"Los enredos de Scapin" De J.B.P.Molière. Versión: Mauro Armiño. Dirección: Adrián Daumas. Espacio escénico: Martine Sicard. Vestuario: Mónica Florensa. Reparto: Santiago Nogués. Eleazar Ortiz. Manuel García. Ángel Ruiz... Madrid. Sala Ensayo 100.
Sabido es que Moliére tuvo en las compañías italianas ambulantes una fuente de inspiración, y una escuela de vida y teatro. Del romance entre las enseñanzas de los italianos y el talento dramático del joven Jean Baptiste, nació el teatro humorístico más importante de Francia; desde entonces no ha dejado de representársele. El pícaro Arlequín fue la máscara que se hizo más popular de todas las que viajaban en los baúles de la Comedia del Arte. Arlequín, Trufaldín, Scapin... cambiaba su nombre y daba título a las obras más famosas: llegó a ser, hasta emperador de la luna.
En "Los enredos de Scapin", Molière hizo su personal homenaje al entrañable y equívoco personaje del criado sagaz y poco atento a la moral. Los jóvenes ricos con amores contrariados, encuentran en él un aliado para su salvación. Con este enredo sencillo de raíz latina, Molière aprovecha para hacer su dura sátira contra una sociedad que tiene en el dinero su único dios.
Mauro Armiño ha realizado una versión fiel y limpia del original, evitando la recurrente tentación de actualizar el texto. Se diría que busca destacar la eficacia original del canon molieresco, sin necesidad de trucos y concesiones, que suelen conducir más al error y al disparate que a la falsa audacia que se les presupone. Adrián Daumas demuestra que un director es capaz de escribir un texto escénico paralelo al discurso hablado, y que ése es un factor esencial para lograr un buen espectáculo. El director lleva su trabajo por unas rutas alegres y optimistas, con una colorista puesta en escena, encuadrada en la hermosa plástica de figurines y decorado. Sin embargo, Scapin y Silvestre, los criados de la obra, están interpretados desde una clave más "realista" que el resto de los personajes de la frenética comedia. Cuando están a solas, pueden parecer tanto personajes de una comedia de Shakespeare, como de una pieza de Beckett; son poco italianos y, por tanto, poco molierescos. Esta diferencia de estilos interpretativos creo que produce confusión en el sentido general de la obra: los más simpáticos al público, resultan los viejos avaros, por ser los más histriónicos, y los más cercanos al espíritu de la comedia. En cualquier caso, estos enredos de Scapin son un tonificante trabajo teatral, adornado con un bello y juvenil encanto, que el aficionado al buen teatro sabrá paladear adecuadamente.
Sabido es que Moliére tuvo en las compañías italianas ambulantes una fuente de inspiración, y una escuela de vida y teatro. Del romance entre las enseñanzas de los italianos y el talento dramático del joven Jean Baptiste, nació el teatro humorístico más importante de Francia; desde entonces no ha dejado de representársele. El pícaro Arlequín fue la máscara que se hizo más popular de todas las que viajaban en los baúles de la Comedia del Arte. Arlequín, Trufaldín, Scapin... cambiaba su nombre y daba título a las obras más famosas: llegó a ser, hasta emperador de la luna.
En "Los enredos de Scapin", Molière hizo su personal homenaje al entrañable y equívoco personaje del criado sagaz y poco atento a la moral. Los jóvenes ricos con amores contrariados, encuentran en él un aliado para su salvación. Con este enredo sencillo de raíz latina, Molière aprovecha para hacer su dura sátira contra una sociedad que tiene en el dinero su único dios.
Mauro Armiño ha realizado una versión fiel y limpia del original, evitando la recurrente tentación de actualizar el texto. Se diría que busca destacar la eficacia original del canon molieresco, sin necesidad de trucos y concesiones, que suelen conducir más al error y al disparate que a la falsa audacia que se les presupone. Adrián Daumas demuestra que un director es capaz de escribir un texto escénico paralelo al discurso hablado, y que ése es un factor esencial para lograr un buen espectáculo. El director lleva su trabajo por unas rutas alegres y optimistas, con una colorista puesta en escena, encuadrada en la hermosa plástica de figurines y decorado. Sin embargo, Scapin y Silvestre, los criados de la obra, están interpretados desde una clave más "realista" que el resto de los personajes de la frenética comedia. Cuando están a solas, pueden parecer tanto personajes de una comedia de Shakespeare, como de una pieza de Beckett; son poco italianos y, por tanto, poco molierescos. Esta diferencia de estilos interpretativos creo que produce confusión en el sentido general de la obra: los más simpáticos al público, resultan los viejos avaros, por ser los más histriónicos, y los más cercanos al espíritu de la comedia. En cualquier caso, estos enredos de Scapin son un tonificante trabajo teatral, adornado con un bello y juvenil encanto, que el aficionado al buen teatro sabrá paladear adecuadamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario