endstation Amerika. Un tranvía llamado América". De Tennessee Williams. Versión y Dirección: Frank Castorf. Compañía: Volksbühne am Rosa-Luxemburgo-Platz. Reparto: Kathrin Angerer. Brigitte Cuvelier. Henry Hübchen. Fabian Hinrichs. Silvia Rieger. Bernard Schütz. Decorado y vestuario: Bert Neumann. Dramaturgia: Carl Hegemann. Iluminación: Lothar Baumgarte. Madrid. Teatro Pavón.

La dramaturgia es uno de los términos teatrales más asociados a la escena teatral alemana desde que en el S. XVIII, G.E. Lessing publicara su "Dramaturgia de Hamburgo", en donde se reivindicaba la dignidad artística no sólo para los actores, sino hasta para los mismos teóricos. El prestigio de las ideas propias de cada versionador es elevado en el teatro alemán. El sentido didáctico y pedagógico del teatro es una de las principales preocupaciones de un arte socialmente vivo, relevante, y comprometido.
No es extraño pues que cuando una compañía alemana como la Volksbühne nos anuncie una representación de una obra del teatro de repertorio del S.XX, como es "Un tranvía llamado deseo", no vayamos dispuestos a encontrarnos con un espectáculo totalmente previsible. Así sucede en la contemplación de este riguroso espectáculo alemán de comienzos de siglo. El compromiso político es una de las lineas manifiestas de este teatro-encrucijada entre los dos Berlines del muro. Piscator, Brecht, o Peter Weiss son unos buenos antecedentes históricos.
La dramaturgia que realiza la Volksbühnne de la obra del autor homosexual y alcohólico norteamericano, es rigurosamente comprometida con el presente histórico. Todo el montaje trasluce un alegre escepticismo e ironía, que envuelve un profundo sentimiento de decepción frente a la sociedad de nuestros días. A través de la historia de Blanche Dubois, del polaco Kovalsky, y de su esposa Estela, se nos está intentando ofrecer un calco de la desencantada y pasiva sociedad globalizada que nos lleva. La propuesta es tan radical que trastoca, reescribe y añade sin pudor alguno, nuevos fragmentos escritos para el montaje, alejándose del original cuánto les parece necesario. La puesta en escena y la interpretación son provocadoras y distanciadoras. Al comienzo parece una gamberrada escolar, pero según avanza la representación, la lectura escénica se hace cada vez más contundente, clara y potente.
En este montaje se aprecia más la inteligencia escénica del director y adaptador Frank Castorf, pero se tiene la sensación de que podían haber elegido cualquier otra obra. La terrible y apasionante tragedia que se desata en la obra de Williams no es el objetivo del montaje. La patética y decadente Blanche esta representada por una sensual actriz en apoteosis "marylinesca", mientras el potente mito erótico del animalesco Kovalsky se reduce a un cincuentón barrigudo y desencantado que perteneció al Sindicato polaco "Solidaridad". Es otra obra.
La compañía alemana da toda una lección de rigor y coherencia y estética teatral, rabiosamente contemporánea, pero ha errado la elección del repertorio.

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